El llamado de Naín

12

Ese día el frío no tenía efecto en él, de hecho ese día nada tenía efecto en él, era como si estuviera en piloto automático; se mantenía en su lugar oyendo al predicador pero no escuchando nada, ni siquiera quería mirar a los lados donde la gente lo observaba como compadeciéndose de él y lo señalaban. “Otro que se llevan los ixthus” decían algunos “pobre Naín, era la única familia que le quedaba” comentaban otros. La verdad, le irritaba la gente que no teniendo nada que hacer ocupaba como tema de conversación la muerte de su hermano, y el entierro era el momento perfecto para enterarse de los detalles.

—Dicen que casi lo mata a golpes cuando se dio cuenta de lo que hizo.

Un par de señoras eran especialmente indiscretas al hablar de lo sucedido a escasos metros de él.

—Pobrecillo, no imagino lo que debe estar pasando.

“No, no lo imagina” pensó “porque si lo imaginara dejaría de hablar de mi hermano en mis narices”.

Los disparos al aire daban por concluida la ceremonia y el féretro comenzaba a descender, mientras una trompeta un poco desafinada tocaba la marcha fúnebre. Algunos soldados hacían fila para echar su puño de tierra sobre el féretro y Naín los miraba desfilar en silencio. Amitai estaba entre ellos, había evitado hablar con él de su pérdida, así que sólo se habían visto un par de veces desde su visita a Sara hacía dos días. En realidad, Naín estaba agradecido por eso, le incomodaba hablar de su hermano con cualquiera, incluso su mejor amigo. Él no era de los que suelen hablar de sus sentimientos con otros, pensaba que eso lo volvía vulnerable; pero de lo que no se daba cuenta era que eso mismo le había traído incontables problemas en el pasado, y quizá fuera también la principal causa por la que aún no encontrara a la chica ideal; todas las anteriores relaciones que había tenido habían fracasado por su incapacidad de hablar y demostrar sus sentimientos. Él había tratado de cambiar, pero por más que lo intentara no lo lograba. No obstante, y considerando la situación por la que estaba pasando, quizá sería bueno abrirse un poco; al menos con Sara, quien seguramente estaría sufriendo igual o más que él.

La buscó entre la multitud con la vista. Estaba algo apartada, resguardándose bajo un enorme roble de la fina capa de nieve que caía copiosamente.

No estaba muy seguro de lo que iba a decirle, pero aun así atravesó el mar de gente que los separaba, consiente de sus miradas curiosas e impertinentes.

—Amm… ¿Sara?—dijo torpemente y le puso una mano en su hombro.

Sara lo miró con sus ojos vidriosos, Naín tragó saliva para intentar deshacer el nudo que se formaba peligrosamente en su garganta. No quería llorar delante de ella, eso sería demasiado.

— ¿Por qué tuvo que irse?—Le pregunto Sara sollozando mientras lo abrazaba.

Naín tuvo que hacer un enorme esfuerzo para que su voz no se quebrara al responder.

—No se ha ido Sara, sigue con nosotros.

—No es lo mismo. Lo quiero a mi lado, al lado de su hija también. Ella jamás podrá conocerlo. No es justo.

Aunque la ira y el dolor llenaban el corazón de Sara, nunca dejó que el tono de su voz subiera a más allá de un susurro. Hablaba solamente al oído de Naín.

— ¿Qué podría responderte Sara?—dijo Naín—. También anhelo que este aquí con nosotros. Quisiera poder traerlo de vuelta, pero no puedo.

Sara interrumpió sus sollozos para mirar a su cuñado directo a los ojos.

—Entonces véngalo Naín. Haz que Andrés pague por lo que hizo.

Cualquiera que hubiera estado en el lugar de Naín también habría sentido el mismo escalofrío que él sintió. Los ojos de Sara al decir aquello despedían un intenso odio, algo que él jamás se huera imaginado en ella. ¿Qué había sido de la joven dulce y misericordiosa con la que su hermano se había casado? Definitivamente algo había cambiado en su interior, si para bien o para mal, aún no lo sabía; pero le asustaba, verla así de diferente, le asustaba en un extraño nivel. No obstante, la entendía perfectamente, por eso no tuvo ningún remordimiento cuando le dijo:

—Lo haré, te prometo que lo haré.

Sara volvió a abrazarlo con fuerza y se quedó largo rato con él, encontrando consuelo en su presencia.

—Tal vez debería llevarte a tu casa—dijo Naín cuando casi todos se hubieron marchado.

—Sí, ha sido un día muy largo—dijo con desgana, y comenzó a dirigirla hacia su gret.




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