LEALTAD, RENCOR Y VENGANZA
Caleb caminaba por la orilla del bosque, cuando la mañana estaba fría y había una especie de neblina incandescente que rodeaba en las hojas. El viento se despejaba como un soñoliento aire fuerte. Cuando escuchó el ruido de los cuervos rodeándolo, se llevó las manos a los bolsillos y siguió caminando.
El viento comenzaba a rugir, cautivando su atención por completo.
Delante de él, una especie de humo negro se retorcía como serpientes en el suelo, dando forma a un hombre encapuchado de ojos rojos.
Caleb suspiró de miedo.
— ¿Quién te ha enviado? —dudó por unos segundos, cuando las entrañas parecían contraérsele.
El ser no respondió. Pues parecía sólo mirarlo.
—Envalay Hard —musitó, cuando el ser ladeó la cabeza pareciendo entenderle. Como si fuese un robot—. ¿Eres uno de ellos? ¿De nosotros?
Volvió su cabeza a su lugar, y después dio un paso adelante, y el temor de Caleb lo hizo retroceder.
—Lo entiendo. —intentó no mirarlo mucho—. ¿Qué es lo que quiere?
El ser prosiguió, caminando hacia él con un humo negro que lo poseía en el aura alrededor de su cuerpo. Caleb se quedó quieto, cuando sin darse cuenta, la cara se le comenzaba a agrietar, y comenzaba a retorcerse de dolor.
Expresaba muecas inútiles, mientras las fuerzas oscuras comenzaban a entrar en su cuerpo. Su magia estaba de vuelta. El chico calló al suelo inconsciente…
Y él ser se marchó.
— ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? —había preguntado Carowkrele a mitad del camino—. ¡A dónde me llevas!
Escuchó como ella reía, y que su voz se esparcía entre los ecos del pasillo. Era como estar en medio de su mundo, y a la vez, viviendo otra realidad.
—Qué es esto… —comenzaba a marearse, cuando las criaturas deformadas lo arrastraban.
Le dolía tanto el cuerpo que parecía morirse y reencarnar al mismo tiempo.
—Tranquilo. —susurró Fadregre, pero el caso era que Carow no había visto que sus labios se movieran, dándose cuenta de que le hablaba mentalmente—. Todo pasará tarde o temprano…
Parecía estar drogado con una especie de magia que le ahogaba la garganta, hacía que el cuerpo le ardiera como si le pusieran mil antorchas encendidas en fuego sobre su piel, y Fadregre reía y reía como si eso fuera divertido…
Las criaturas lo pusieron de pie, cuando veía siluetas plasmadas en frente suyo. No podía ver sus caras. No podía entender qué era lo que estaba sucediendo. Los ojos parecían quemarle por dentro, y el dolor aplastarle las entrañas.
Comenzaba a escuchar palabras, entre tantas que eran imposibles de descifrar. Como una especie de rito en el que ya estaba involucrado.
La bruja lo acariciaba, acomodando su cabello, mientras el chico sudaba en mares. Las palabras parecían matarlo lentamente…
—No… —rogaba con susurros que no podía gritar, pues su voz se desvanecía…
—Shuu —respondió ella, sujetándolo con fuerza—. No luches.
Pero él quería luchar. Más de lo que creía capaz. Algo que no podía descifrar. Ni hacer. Sólo pensar…
—Envalay era un brujo arcano, sin poderes extraordinarios ni poderosos en el mundo mágico. Conocido como Lodern. Lo único que quedó de él, fue la mansión de Lohe, donde Fadregre debió haber controlado apenas fue deshabitado. —miró a Harry, quien estaba intentando comprenderlo—. Como decía, era el sirviente de Franki y Anirk. Los más poderosos del tejido mágico. Ambos enemigos, que tendían a compartir el liderazgo. Uno que controlaba la invocación, y el otro que poseía toda la inteligencia y el conocimiento de la brujería.
Alzó sus manos, y elevó una bola de fuego grisácea, donde las imágenes brotaban mágicamente.
—Como Envalay estaba harto de servir a ambos brujos poderosos, se dedicó a su deber de brujo arcano, como un chamir, pero en su caso, era un brujo investigador, buscaba magia antigua, no quería aprender de Anirk, quería saber dominarlo. Así que se hizo la tarea de saber cómo derrotar a ambos, y por él mismo, crear un ejército de brujos malignos y apoderarse del mundo.
—Y al final lo obtuvo. Consiguió la guerra y desató a su negrura para usar a los humanos como subyugados. —dijo Donag, cuando miró hacia la puerta—. Y creo que alguien espera en la puerta.
Luego miró a Harry.
Y la única idea que se le vino a la mente fue Kailan.
Se levantó de inmediato y abrió la puerta de un trancazo, encontrándose con Juliana, quien se veía un poco divertida, expresando una mueca de felicidad.
—Tanto tiempo sin verte. —murmuró, y luego vio a sus alrededores—. ¿Estás solo en casa?
—De hecho no. —contestó una Donag enfurecida, recargada en el marco de la puerta con los brazos cruzados.
Juliana desapareció la risa en su voz.
—Lo siento. —tartamudeó éste—. No es buen momento.
—Claro. Entiendo… —le sonrió, y luego se fue.
Ambos volvieron a adentro.
— ¿Y ella era…?
—Amiga de Kailan.
—Agradece por lo que hice. Sino hubieras tenido que soportarla. Fuera lo que fuera, ya estás a salvo. —rio unos momentos.
—De acuerdo.
Derek se cruzó de brazos divertido.
—Esperabas que fuera Kailan, ¿no es así? —Harry se rascó la nuca.
—No. Sólo me precavía. Las visitas no me son frecuentes. —contestó serio.
—De acuerdo. —murmuró el brujo—. Necesitaremos encontrarnos con alguien.
Harry frunció el cejo.
—Eso implicará marcharnos de aquí.
—No podemos hacer eso. —se negó a aceptar la idea—. Aquí es donde Fadregre está. De donde está ese… portal de dimensiones. No podemos irnos.