El Lirio Azul

Capítulo 9: Declaraciones y Descubrimientos

**—Ahora todos están exactamente donde quiero que estén —**dijo Juan Diego Cordero Agón, mientras observaba desde la terraza el salón central de El Lirio Azul, donde los principales sospechosos charlaban bajo una cortesía artificial.

María, de blanco, leía un libro con disimulo.
Cintia hacía scroll nervioso en su celular.
Alfredo bebía su tercer café.
Leonardo se apartaba del grupo, cabizbajo, junto a una de las estatuas en el corredor.

Cordero me indicó que reuniera a todos en la biblioteca, y como si estuviéramos en una vieja novela, accedieron uno a uno, arrastrados por la gravedad del momento.

—Gracias por venir —dijo con su tono más neutro—. No soy fiscal, ni juez. Pero como muchos saben, fui consultor de inteligencia en Europa durante más de veinte años. He analizado guerras, fraudes, y crímenes disfrazados de tragedias naturales.
Y este —dijo apuntando al retrato de Emilia Del Campo— ha sido el más personal.

Nadie dijo nada.

—Permítanme exponer los hechos.

Sacó su libreta y caminó con pasos calculados.

—Emilia fue envenenada por un compuesto de doble acción: primero, escopolamina, un disociador de voluntad; luego, un glicósido de lirio azul, modificado con enzimas específicas de laboratorio. El asesino necesitaba acceso a ambos, y conocimientos de dosis.

Todos miraron a Cintia.

—Pero quien los administró lo hizo con método. El veneno fue introducido en la base del tintero que usaba Emilia para escribir, no en el café. Al absorber pequeñas cantidades por contacto constante con su pluma, el efecto se acumuló. Y el golpe final vino con el café, donde una microdosis final de acelerante activó todo el veneno en su sistema.

Todos quedaron helados.

—Ese nivel de planeación no lo tiene un improvisado.

Miró a Leonardo.

—Tú robaste el testamento, sí. Pero no eres un asesino. Te falta convicción.
María, tú sabías que Alfredo lavaba dinero. Intentaste proteger la Fundación, pero no a tu suegra.
Cintia, tú fabricaste el veneno, aunque no sabías a quién iría.
Y Alfredo, tú fuiste el intermediario, el que entregó la dosis. Pero tampoco fuiste el autor intelectual.

Todos se miraron desconcertados.

—Entonces... —dije con voz seca— ¿quién fue?

Cordero dio un paso atrás y señaló hacia la pantalla del televisor, donde proyectó imágenes de las cámaras de seguridad.

Primero: Emilia en su escritorio, usando el tintero alterado.
Segundo: una figura con guantes ingresando al invernadero tres noches antes del crimen.
Tercero: una transferencia desde la Fundación a una cuenta en Estonia.
Y por último... una videollamada filtrada, con voz distorsionada:

"No se preocupe, doctora. El proceso no dejará rastros. Ella sufrirá, pero parecerá una falla cardíaca. Necesito el pago antes del jueves."

La cámara enfocaba brevemente a una mujer de espaldas, con el cabello recogido y un tatuaje floral en la nuca.

Cordero se acercó a María.

—Te dije que había dos culpables. Alfredo fue la mano.
Pero tú fuiste la mente.

El salón estalló en un silencio brutal.

—¡Eso es mentira! —gritó Alfredo—. ¡Ella no sabía!

—Claro que sí —dijo Cordero—. Ella lo manipuló. Lo empujó con promesas de herencia, le dio acceso al veneno a través de Cintia, y luego lo dejó caer.

María, en lugar de llorar o gritar... sonrió.

—¿Y qué harás con esa verdad, detective? ¿Acusarme sin pruebas directas?

—Tengo tu confesión codificada en esa transferencia, tus huellas en el sobre desaparecido del testamento, y ahora... tu reacción. Gracias por completar el cuadro.

María se levantó lentamente.

—Yo no la odiaba. Pero ella me convertía en sombra. No podía respirar a su lado.

—¿Y matarla era el único escape?

—No. Pero fue el más eficiente.

La policía entró al salón. Cordero los había citado media hora antes. Arrestaron a María y a Alfredo. Cintia fue llamada como testigo colaboradora.

Leonardo, temblando, se echó a llorar.

Y yo, mientras observaba a Cordero cerrar su libreta, supe que todo había terminado.

O casi.

—¿Qué harás ahora? —le pregunté.

—Lo mismo que siempre. Caminar hasta que alguien más necesite entender lo imposible.




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