El lobo de las sombras

Prólogo

 

      En enero 27 del 2007, en el lejano pueblo de Byromville, se encontraba la silueta de un monstruo por las calles, una sombra influida por los remordimientos de la luz nocturna, escabulléndose entre las sombras como algo que evitaba que lo notaran. Algo extraño,  algo diferente, como si sólo la noche lo atrajera, sin descripción ni ausencia de algunas personas.

       Él era un auténtico secreto, como un fantasma que se aparecía en las noches, pero sin embargo, no pretendía hacer daño ni lastimar a ninguna persona. Tal vez, si las personas descubrían de su existencia lo considerarían como un monstruo de la oscuridad.

      Esa noche, sólo tenía la curiosidad de salir por una vez en su vida de la cabaña del bosque donde vivía, aislado de las personas para evitar llamar la atención. Aunque la casa abandonada en medio de Byromville llamaba la atención, se las había arreglado para inventar una historia sobre una familia muerta que sus espectros rodeaban las habitaciones.

      Cuando el cielo tornaba un color oscuro divisando relámpagos por la tormenta, Harry Ward caminaba hacia el exterior del bosque, observando cómo los autos pasaban a baja velocidad por la lluvia de esa noche. Y fue entonces cuando se detuvo, sin recordar la existencia de las cosas humanas que había en el exterior. Se sentía aterrado, incluso el viento que rugía le causaba escalofríos; inundando su piel con gotas de agua en los poros de su piel.

     ¿Y si alguien lo veía? Si alguien lo veía él escaparía. Escaparía hasta no dejar rastro. Hasta no presenciar la existencia del ser que lo poseía. Un hechizo de la oscuridad interminable, que lo había condenado a ser así hasta que pudiera repudiarse así mismo. Pero él no se odiaba, él tenía la esperanza de salir de ese cuerpo cuanto antes, para poder vivir como una persona normal y corriente. Mientras tanto, sólo se escondía. Se escondía de las personas, quienes pensaban que el verdadero Harold Ward había muerto. Pero no era así. Estaba más vivo que nunca.

     ¿Y cómo se atrevería a salir por primera vez de su escondite? Se alimentaba de ratas, ya que su proceso digestivo sólo le daba para tener hambre de un animal; cualquier carnívoro que se le pudiera decir. Él prefería llamarse a sí mismo como una criatura endemoniada.          Nada de este mundo. Algo sobrenatural, intuitivo y persistente.

    Harry prosiguió su camino, cuando dio un paso fuera de la tierra mojada, y del olor a hojas que perforaba en su nariz. Un trueno cayó del cielo, cuando éste se asustó sintiendo como sí de alguna forma los ruidos de la noche lo delataran.

    Cada noche, cada día, cada segundo de su vida había sentido que algo lo apoderaba, como alguien ebrio en su mirada, en su cuerpo, y al día siguiente, no recordar nada de lo que había hecho. Una tormenta en su cabeza que le bloqueaba ciertos recuerdos.

     Prosiguió en la oscuridad, y de pronto se observó las manos, con garras en vez de uñas humanas. Escuchó un ruido en lo lejano, se dio la vuelta rápidamente hacia atrás, para divisar algo que se movía entre los arbustos, pero no logró mirar nada.

     Así que se apresuró para volver a casa lo antes posible, corriendo entre los árboles, con el crujido de las ramas que pisaba al correr. Era tan rápido, tan astuto, tan invisible y fantasmal que nadie podría notarlo en la negrura de la noche, la excepción eran sus ojos, brillando azules como si una jema lo poseyera en ambas pupilas. Volvió a casa, donde el viento soplaba las cortinas, y el aire olía a bosque, como un perfume saludable para él, o para la criatura que era.

 




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