El llego

Capítulo 6 – La vida sigue, pero los recuerdos quedan

Salí del salón y me dirigí a mi casa. Ya era de noche y no podía llegar tarde porque Nala no tenía comida.

Mientras caminaba, miré las estrellas. Me recordaron cuando era pequeña, y vivíamos en una finca. Mi papá me sacaba afuera, y juntos mirábamos las estrellas. Me contaba historias de su trabajo y de cómo viajaba por el mundo. Me recordaba cuánto amaba a mi madre.

Pero ahora me doy cuenta de que mi padre dio mucho más que ella.
Él sí la quería de verdad. Ella solo lo usaba, especialmente porque él estaba pensionado.

Alguien interrumpió mis pensamientos.

—Hola, Keyla. ¿Cómo estás? ¿Te acompaño a casa?

—Ah... Hola, Marcos. No, tranquilo. Puedo ir sola.

Traté de caminar, pero me acorraló contra una pared y se acercó demasiado.

De repente, llegó Dante y le metió un puño. Me agarró del brazo y me jaló para alejarme de Marcos.

—¿Qué hacías con él? —me gritó.

—¡Él solo...! —traté de responder, pero no me dejó hablar.

Empezó a reclamarme, a gritar que por qué me había ido a casa con Marcos, que si yo era una cualquiera que dejaba entrar a cualquier hombre.

Le metí una bofetada.

—¡Los problemas no se resuelven a golpes, Dante! ¡Él fue quien se me acercó!
¿Y sabes qué? ¡No soy ninguna cualquiera! ¡Lo que estás pensando no es verdad!

Grité. Me solté de él y fui hacia donde estaba Marcos.

—¿Estás bien? Lo siento. Él se vuelve loco a veces...

Marcos se levantó. Tenía el labio roto y sangraba por la nariz.

—Tu novio es un loco —dijo, y se fue.

Seguí caminando a mi casa con esas palabras en la cabeza:
“Tu novio es un loco.”

Me pregunté por qué Dante siempre reaccionaba así. Entonces vi una moto negra pasar a toda velocidad.

No pude ver quién era.

—¿Por qué la gente será tan loca de andar a toda velocidad? —murmuré.

Aguanté las ganas de llorar porque había peleado con Dante.

Cuando llegué a casa, saludé a Nala y le puse comida en su plato. Me fui a mi cuarto, me acosté en la cama y me quedé dormida.

Hasta que sonó mi celular. Me estaban llamando…

Era Dante.
No quería contestar. Pero algo en mi corazón me dijo que lo hiciera.

Contesté.

No era Dante.

—Señorita, la llamamos del hospital central de la ciudad. El chico Dante la tiene como contacto de emergencia. Está muy mal, necesitamos que venga lo antes posible.

—Sí… claro —respondí. Colgué, me puse los zapatos y salí corriendo hacia el hospital.

Cuando llegué, le pedí a los doctores que me dejaran verlo. Lloraba y temblaba.

Apareció un médico.

—¿Usted es la señorita del contacto de emergencia?

—Sí, soy yo. ¿Dónde está? —pregunté preocupada, con lágrimas corriendo por mi rostro.

—Está en cirugía. Tuvo un accidente grave. Es una operación de alto riesgo.

—¿Qué pasó?

—Iba en su moto. Se detuvo en un bar, tomó alcohol, y luego condujo a alta velocidad. Chocó contra otro auto. Si no fuera por el conductor del carro, no habría sobrevivido.

—Haga lo que tenga que hacer, doctor —dije, sintiendo cómo se me hundía el pecho.

Los minutos pasaban. La espera era eterna.

Cuando el doctor regresó, sentí que mi corazón se detuvo.

—Lo siento mucho, señorita… pero lamentablemente...




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