El llamado de Naín

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Un día, Tadeo le había pedido que fuera al bosque y trajera piedras bonitas y redondas para ponerlas alrededor de los árboles; le había proporcionado un par de cubetas para que las llenara, pero no eran suficientes y tuvo que dar varias vueltas; para la última vuelta, mientras depositaba las piedras en un montón, escuchó un grito que provenía desde el bosque. Aguzó su oído y volvió a escucharlo, le pareció que era Tadeo quien gritaba pidiendo ayuda. Naín tiró las cubetas y corrió rumbo al bosque.

Llegó a donde antes habían estado recogiendo las piedras, pero Tadeo no estaba.

— ¡Tadeo!—llamó Naín desesperado— ¡Tadeo! ¿Dónde estás?

— ¡Por aquí!—respondió, pero su voz aún sonaba lejos.

Naín corrió a buscarlo y al poco rato lo encontró, estaba llorando y balbuceaba algo.

—Tadeo cálmate—lo tranquilizó—, dime ¿Qué pasó?

—Es betsy, se escapó y cayó en el pantano ¡Ayúdala por favor Naín!

Naín sintió pena por el anciano y corrió hacia el pantano. Justamente ahí estaba betsy luchando por salir del pantano, pero eso solo la hundía más.

Naín recordó que un poco más abajo, en la zona de las cuerdas altas, había muchas que no se utilizaban y podía tomar algunas para sacar a la cerdita. Se apresuró a conseguir algunas y regresó de inmediato a donde Tadeo y la cerdita estaban. Ató un extremo de la cuerda a un tronco de pino y la otra la ató a su cintura, y sin pensarlo dos veces se lanzó al pantano.

La sensación era muy desagradable, había una infinidad de cosas adentro y lastimaban sus piernas. El fango lo cubría hasta un poco más arriba de la cintura y a cada paso que daba sentía que el pantano lo devoraba más y más.

Se estiró todo lo que pudo para alcanzar a betsy, que ya faltaba muy poco para que el fango la cubriera por completo.

La cerdita también luchaba por alcanzar a Naín, hasta que finalmente la alcanzó y la abrazó a su cuerpo. Naín comenzó a tirar de la cuerda, pero entrar en un pantano es más fácil que salir, la cuerda quemaba y descarapelaba su brazo; pero él seguía tirando aunque no avanzaba mucho, estaba agotado por el esfuerzo y de repente alguien lo ayudó desde afuera; Naín no levantó la vista para ver quién era, y la verdad no le interesaba, el solo quería estar fuera. Con esa ayuda extra pronto ambos, la cerdita y Naín, estuvieron fuera y a salvo; Naín soltó a la cerdita que corrió a los brazos de Tadeo y luego se dejó caer en la tierra.

—Oh betsy—sollozaba Tadeo—, oh mi betsy.

Naín tomó un poco de aire para luego volverse a incorporar, y entonces vio quiénes eran los que le habían ayudado. Un grupo de ixthus se congregaban alrededor de él y lo miraban atónitos. Había estado tan concentrado en salvar a la cerdita que nunca se dio cuenta de cuándo llegaron, sin embargo, tantas miradas fijas en él lo hicieron sentirse incómodo y se alejó de ahí.

Fue a buscar una llave de agua y se enjuagó el fango ahí, luego fue a darse un baño.

Los profundos cortes en sus piernas, causados por las ramas y la gran cantidad de basura que había en el pantano, hacían que sangrara y el agua corriera en color rojizo. Tenía también algunos rasguños de las ramas y las pezuñas de betsy en el estómago, pero eso no le preocupaba tanto como pensar en la ropa que debería ponerse al salir; solo tenía dos cambios de ropa, uno estaba sumamente sucio y el otro estaba recién lavado y mojado. Sin embargo, a falta de mejores opciones, tomó la ropa mojada y se la puso.

Un estremecimiento de frío recorrió su cuerpo cuando se puso la camisa, no quería usar su ropa así; pero no tenía otra opción, además, luego de un rato, su cuerpo se acostumbró a la humedad y ya no sintió más frío.

Luego de haberse vestido, tomó algunas vendas del botiquín y comenzó a curarse sus heridas. Algunas eran sólo superficiales, pero otras se veían un poco feas. Estaba tan concentrado en ello que no escuchó que sus compañeros de dormitorio fueron llegando poco a poco, uno de ellos tocó su hombro para llamar su atención; cuando Naín se giró para verlo, vio que sostenía un cambio completo de ropa en sus manos y se lo extendió tímidamente. Naín perplejo recibió lo que le ofrecían y luego el resto de sus compañeros, que también tenían ropa en sus manos, pasaron a su litera y la dejaron en su cama. Naín no entendía que estaba pasando, hasta que al final llegó el muchacho que el otro día lo había invitado a jugar básquetbol, y se había presentado a  sí mismo como Gera y le dijo:




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