Encontre el dibujo encima de la mesa de estudio. No calde en el suelo, o frente a la cama, que ya hubiese stado mal, pero yo hubiera podido pensar que sim plemente lo deslizaron con fuerza por debajo de la
Parecia la hoja que arrancaron con mano firme de una agenda de notas, o de un diario, porque llevaba la fecha estampada en una esquina.
Era el dibujo realizado por un niño. O más bien un adulto imitando algo parecido.
Habian dos personas en el dibujo, chico y chica, como esos muñecos hechos de palitos. Uno con pan- talones. Otro con vestido. Las cabezas eran círculos sin ojos, pelo, boca ni nariz. ¿Alegres? ¿Tristes? Impenetrables, pienso ahora.
Bajo los pies, dibujaron fragmentos irregulares -vidrios-y charcos coloreados de oscuro, Sangre negra pintada con tinta de boligrafo.
En las terminaciones de los brazos pintaron manos que se me antojaron pelotas de hierro con agujas en
la superficie. Encima del dibujo, un corazón traspa sado por una flecha, como esos corazones que pin tan las chicas en la última hoja del cuaderno de Fisica cuando se aburren
Habian entrado a mi habitación, y sabia quién. Volé a buscar bajo el colchón. El cuaderno con el esquema Gestalt seguía allí, casi en la esquina. Lo empuje otro poco hasta verlo llegar al centro. Tendría que buscarle otro escondite o tirarlo al sanitario y descargar, o enterrarlo en el jardín o soltarlo en algún contendedor de basura. Cuántas imágenes pasaban por mi cabeza. Imágenes que cruzaban ante la venta- nilla de un tren que se desboca, que va extraordina- riamente aprisa. Podía verlas sentada en el piso, las piernas encogidas, mirando aquella puerta y sin- tiendo la descarga mantenida de un miedo que subia como oleadas, como el flujo y reflujo de una marea que te salva y te asfixia.
Senti espinas creciendo como maleza en mi gar- ganta.
Ahora tendrías que tragar, Olivia, deglutirlas.