El lobo y las serpientes

Capítulo 9: El Interrogatorio y las Sombras del Olvido.

Desde la entrada de la cueva, Albeiro no dejaba de llamar. Su voz, rota por la desesperación, resonaba en el abismo oscuro, mezclándose con el eco de sus propias súplicas.

—¡Andreina! ¡Papá! ¡Mamá! —gritaba, su corazón encogido por el miedo. Las lágrimas le empañaban los ojos, y la idea de lanzarse al vacío para buscarlos comenzaba a tomar forma en su mente. Justo cuando la desesperación estaba a punto de vencerlo, una voz familiar y tranquilizadora lo sacó de su trance.

—¡Hijo, ya estamos aquí! —exclamó Arturo, desde la entrada de la cueva.

Albeiro salió disparado de la cueva, su alivio inmenso. Dentro, Jairo, la serpiente maligna, se retorcía de rabia. Había estado a punto de hipnotizar a Albeiro, de convertirlo en su marioneta, pero la llegada inesperada de los padres había arruinado sus planes.

—¡Maldición! —siseó Jairo, deslizándose con furia hacia una salida oculta, intentando no ser visto por nadie.

Albeiro corrió hacia su hermana y la envolvió en un abrazo protector, apretándola con todas sus fuerzas.

—¡Pensé que ibas a morir dentro de ese lugar! —exclamó, sus palabras ahogadas por la emoción—. Pero lo que no entiendo es por qué peleabas contra Zafira. ¿Acaso ella te hizo algo? Tú siempre estás agarrada con ella, sabes que ella solo intentaba ayudarnos.

Andreina lo miró, sorprendida, y luego dirigió su mirada a Zafira, quien se acercaba con una sonrisa.

—¿Yo peleé con Zafira? Albeiro, no recuerdo haber peleado con ella. ¿Será el golpe en la cabeza? Solo recuerdo a Zafira limpiando mis heridas y a mis padres llegando para ayudarnos a encontrar la salida. Pero, para serte sincera, siento que hay algo que no encaja en todo esto.

Zafira, con una expresión de comprensión, se acercó a Albeiro y lo abrazó también.

—No te preocupes, Albeiro. Lo más probable es que el golpe que tu hermana se llevó en la cabeza al caer al hoyo la hizo reaccionar de ese modo hacia mí. Es solo eso, no te preocupes, amigo —le dijo, sonriéndole con dulzura.

Esmeralda la observó con extrañeza; algo en la actitud de Zafira no le terminaba de convencer.

—Bueno, jovencitos —intervino Arturo, con un tono serio que no admitía réplicas—, ambos me deben una explicación. Debemos ir a casa para que hablemos acerca de lo sucedido.

Zafira les dijo que sí, que fueran a descansar, que ella también tenía algunas cosas que hacer.

Andreina no entendía por qué su corazón se sentía tan confundido. Era como si una parte de ella le dijera que Zafira mentía, pero otra, una fuerza extraña, la obligaba a aceptar su inocencia. Extendió la mano a Zafira para despedirse, con una sonrisa que no era del todo suya. Jairo, la serpiente hipnotizadora, había obligado a Andreina a aceptar a Zafira como su amiga, y ahora sentía una compulsión inexplicable a acercarse a ella de manera amistosa.

Zafira se despidió de Albeiro y Andreina con una sonrisa y se alejó de ambos, perdiéndose entre la vegetación.

Albeiro sonrió, aliviado de que su hermana por fin hubiera entendido la importancia de Zafira en sus vidas. Los tres jóvenes siguieron a sus padres, caminando por la selva de regreso a su hogar.

Una vez en casa, los cuatro se sentaron en los rústicos muebles de madera. Esmeralda no tardó en comenzar el interrogatorio.

—Ahora sí, díganme, ¿qué hacían en esa cueva? —preguntó Esmeralda, su voz denotaba preocupación y una pizca de enojo.

—Madre, lamento habernos puesto en riesgo, principalmente haber puesto en riesgo a mi hermana —dijo Albeiro, con la cabeza gacha.

—Hijo, me alegra saber que te arrepientes, pero necesitamos saber qué hacían en ese lugar.

Andreina, con su espíritu rebelde intacto, se levantó y, con la voz acelerada, les dijo: —Ya les dije que quiero salir de esta isla, ¿se acuerdan? Y pensé que tal vez, explorando esa cueva, conseguiríamos lo que necesitamos para salir de ella.

—No entiendo, hija, lo que quieres decir —dijo Esmeralda, mirándola con perplejidad.

—Hace mucho tiempo, madre, me hablaste del mapa mágico, el cual los trajo a este lugar. Según yo, creía que dentro de la cueva estaba el mapa mágico, pero vimos que no era cierto, no estaba el mapa.

—Hija, ¿qué te llevó a pensar que el mapa estaba dentro de la cueva? ¿Por qué no nos preguntaste primero por él? —inquirió Esmeralda, su ceño fruncido.

—Realmente no me acuerdo, madre, qué me llevó a pensar que el mapa estaba dentro de la cueva. Es como si esa parte de mi mente hubiera sido borrada.

—Hermana, ¿realmente no te acuerdas? —Albeiro miró a Andreina, la sorpresa dibujada en su rostro—. ¿No te acuerdas quién nos dijo que el mapa estaba dentro de la cueva?

Andreina, con una mirada perdida, se tocó la frente. Una punzada de preocupación la invadió al sentir que le faltaban pedazos de sus recuerdos. Era como si alguien le hubiera robado una parte de su vida.

—No, hermano —respondió, su voz apenas un susurro.

—Esto es muy extraño —murmuró Albeiro para sí mismo, su mente girando en círculos.

Esmeralda, al escuchar la conversación, se acercó con una extraña inquietud.

—Pero tú, Albeiro, sí sabes. Cuéntame, ¿quién les dijo que el mapa estaba dentro de la cueva? —indagó su madre, su voz firme.

Albeiro dudó un instante. Un presentimiento lo invadió, pero sabía que no podía decirles que había sido Zafira.

—No, madre, simplemente fue una idea. Pensamos que tal vez tú escondiste el mapa dentro de ese lugar para que nosotros no lo consiguiéramos nunca.

Arturo y Esmeralda intercambiaron una mirada. La misma sorpresa y desilusión se reflejaba en sus rostros.

—Ustedes dos tienen mucha imaginación. El mapa está aquí, dentro de la casa —dijo Esmeralda, su voz ahora llena de pesar.

Andreina, ignorando la tensión, imploró a sus padres. La desesperación en su voz era palpable.

—Madre, entrégamelo. Solo con él podré conseguir el hogar de donde provengo, el lugar donde están todos los de mi misma especie, mi familia, mi sangre.




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