LA ENCANDILANTE MASCARADA
La noche estaba sentenciada a una fiesta letal, cuando las personas se envolvían entre la multitud de disfraces que arremolinaba el ritmo como si sintieran sus propios latidos desvanecerse en el aire. El disfraz de la misteriosa leona encandilaban en los ojos de tal criatura, cuando el extraño ser había aprovechado la oportunidad para salir de su escondite y presentarse en la fiesta de carnaval, justo en la entrada, listo para dar unos cuantos pasos y bajar por las escaleras decoradas con bellas hojas canadienses esparcidas entre las ramas influidas.
Comenzó a acercarse, siendo atraído por los dibujos en la piel de la dama, y ella, en sus ojos negros predominando en su oscuridad.
Ella sonrió, como si el brillo de sus ojos se quebrantara en llamas.
—La noche es como un susurro, alucinante hasta provocarte titilar con su frío elaborado… —él alzó la mirada hacia las estrellas. Ella rio por lo bajo, divertida.
—Impresionante. —se cruzó de brazos—. Simple e impresionante.
Él bajó la mirada, complacido por sus palabras.
— ¿Quién diría que las personas eran tan interesantes en éste lugar? —musitó absurdo, siendo guiada por la intensa mirada de aquel misterio.
—Lo extraño es lo interesante. —le respondió, tensando su cuerpo frenéticamente ante la radiante figura disfrazada.
—Nunca le tomé importancia a lo extraño. Incluso cuando incluye en mi visión. —despegó una expresión retadora.
Él asimiló la inquietud, y se dio cuenta de que dos hombres disfrazados de leones protegían a la severa chica a sus espaldas.
—Una buena semejanza al verdadero punto de vista. —suspiró cansado, y se dispuso a continuar caminando, esquivando a la chica desesperada.
—Espera —se detuvo, agradecido detrás de ese disfraz, temblando ante aquel dulce gesto vocal—. ¿Quién eres?
Él hizo una mueca sonriente, sorprendido, divertido, y sin mirarle respondió:
—Por eso lo extraño es extraño, por eso los secretos son secretos. —espetó mirando de reojo la sombra de la figura femenina—. Por eso los misterios deben descubrirse. Y luego dejar de ser misterios.
No dijo nada más, y prosiguió caminando, perdiéndose en el centro de la fiesta como un invitado más...
Miraba de reojo hacia sus espaldas, en busca de aquella chica perdida en sus pensamientos. ¿Quién era ella? Esa pregunta no sólo era abrumadora, era cautelosa e intrigante. Sin embargo, esa noche él se comportaba como un hombre intimidante, alguien diferente, alguien que quería ser.
Cesando en sus palabras mentales, sonrió al ver a la chica que lo observaba desde lejos, cual se escondió de inmediato tras un muro iluminado.
«Bien» Se dijo así mismo, y continuó caminando hacia la pista de baile.
La dama comenzó a acercarse, y se envolvió en el ritmo de la música rodeada de personas que apenas conocía bien. Creía estar perdida, y se dio por vencida, cuando unas manos enguantadas tomaron su mano arrastrándola contra el cuerpo de aquel misterioso chico con brusquedad.
—Tú —lo miró directo a los ojos.
—Así es. Yo. —sonrió, mostrando su dentadura perfecta.
Ella frunció la mirada.
— ¿Cómo…? —vaciló, a punto de preguntar, cuando le interrumpió.
—Te has de preguntar la manía de mis interesantes y complicadas palabras sin sentido. —ella seguía mirándolo sin darse ni la más mínima cuenta, cuando él sostenía su cintura y su mano derecha.
— ¿Quién eres? —quiso preguntar.
— ¿Quién eres tú? —le replicó.
— ¿Por qué habría de decírtelo?
— ¿Por qué yo te lo diría?
Sonrió irónico, cuando sin darse cuenta le dio una vuelta rápida y la pegó contra su cuerpo de espaldas, tomando su cintura con sus manos, sujetándola con fuerza para evitar dejarla ir.
—Soy quien tú quieras que sea. —le susurró al oído, y una vez que su cuello sintió el despegue del aliento de su boca, comenzó a desvanecer con lentitud y fragilidad las manos de su cintura. Y cuando ella se dio la vuelta, él se había ido.
Harry salió corriendo de la fiesta, sin llamar mucho la atención, y sin provocar que la seguridad de la fiesta lo persiguiera. Cuando corría atravesando la calle que daba camino al bosque un auto a alta velocidad pasaba al mismo instante, y como si fuerzas de la naturaleza lo apoyaran, el auto se detuvo quedándose inmóvil.
— ¡Lo siento! —alzó las manos y sin dejar que el hombre del auto lo mirara del todo, se fue de inmediato.
Se quitó la máscara, cuando la lluvia comenzó a caer, y el cielo comenzaba a tronar. Habían pasado años desde que había salido por primera vez desde que se había convertido en lo que era. Y para ser exactos, había sido toda su vida que había tenido que aprender a vivir con lo que era. Para un año como éste, era la misma fecha en la que había decidido salir, cuando apenas era un niño de siete años.
Habían pasado diez años exactos desde que se volvió a ocultar del exterior, sólo podía cazar en la noche, y de ahí a casa para esconderse de las criaturas humanas. Tenía diecisiete años ahora, y pensaba recorrer la ciudad esa noche, aprovechando la época de carnaval en toda la ciudad.
Se tiró al suelo de rodillas, y alzó sus brazos al aire junto con su cabeza gritando al vacío de tanta felicidad. Se sentía libre, tan libre como las aves. Pero una vez riendo, las lágrimas comenzaron a inundarle la cara. Harry se cubrió con ambas manos, y sollozó en ese instante. En medio del bosque, tirado de rodillas en la tierra mojada, en medio de la tormenta de esa noche, sollozando por no poder sentirse en verdad libre. Libre del cuerpo que lo estaba atrapando. Libre de él mismo.
Luego sintió como si algo lo observara, como una especie de sentido que le decía que alguien más estaba con él. Que no estaba solo.