El lobo y las serpientes

Capítulo 12: La ambición desnuda de Jairo.

El mar seguía rugiendo, pero el sonido de las olas se ahogaba en la quietud escalofriante de la traición. El barco, extrañamente ileso por la tormenta mágica, navegaba sin rumbo.

Jairo, ahora de vuelta a su forma humana, se veía radiante, sin un rasguño, con una euforia que contrastaba con el caos. La tormenta había sido, para él, un simple espectáculo triunfal.

Zafira, en cambio, estaba empapada, su rostro pálido y sus ojos ardiendo con una mezcla de furia humillante y terror congelado.

—Estaban a punto de morir ahogados —dijo Zafira, su voz temblando por el frío y, sobre todo, por la rabia contenida.

Jairo sonrió, una sonrisa cruel y sin alma que no llegaba a sus ojos.

—Mi plan está casi completo, Zafira. Todo ha salido a la perfección.

—¡El mapa! —gritó Zafira, impulsada por un repentino pánico que intentaba disfrazar su dolor—. No olvides que yo lo conseguí para ti. Gracias a mí eres libre.

Jairo soltó una carcajada profunda que resonó en el aire salado, llena de burla.

—¿Nuestro? Pequeña e ingenua serpiente, el mapa nunca fue tuyo. Tampoco fue de los lobos ni de tu clan. El mapa es mío. Siempre lo ha sido.

El corazón de Zafira se hundió hasta el estómago. Se dio cuenta, en ese instante, de que ella también había sido una herramienta desechable, una pieza de ajedrez en el juego de Jairo. La traición la quemó más que el agua fría.

—¿Qué quieres decir? —siseó, sintiendo el sabor amargo del engaño—. ¿Me usaste... para esto?

Jairo dejó de reír. Su rostro se tornó grave, sus ojos oscuros brillando con una ambición insaciable. Se acercó a Zafira, quien retrocedió instintivamente ante la pura maldad que emanaba de él.

—Te diré la verdad. Ya no tengo nada que perder, ni que ocultar. Este mapa no es solo una guía para encontrar un hogar ancestral. Es la llave para un poder que ni los lobos ni las serpientes han soñado jamás. Un poder que me permitirá controlar no solo a los humanos, sino a todas las criaturas de este mundo. Con este mapa, gobernaré el archipiélago y, eventualmente, el mundo entero.

Zafira se quedó sin aliento. La magnitud del plan de Jairo era tan grande, tan demencial, que le costaba asimilarlo.

—¡Estás loco! Es imposible. La líder de las serpientes, tu madre... jamás te permitiría algo así.

La mención de su madre hizo que el rostro de Jairo se contorsionara de furia, como una herida abierta. El odio que sentía era tan antiguo como él mismo.

—¡Mi madre! —escupió, el desprecio evidente—. Ella fue quien me castigó. No por un error, como te hice creer, sino por intentar tomar este poder, por intentar ser más que una simple criatura de las sombras. Ella me encerró en esa cueva, me despojó de ser el próximo rey en la isla, me dejó pudriéndome en la oscuridad.

Hizo una pausa dramática, clavando sus ojos en los de Zafira.

—El mapa llegó a la isla porque yo lo atraje con magia. Esmeralda y Arturo llegaron a nuestra isla porque yo invoqué este mapa; ese nunca fue su verdadero hogar. Mi odio no es solo hacia ellos y sus hijos, sino hacia mi propia familia y clan. Mi madre me traicionó al saber que buscaba este poder; ella me encerró, y ahora es mi turno de devolverle el favor.

El silencio que siguió fue abrumador, solo roto por el rugido monótono del mar. Zafira lo entendió todo: Jairo no era un reformador; era un enemigo de su propia sangre, consumido por la sed de venganza y dominación.

—Y Andreina y Albeiro… —murmuró Zafira, sus ojos llenos de horror al comprender su verdadero y cruel propósito.

Jairo asintió con una complacencia escalofriante.

—Ellos solo fueron la clave. El poder ancestral del mapa solo puede ser activado por la sangre de un linaje de hechiceros o lobos. Necesitaba a Andreina para que encontraran el mapa y a Albeiro para que la sangre de ambos fuera lo suficientemente poderosa para activarlo. Tú fuiste mi herramienta para llegar a ellos; te enamoré, me gané tu confianza, y ahora estamos aquí. Tranquila, mi dulce serpiente. Te prometo que juntos gobernaremos el mundo.

Zafira sintió arcadas. Había sido cómplice de un plan que llevaría a la destrucción de todo. Había traicionado a los gemelos que confiaban en ella, y a su propio clan sin saberlo. El amuleto que le dio a Albeiro, el detonante de la tormenta, el hechizo sobre la familia... todo había sido una gran, repugnante mentira.

—¿Y ahora qué? —preguntó, con la voz ahogada por la desesperación.

Jairo, con una mirada triunfante, señaló el horizonte.

—Ahora, mi dulce Zafira, continuamos la ruta marcada hacia la Isla de los Lobos. Necesito aliados, y gracias a mi magia de hipnotizar, ellos lucharán a mi lado. Será el primer lugar que gobernaré, el primer paso para mi venganza. Solo entonces, con el poder ancestral de mi lado, podré regresar a mi clan y hacer que paguen por lo que me hicieron.

—¿Crees que podremos encontrar esa Isla?

—Estoy seguro. Aquí está marcada la ruta; solo debemos seguirla —respondió Jairo, acariciando el pergamino resplandeciente.

La tormenta mágica había arrastrado a los jóvenes hacia su nuevo destino, un destino al que sus padres no pudieron llegar por culpa de la invocación de Jairo, que los distrajo y los llevó a la isla de las serpientes.

El corazón de Zafira se encogió. La traición era absoluta, y el peso de su complicidad era insoportable. Se dio cuenta de que su camino había tomado un rumbo que jamás imaginó, y que su única opción era seguir adelante, con la esperanza secreta de poder enmendar su error, aunque el precio fuera demasiado alto.

Mientras el barco de la traición se alejaba, Albeiro y Andreina yacían inertes en la arena de la nueva isla, el lugar que siempre fue su destino ancestral: un hogar para hechiceros. Ambos estaban en puntos diferentes de la playa.

—¡Hermano, mira! ¡Una joven! —La voz aguda de una niña que recogía caracoles rompió el silencio del amanecer. Había encontrado a Andreína tendida. La niña gritaba a su hermano hombre que venía por la orilla, acercándose con una calma impasible.




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