El llamado de Naín

31

Muy temprano al día siguiente Naín salió hacia el cuartel, ansioso de volver a su propio apartamento.

Con los primeros rayos del sol sobre su espalda y con toda la intención de mejorar su situación, caminó rumbo al cuartel, aunque un poco más indiferente de lo que hubiera esperado. Cuando llegó no pudo evitar sentirse un poco nervioso cuando en la entrada los guardias le dirigieron miradas recelosas. No obstante, lo dejaron pasar sin ningún problema.

Naín continuo caminando por la banqueta en dirección a la oficina del ortán, pero un poco antes de llegar, cuando el edificio de las oficinas principales se encontraba frente  a él, una inusual sensación se apoderó de sus ser. Había estado esperando a que su corazón se llenara de alegría porque al fin sería libre otra vez, pero ni aun cuando estaba en el lugar donde creía que quería estar, se sentía feliz, y eso era extraño porque lo que tanto había anhelado en los últimos días, estaba apenas unos cuantos pasos de distancia y en su corazón no había aún ese anhelo de volver. Por mera curiosidad, metió la mano a la bolsa de su pantalón y comprobó que el sello aún seguía ahí. Se sintió reconfortado cuando su mano hizo contacto con él, fue como si le dijera que nunca lo dejaría solo, y de alguna manera, eso le regresó la seguridad a Naín.

 Volvió a guardar el sello y recorrió el resto del camino hacia la oficina del ortán.

Cuando llegó a la oficina, la puerta estaba entreabierta. La golpeó levemente con sus nudillos para anunciar su llegada, el ortán levantó la vista de la pila de papeles que tenía delante.

— ¡Naín! Hola, que gusto. Pasa, por favor pasa. Que gusto que estés de vuelta.

Naín entró y se sentó en la silla que estaba frente al escritorio.

—A mí también me da gusto estar aquí—dijo sin mucho entusiasmo.

—Ya lo creo. Mira sin tan solo me firmaras estos papeles podrías volver a tus actividades dentro del cuartel.

— ¿Así de fácil?

—Bueno, la verdad es que todos los que están en el consejo son un montón de ancianos decrépitos que ya no tienen idea de lo que hacen. Aunque lo diga yo mismo.

El ortán rio ante su propio chiste, pero Naín solo sonrió.

—Creyeron hacer un bien al arrestarte—continuó el ortán—, pero finalmente pude convencerlos de tu inocencia. Esto fue manejado como una infracción interna, así que no se siguió el protocolo que conoces.

—Pues no fue muy interno cuando colocaron mi afiche por toda la ciudad.

—Si bueno, pero debes comprender que eso fue luego de que “escaparas” de la cárcel. Fue ahí donde el consejo ya no quiso seguir manejándolo como interno. Pero afortunadamente ahora todo queda como una mala interpretación de la evidencia, ahora te pedimos disculpas por el error y que firmes estos papeles, en donde declaras que no tomarás represalias en nuestra contra a cambio de tu libertad.

Naín firmó los papeles  con mano trémula.

—Muchas gracias por lo que hizo por mi ortán—comentó

—No me agradezcas muchacho.

Naín salió de la oficina despidiéndose del ortán como los cazadores suelen hacerlo.

Ya afuera, alguien le pidió que fuera a supervisar el entrenamiento de los kutanes. Fue hacia ahí y vio a Amitai escalando el muro de tablones con éxito. Al parecer habían mejorado bastante durante su ausencia; sin embargo eso no evitó que muchos hicieran muecas de descontento cuando lo vieron llegar, recordaban muy bien lo que era entrenar con él. Aunque ese día tuvieron suerte; Naín no tenía muchas ganas de hacerlos sufrir con pesados ejercicios. Ya no tenía ese mismo toque de antes.

Al terminar el entrenamiento todos se dirigieron al comedor para disfrutar de una buena comida, pero no Naín, él tenía otros asuntos pendientes que le picaban en su cabeza. Así que en lugar de dirigirse al comedor fue directo al hospital donde Andrés había estado convaleciente.




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