Estaba sentada en mi cama, mirando al techo, después a la pared y, por último, a mis pies. Me pasaba preguntándome:
—¿Soy yo? ¿Puedo hacerlo?
Una y otra vez.
Me levanté de la cama y me quedé mirando un zapato. La verdad, no sé por qué lo hice.
Miré el reloj: eran como las 4:00 a.m.
—Bueno, al menos me levanté una hora antes de irme a la escuela —dije mientras me ponía de pie, lentamente, como si me doliera la espalda.
Me fui a bañar mientras pensaba en lo que tenía que hacer ese día, el mejor día... pensé, mientras el agua fría de la ducha caía sobre mi cabeza.
Salí de la ducha, me lavé la cara, limpié el espejo con mi mano. Quedó un poco empañado, así que agarré una toalla y lo sequé bien para poder verme con claridad. Me cambié y me puse el uniforme para salir al colegio.
Apenas puse un pie en la escuela, cambié mi expresión.
—¿Por qué tengo que estar aquí? —susurré mientras caminaba por los corredores hacia mi salón.
—Hola, Keyla —escuché una voz masculina detrás de mí.
Me volteé.
—Hola, Marcos. Buenos días.
—Te llamé y no me respondiste. ¿Estás bien? —dijo con una voz suave, pero muy segura.
—Estaba ocupada —respondí, en seco.
—Ok... ¿quieres que te lleve hoy a casa? Tengo tiempo libre.
—No, tranquilo. Hoy me recoge mi madre —dije, aunque mi madre no estaba presente en los últimos seis años.