El Lirio Azul

Capítulo 7: Cordero Salda sus Deudas

Juan Diego Cordero Agón no era un hombre que dejara cabos sueltos. Durante años en inteligencia, su estilo era frío, meticuloso, casi quirúrgico. Por eso, cuando me dijo que "sabía quién lo hizo", pero que aún no tenía el motivo completo, comprendí que el verdadero juego apenas empezaba.

Al día siguiente de la audiencia, nos reunimos en la cafetería privada de la Hacienda El Lirio Azul, una especie de salón de té con ventanales amplios, rodeado por orquídeas digitales que reaccionaban a la voz. Allí, Cordero convocó a Leonardo, Cintia, María y Alfredo... pero por separado.

Primero: Leonardo.

—¿Tú sabías que tu madre había modificado su testamento la semana pasada? —preguntó Cordero mientras servía café.

—No... ¿lo hizo?

—Sí. Iba a dejar una porción mayor a la Fundación. Menos para ti.

—¿Qué? ¡Eso no puede ser!

—Puede. Y lo hizo. El nuevo documento, sin embargo, desapareció la noche de su muerte.

Leonardo se quedó pálido.

—Eso... eso yo no lo tomé.

—Entonces ¿quién lo hizo?

Leonardo no respondió.

Segundo: Alfredo.

Cordero se mostró amable.

—Usted parecía muy atento con Emilia. Pero dígame algo... ¿sabía que ella revisó los estados financieros y descubrió que retiró fondos a nombre de su sobrina?

Alfredo tragó saliva.

—No... no sé de qué me habla.

—Ella iba a denunciarlo el lunes. Le pidió a su abogada un borrador de demanda. También desapareció.

—Eso es mentira.

—Lo sabremos pronto.

Alfredo se levantó abruptamente. Salió sin decir palabra.

Tercero: Cintia.

—¿Sabías que Emilia pensaba cerrar el laboratorio y cortar el convenio con VerdeAndes?

—¿Qué? ¿Por qué?

—Decía que estabas desviando reactivos para proyectos no autorizados. Tenía pruebas. Las mostraba en su celular personal, que desapareció tras su muerte.

—Eso es falso. ¡Nunca...!

—¿Entonces por qué fuiste la primera en entrar a la habitación, incluso antes que María?

Ella quedó en silencio. Cordero solo anotó algo y la despidió.

Finalmente: María.

—¿Qué hacía usted sola en la biblioteca antes de que Emilia muriera?

—Revisaba sus documentos. Sospechaba que Alfredo la estaba manipulando. Quería encontrar pruebas.

—¿Y las encontró?

—Sí... pero ya no están. El sobre rojo que tenía... desapareció.

—¿Lo entregó a alguien?

—No. Estaba en mi bolso. Desapareció también.

Cordero la observó largo rato.

—¿Sabía que Emilia estaba a punto de entregarle el control de la Fundación?

—¿Qué?

—Sí. Tenía la resolución firmada. Pero no alcanzó a publicarla.

María no dijo más. Se levantó con los ojos húmedos.

Más tarde, en la cabaña.

—¿Fue eso necesario? —le pregunté a Cordero.

—No solo necesario. Vital.

—¿Qué lograste con eso?

—Mover las piezas. El culpable ahora sabe que lo tengo cerca. Y alguien más se dio cuenta que está en peligro.

—¿Y qué sigue?

—Saldar mis deudas.

Abrió una libreta vieja, de tapas de cuero.

—Hace ocho años, Emilia me ayudó cuando salí exiliado. Me protegió, me dio trabajo, me permitió reconstruirme. Esto —señaló la investigación— es mi forma de devolverle ese acto.

—¿Y entonces?

—Ahora viene la parte más delicada. Provocar el error final.

Esa noche, escribió una carta. Me pidió que la entregara a Leonardo, sin abrirla. Luego redactó otra, para Cintia. Y otra, para María. Todas firmadas con la frase:

"Sé lo que hiciste, pero aún no lo saben ellos. —C."

—¿No es peligroso? —le pregunté.

—Extremadamente. Pero necesaria. El miedo revela más que la verdad.

A la mañana siguiente, Leonardo desapareció por dos horas. Lo encontraron en el invernadero, buscando algo desesperadamente entre las macetas de lirios. Decía que quería "probar su inocencia".

Cintia, en cambio, se encerró en su laboratorio. Según Dorcas, no había dormido en toda la noche.

María pidió hablar conmigo. Me citó en la capilla de la hacienda, donde solía refugiarse.

—Cristóbal... —dijo en voz baja—. Si algo me pasa, dile a Julián que no guardo rencor. Pero que revise la cuenta en Suiza de Alfredo. Emilia lo descubrió. Eso fue lo que selló su destino.

—¿Por qué no se lo dijiste a Cordero?

—Porque no sé si él también... está jugando con nosotros.

—No lo está —dije con seguridad—. Él está jugando por nosotros.

Y así terminó el capítulo de las entrevistas.

Cordero había cumplido su promesa: saldó sus deudas con Emilia...
...pero ahora tenía un compromiso mayor.

Con la verdad.




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