CONTRINCANTES
La noche era esplendida.
Harry y Kailan daban un paseo por el camino hacia el interior del bosque, cuando el viento soplaba las hojas y el frío titilante en el ambiente se propagaba lentamente a medida de sus pasos.
—Lo he pensado. Y creo que tú y yo somos los peores en esto de la amistad. —espetó Harry con las manos en los pantalones.
—Creo que es porque cuando te encuentras con un chico lobo en un carnaval y en verdad crees que es un disfraz, cuando en realidad es alguien más, te da por salirte de tu propia cordura. —le respondió con ánimos.
—La noche es como un susurro. —ella se detuvo para mirarlo, como si hubiese dicho algo malo, pero a la vez bueno y extraño. Lo miró justo a los ojos, y él a los suyos, delicadamente echándole una ojeada a sus labios—. ¿Qué? ¿Acaso tengo algo malo? ¿Un cucaracho en la nariz?
Ella rio a carcajadas, cuando él disfrutaba verla reír con esa linda sonrisa.
—Es sólo que… Dijiste justo eso la noche que nos conocimos. —había respondido.
—Mis palabras nunca han tenido sentido. —replicó él, levantando una de sus cejas y notando como su cuerpo se tensaba.
—Sí. Es sólo que… Han sido parte de mi vida desde ese instante en que lo dijiste. —evitó mirarlo, sin embargo, él continuaba mirándola como si no hubiera final—. Cuando te vi transformado en lo que eras, no tuve miedo. O será que no quise tenerlo. Porque…
—No quería dejarte ver el monstruo que era. —dio un paso adelante—. Ni lo capaz de lo que pude haber sido…
—Porque no creo que seas malo. No quiero creer eso. Yo sé que no eres malo. Tienes una parte humana, y eso es… Es diferente. Y eso es bueno.
Dio un paso adelante, pero ésta vez no se detuvo, colocó sus manos por entre su cabello y la empujó hacia él, y la besó. La besó tan fuerte que pudo sentir el latir de su corazón ir tan rápido que se les acababa la respiración. Pero aun así, él quería besarla. Quería atraparla con sus fuertes brazos. Se fue deslizando por los de ella hasta llegar a su cintura, mientras ella acariciaba su cabello, apretándolo contra ella. De una manera tan intensa que las comisuras de sus labios se resbalaban en sus propias bocas.
Se detuvieron por un momento, para mirarse el uno al otro, y luego devolverse ese beso una vez más.
La soltó por un momento, aunque no quería hacerlo. No quería dejarla ir.
Resbaló sus manos por sobre las de ella, y se vio guiado hacia la poca respiración que ella tenía. Sus labios podían rosar con los de ella, y él seguía sin abrir los ojos.
—Tenemos que irnos. —susurró la chica, envuelta en esa sensación que Harry le provocaba. Aunque la mantenía enloquecida por sus encantos, lo demás dejaba de importar.
— ¿Cómo estoy seguro de que no mientes? —exclamó Envalay indispuesto.
—Porque debe confiar en mí. —respondió Caleb, pero éste no le creyó y comenzó a reírse aun sin que nada hubiera sido gracioso.
—Me estás diciendo que confíe en alguien en quien no confío. Eso es exactamente lo que no voy a hacer. No voy a confiar en brujos que son menores a mi puesto.
—Entonces máteme. Acabe con esto de una vez. Si no confía en mi lealtad, no me necesita.
Envalay sintió una especie de obligación que lo mantenía ligado a aceptar. El brujo sonrió.
—Pero qué listo eres, muchacho. Sólo que estás ciego de una manera tan interna…
Caleb tragó duro, y comenzó a retroceder un poco.
—Te estás metiendo con el líder del mundo mágico, muchacho.
—Señor —se inclinó—. Estoy de su lado desde el momento en que nací. Nada puede ni podrá hacerme cambiar de opinión.
Envalay sonrió del lado, fascinado y divertido.
—Bien. Pues entonces quiero que me traigas a todos mis enemigos. Y en cambio a ti, —miró al encapuchado—. Sigue haciendo lo mejor que haces. Te quiero de mi parte. Claro, si tú aceptas.
Ambos se miraron a la profunda oscuridad de sus ojos, y entonces el encapuchado dio un paso adelante y extendió sus manos, haciendo aparecer una especie de humo grisáceo, lo cual significaba la respuesta. Un sí por su parte.
—Quiero que me traigas a la chica. —le ordenó Fadregre—. Y mientras la traes, quiero que le envíes un mensaje a Harold. Canalízalo por completo. Absorbe su físico, complementa sus fuerzas, has lo que tengas que hacer para ser igual a él. Quítale su poder, ya sea que le dejes heridas de muerte. Sólo hazlo, y cuando vuelvas, tienes que traer a la chica contigo. Nada de errores.
Carowkrele no podía desistir, tenía que obedecer a la oscuridad de cierta venganza. La bruja lo obligaba, ya no podía volver a su vida normal. Ahora era su sirviente.
—No estoy seguro de poder cumplir con ello. —exclamó, cuando la bruja se dio la vuelta y levantó su mano dispuesta a darle una abofeteada, pero sin embargo, no lo hizo.
— ¿Qué has dicho? —una fina línea retorcida se dibujó en su cara pálida como la nieve. Él podía canalizarla, pero si lo hacía, le iría peor de lo que ya le iba.
—He dicho que no voy a obedecer tus órdenes, Ger Fadregre. —levantó la quijada, retándola por completo.
Fadregre bufó absurda.
—Querido, yo sé bien cómo te sientes. —masculló—. Te sientes como un sirviente.
Comenzó a caminar alrededor de él, acariciando sus brazos con sus largas uñas.
— ¿Sabes qué es ser encantado por un tiempo? Y después de que lo crees, que crees que vas a volver a ser normal, pero después, te das cuenta de que ese sentido se convierte en un poder heredado. Cuando un aprendiz muere.
Carowkrele tensó su cuerpo, a medida que sentía el mundo irse al reverso.
—No sabes usar tus poderes. No sabes nada. Sientes que eres poseído por otra alma. Y entonces los malos saben de ti. Y te buscan por mar y tierra. Por dimensión en dimensión. De vida en vida. De hechizo en hechizo. De muerte en muerte. Hasta encontrarte y llevarte para hacerte parte de su oscuridad. No vale pedir clemencia. Sólo tienes que obedecer.