El llanto de las palmeras

Malu la ginetera

Capitulo 4

Capitulo 4. Cuento 19: Malú la jinetera

Todos estaban en la parada del camello, agrupándose en las aceras, en espera de la llegada del monstruo rodante. El verano iniciaba caliente, dejando su señal sobre los rostros sudorosos, el sol reflejaba sobre la calle sus rayos más fuertes, a lo lejos comenzó a divisarse rugiendo como máquina de fuego, él tan esperado transporte, era un camión articulado, mitad guagua y mitad camión, repleta de gentes que se aferraban a la puerta como moscas en un panal, mientras los de la acera trataban de agarrarse, colocando al menos un pie sobre el escalón del monstruo de hierro.

-No cabe más ninguno- gritaba el conductor, tratando de cerrar las puertas

-¡Por favor señores! córranse un poquito, así podemos entrar todos-gritaba desesperado un señor de cabellera completamente blanca.

-Me voy, los demás se quedan- gritó el conductor, cerrando la puerta, ante las miradas desesperada de la multitud, que todavía continuaba a luchar en la acera, para tratar de entrar al menos un pie. Las puertas del camello se cerraron, dejando alrededor de 50 personas, que desesperadas, con aire de disgustos, veían alejarse su único medio de transporte. Entre la multitud que se agrupaba en la acera, una muchacha, que aparentaba entre 15 a 16 años, buscaba protección bajo el tronco de un árbol, tratando de encontrar un muro, donde sentarse a descansar los pies, después de una larga noche de alcohol, parranda, música y sexo.

Un nuevo camello, se divisó a lo lejos, provocando una nueva algarabía entre el grupo, la joven recogió su bolso y se dirigió decidida a la puerta , el molote le impedía agarrarse a los tubos , pero logró poner un pie en el escalón, desplazándose con energía dentro de la guagua, mientras sentía cerrarse la puerta a sus espaldas. Durante un rato, vio desplazarse a través de la ventanilla, calles llenas de gentes, niños con pañoletas rojas y azul, que se dirigían a las escuelas, entre gritos y sonrisas.

La noche había estado difícil, había deambulado por todos los hoteles de la ciudad, en busca de clientes que le pagaran la noche, había bailado en discotecas hasta el cansancio, pero todo en vano, regresaba a casa cansada y sin dinero.

Estaba cansada de esta vida, pero estaba sola, su abuelita era demasiado vieja, para pagarle sus gastos, además había prometido a su padre, que la ayudaría y no le daría dolores de cabezas, debía ser discreta, si quería evitar que se enterara donde pasaba las noches, una historia detrás de la otra, ya casi no sabía que inventarle, para no levantar sospechas, pero su abuelita no era tonta, la taladraba con la mirada, desnudándola, creo que en el fondo no quería entender, no quería percatarse de lo que estaba sucediendo.

El camello se detuvo, recogió su bolsa del asiento, dirigiéndose con un paso cansado hacia la puerta de salida, caminaba mirando el piso, era trigueña, con el pelo largo y ensortijado, todavía podía verse en su rostro, cierto aire infantil, con un poco de inocencia reflejado en unos ojos negros, como la noche. El pantalón azul, apretado al cuerpo, marcaba su figura que iniciaba a cambiar la forma de adolecente en una bella mujer, con tacones altos, y una blusa blanca, el escote, dejaba ver su espalda bronceada por el sol, donde volaba una mariposa tatuada, mientras su cuerpo ondulaba al caminar, se encaminó a un pasillo de apartamentos, sacó la llave, abrió la puerta y entró.

Dentro todo parecía triste, las paredes descolchadas, sin pintura, ni cuadros, un viejo juego de muebles, un televisor en blanco y negro, una mesita con un búcaro de flores artificiales , un cuadro, desde donde sonreía una pareja feliz. En un rincón una imagen de San Lázaro, con una capa morada, que la miraba fijamente, mientras le sonreía. Se paró delante haciendo la señal de la cruz.

-Gracias padrecito- dijo en voz baja., sin saber siquiera porque le daba las gracias, era una vieja costumbre que había aprendido de su madre, y la repetía diariamente más por hábito que por convicción. Dejó caer la bolsa sobre la cama del cuarto, comenzó a desvestirse, lentamente, fue tirando una a una la ropa sobre la cama, se metió en el baño, abrió la llave del agua fría, y dejó que resbalara por todo su cuerpo, limpiándola, tratando de que le borrara el cansancio y el olor a tabaco y alcohol.

-Abuelita ¿eres tú?- preguntó al escuchar la llave de la puerta.

-Si Malú, ¿cuándo llegaste?- le respondió la abuela asomando la cabeza.

-Hace algunos minutos-

- te preparo el desayuno.

-No preocuparte abuelita, deja mi pan para ti, yo comí algo en casa de Lucy- mintió.

Sabía que era mentira, no había comido nada en toda la noche, no había encontrado ningún turista que le pagara la cena.

-¿Se divirtieron, tú y tu amiga Lucy en la fiesta de cumpleaños? dijo escudriñándola con la mirada, como si quisiera verla por dentro, en el espacio más recóndito de su conciencia.

-Si, bailamos un poco y fuimos a dormir temprano- mintió, estaba preparada para esta mirada de siempre.

-Ah Malú, me olvidaba decirte, que llegó carta de tu padre, está sobre la mesita de noche- .

Malú, se movió lentamente en dirección a la cama, cogió el sobre, y lo guardó en su bolsa con desencanto. La abuela la observaba desde la cocina con una mirada de tristeza, esperaba observar la reacción de su nieta al ver el sobre, pero se equivocaba, no habían emociones en la mirada de Malú, todavía no le perdonaba a su padre el abandono, sonrió con tristeza , estaba vieja, tenía alrededor de 80 años, con una mirada opaca y cansada, grandes arrugas cubrían todo su rostro dulce, estaba delgada, casi transparente, sólo hueso cubiertos por un viejo vestido y unos pelos blancos que parecían escaparse desde dentro de un pañuelo del mismo color. No tenia joyas, sólo una cadenita de oro con una medalla de su santo, que daba un reflejo de luz a su cuello arrugado.

Habían pasado dos años desde que su hijo, el padre de Malú había abandonado el país en forma ilegal, se había graduado como médico, había estudiado toda su vida, para tratar de sacar a su madre del solar donde Vivian, había perdido su mujer cuando Malú tenía 5 años, de una crisis de asma, y había criado a la niña con su ayuda. Trabajaba en un hospital, como cirujano, su trayectoria como médico, le habían hecho ganar el reconocimiento de sus colegas y pacientes, hasta que su mejor amigo, salió de prisión la obsesión por abandonar el país, en busca de nuevos horizontes, comenzó a parecerle una buena idea, tratando de convencerlo, pero era inútil, jamás dejaría a su madre y a su hija solas, hasta que una tarde lo despidió en la costa, viéndolo desaparecer entre las aguas del océano.




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