El llamado de Naín

28

A la mañana siguiente, cuando se levantó, Amitai ya se había ido al cuartel y le había dejado una nota pegada en el refrigerador “hay refrescos el en el refri”

—Vaya, estoy salvado—dijo Naín para sí.

Haciendo caso a la nota de Amitai, tomó uno de los refrescos y luego de prepararse su desayuno se sentó frente al televisor. Quería matar el tiempo viendo películas o series pero jamás había sido aficionado a eso y pronto se aburrió; así que no tuvo más remedio que apagarlo.

Al poco rato encontró una nueva manera de entretenerse. Fue a buscar una escoba y un recogedor para barrer la entrada del apartamento, pues estaba a rebosar de tierra; pero fue entonces que se percató que algo no coincidía con lo que había visto esa mañana. La puerta estaba abierta y el recordaba perfectamente haberla visto cerrada.

Se acercó a ella y se asomó afuera. No había nadie cerca. Inspeccionó la perilla y todo lo demás; pero no parecía que alguien hubiera querido forzarla.

Confundido volvió a cerrar la puerta comprobando que también cerraba sin ningún problema; y a excepción de una mancha negra en ella no había nada fuera de lo normal, excepto… no, esa no era una mancha negra. Cuando puso más atención en el reflejo de la perilla se dio cuenta de que un hombre vestido completamente de negro estaba justo detrás de él, y con la clara intención de dispararle con la pistola que empuñaba.

Se dio la vuelta y desvió el tiro justo a tiempo. Arremetió contra el intruso y lo golpeó varias veces en las costillas hasta que cayó hacia atrás. Naín se aventó sobre él, pero el intruso levantó los pies y lo desvió hacia la mesita de centro que había en la sala, la cual hizo un tremendo ruido al romperse en mil pedazos cuando Naín cayó sobre ella, sin embargo, no perdió tiempo y se levantó inmediatamente. El intruso corrió hacia él y lo levantó del suelo con su hombro y luego lo azotó contra el piso. Una vez derribado, intentaba ahorcarlo; pero Naín aún tenía fuerza para contenerlo y con un esfuerzo le preguntó:

— ¿Quién eres y qué es lo que quieres?

El extraño rio sarcásticamente y con una voz ronca y anormal le respondió:

—Soy el que mató a tu hermano, y quiero hacer lo mismo contigo, siftán Naín.

Naín se quedó helado al oír aquello. Andrés estaba muerto y a menos que le hubieran mentido sobre eso, significaba que el asesino era otro y ahora estaba cara a cara con él.

Naín soltó una de sus manos y le asestó un tremendo puñetazo al intruso en las narices. Este retrocedió adolorido y Naín aprovechó para golpearlo de nuevo con la rodilla en la cara. Mientras el extraño estaba tirado Naín se apresuró a arrancarle el pasamontañas de la cabeza, quería saber si era Andrés y estaba vivo aún o si había creído mal durante todo ese tiempo; pero cuando logró quitárselo el intruso se levantó y escapó saltando por la ventana, Naín lo siguió, pero al doblar la esquina el extraño había desaparecido y por más que lo buscó ya no pudo encontrarlo. Irritado, confundido y molesto regresó al apartamento antes de que alguien pudiera reconocerlo.

Con la cabeza casi reventándole de ideas y pensamientos, entró de nuevo al apartamento de Amitai. Inconscientemente daba vueltas por todo el lugar; pensando en lo que acababa de ocurrir. Todo estaba mal, toda la información que tenía estaba mal, no había ya nadie en quien pudiera confiar, sentía que debía alejarse de todo y todos para aclarar las cosas. Estaba molesto, decepcionado y muy, muy enojado. Ni siquiera notó cuando Amitai volvió al apartamento, luego de recibir una llamada de su vecina diciéndole que había un gran escándalo en su casa.

—Pero ¿Qué rayos paso aquí?—preguntó nada más al cruzar el umbral.

— ¿No regresabas del cuartel hasta el viernes?—preguntó Naín con un tono algo agresivo. Dudaba ahora de absolutamente todo.

—Así era, pero la vecina me llamó diciendo que escuchaba muchos ruidos, y que había visto a un hombre de negro entrar en mi apartamento. El ortán me dejó salir para ver que sucedía y vine corriendo.

Si Amitai ignoraba lo que acababa de ocurrir en su apartamento o no, era algo de lo que Naín no podía estar seguro y por eso le irritaba su cara de tonto inocente que tenía. Más bien creía que sí lo sabía y que le estaba mintiendo.

—Alguien sabía que yo estaba aquí y vino a matarme. Dijo que lo haría al igual que lo había hecho con mi hermano.




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