El llamado de Naín

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Continuaron combatiendo, pero en cada ocasión Gera era el ganador. Naín comenzaba a enojarse consigo mismo por no poder ganar siquiera una vez, aunque Gera siempre lo animaba diciéndole que había estado genial, excelente o impresionante; lo que él no sabía era que eso lo hacía enfadarse más.

—Eso fue fantástico—comentó Gera cuando una vez más derrotó a Naín.

—Quieres dejar de decir eso—dijo Naín irritado.

—Lo siento, tal vez ya fue suficiente, descansemos unos minutos.

—No—Lo atajó Naín—sigamos con esto.

—Bien como quieras.                                 

Ante la obstinación de Naín continuaron entrenando, pero Naín no mejoraba ni un ápice y Gera comenzaba a sentirse incómodo hasta que finalmente llegó Eliel a interrumpirlos, tenía rato observándolos y decidió que ya era el momento de intervenir.

—Gera, Naín, es suficiente por hoy. Vayan a sus dormitorios.

—Quiero continuar—objetó Naín.

—Ya no eres tu quien da las ordenes Naín, he dicho que vayan a sus dormitorios, el entrenamiento se acabó, mañana continuaremos.

—Jamás he hecho lo que otros me han dicho—dijo Naín, sintiendo cómo la frustración escapaba de su cuerpo.

—Escucha, ya traté con un insolente el día de hoy y no tengo ganas de tratar con otro más. Mientras estés conmigo aprenderás a obedecer y entenderás que ya no eres más un siftán, eso quedó en el pasado. Ahora ve a tu dormitorio, el entrenamiento acabó para ti por hoy.

Naín se alejó irritado y cuando llegó a su dormitorio aventó la espada y la armadura al fondo de su baúl. Había sido suficientemente humillado ese día como para no volver a salir, sin embargo él no era de esos que se quedan en la cama llorando su derrota. Concluyó que su fracaso del día había sido el resultado de la falta de entrenamiento en el tiempo que estuvo con Tadeo, así que tomó una camisa ligera y se fue al bosque a entrenar por su cuenta.

Comenzó trotando y luego dio algunas vueltas corriendo, cuando hubo entrado en calor tomó un tronco y lo puso sobre sus hombros para hacer sentadillas con él. Luego corrió cuesta arriba con el mismo tronco sobre sus hombros varias veces hasta que se cansó.

Cuando bajó del bosque era tarde y comenzaba a oscurecer y la mayoría ya se encontraba en los dormitorios.

— ¿Dónde estabas?—Le preguntó Gera cuando lo vio llegar.

—En el bosque.

—Bueno, no nos permiten guardar la cena, pero toma estas galletas que saqué a escondidas.

—Gracias Gera.

Naín tomó las galletas aunque no tenía hambre, pero en agradecimiento por la atención que tuvo, se las comió.

A la mañana siguiente, se levantó una hora más temprano que lo demás y tomando la armadura y la espada se fue a entrenar un rato él solo en la arena.

La espada aún seguía pareciéndole muy pesada. A veces incluso sentía que aumentaba su peso y ya ni hablar de la armadura que no le permitía moverse con mucha libertad que digamos. Se preguntaba cómo era posible que los ixthus pudieran hacer sus acrobacias con esa cosa puesta. No se dio cuenta de que el tiempo había pasado y que ahora sus compañeros comenzaban a llenar la arena. Fue entonces que se detuvo y por orden de Eliel se colocó a un lado de Gera. Con la mirada buscó a Alef entre las filas pero éste no estaba.

Nuevamente Eliel ordenó que entrenaran por parejas. Gera intentó nuevamente ser gentil con Naín, pero sin importar cuanto se esforzara, Gera siempre le ganaba en cada asalto y su frustración aumentaba cada vez más.

Eliel se paseaba entre las parejas y les daba indicaciones para mejorar sus defensas o sus ataques, pero se detuvo más tiempo cuando llegó con Gera y Naín.

—Te ves cansado Naín—comentó.

—Estoy bien.

—No lo creo. Gera deja que Naín descanse un poco.

—Dije que estoy bien—replicó Naín.

—En realidad necesito hablar contigo—dijo Eliel con calma.

—Ahora no, necesito entrenar.

Luego de la confrontación que había tenido con Naín el día anterior, Eliel quiso intentar algo distinto con él.




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