—Ok...
No quería que nadie me llevara a casa. Estoy bien así como estoy. No deben preocuparse por mí.
Llegó el maestro de esa clase. Usaba lentes, tenía el cabello marrón oscuro y una mirada intimidante. Sus ojos eran tan oscuros como la noche. Me senté en mi puesto y apoyé las manos sobre la mesa. El profesor comenzó a explicar. Era nuestra clase de matemáticas.
Cuando terminó, me dirigí a la cafetería en el descanso. Me comí un croissant con un jugo de mango. Al sonar el timbre que indicaba el final del descanso, me dirigí a la clase de química.
Al entrar al salón, vi a un chico alto, de piel clara, ojos negros y superalto. Parecía tener mi edad.
—Maestra, ¿no me puede cambiar de aula, por favor? No me gusta mi salón —dijo.
—Lo siento, Dante, pero no me quedan más cupos, solo en el aula del profesor Nicolás, y es muy difícil que te acepte en su clase —respondió la profesora mientras miraba unos papeles.
—Trataré de hablar con él.
—Esa es mi clase —susurré.
De repente, vi a alguien salir del aula y caminar. Cuando volteó hacia mí...
—¿Tú eres estudiante del profesor Nicolás, verdad?
Me quedé quieta y callada. No podía verlo a los ojos. Estaba muy cerca. Solo miraba al suelo.
—¿Sí o no, niña?
¿Niña? Ahí me enojé.
—¡NO SOY UNA NIÑA! ¡PODRÍA SER HASTA MAYOR QUE TÚ!
Le vi la cara. Parecía como si nunca le hubieran hablado así.
—Sí, soy estudiante del profe Nicolás.
—Ok, pero no debiste enojarte así —dijo, asustado.
—Perdón por hablarte así, pero es que no me gusta que me digan niña.
—Ok, ok... ¿me puedes llevar con el profesor Nicolás... el de tu clase?
Asentí con la cabeza y comencé a caminar para que me siguiera. Mientras caminábamos, la gente nos miraba raro. Él se puso rojo.
—¿Estás bien? —le pregunté al ver su cara.
—Es que... —se acercó y me susurró al oído— es que nunca me habían visto con una... una mujer.
—Ah... —y me eché a reír.
—No es chistoso.
—¿Nunca has tenido afecto femenino? —le pregunté, con toda la sinceridad del mundo.
Se enojó y caminó más rápido.
—Ok... —dije en voz baja.
Cuando llegamos al salón del profesor, me regañó por no estar en clase de química. Le dije que la profesora me había mandado a llevar a Dante. Me ordenó regresar. Le hice caso.
Minutos después, vi a Dante entrar al salón y dirigirse a la profesora de química. Ella se levantó:
—Les presento a Dante. Él es el nuevo del salón.
Se sentó a mi lado. Mis compañeros de alrededor se quedaron mirándonos… Las chicas me miraban como si me fueran a matar. Le dijeron a Dante que se sentara donde quisiera, y justo había un asiento al lado mío. Se acercó y se sentó. Los hombres se reían y nos señalaban.
—¿Por qué te sentaste aquí? —le pregunté.
Respondió en seco:
—¿Acaso había más asientos?
Tenía razón, no había otro lugar donde sentarse. Toda la clase fue incómoda, y sobre todo él me ponía nerviosa.
—No sé por qué me pone así —pensé.
Sonó el timbre. Esta era nuestra última clase del día. Me levanté de mi asiento, salí del aula y me fui para mi casa. En el camino me encontré con unas amigas.
—¿Irás a la fiesta de esta noche? —me preguntaron.
—¿Cuál fiesta?... —no tenía ni idea de lo que me hablaban.
—La de Dante. Él invitó a todos en la escuela.
—¿Quieres que pasemos por ti?
—Tranquilas, no se preocupen. Yo llegaré.
—Ok, te enviaremos la dirección.