El lobo y las serpientes

Capítulo 15: Juego de Engaños en el Amanecer.

Jairo dormía un sueño agitado y superficial. Ni siquiera el poder de la ambición podía mitigar el agotamiento físico.

Descansaba en la pequeña cabina del navío robado, su respiración profunda y densa, mientras los primeros hilos de oro y lavanda del amanecer se derramaban por el horizonte. El mar estaba picado, gimiendo bajo el peso de un cielo que prometía tormenta.

Zafira, por el contrario, permanecía despierta. Sentada en la proa, su miedo era un centinela más eficaz que el café.

Sus ojos, habituados a la oscuridad y ahora atentos a cualquier señal, barrían la inmensidad gris. De repente, su corazón dio un brinco doloroso. En la distancia, un punto de luz azulado se acercaba con una velocidad sobrenatural, cortando las olas como si el agua fuera cristal.

Un grito desgarrador, una mezcla de pánico y advertencia, escapó de su garganta.

—¡Jairo! ¡Despierta! ¡Viene un bote!

Jairo despertó al instante, su furia regresando antes que la consciencia. Se abalanzó hacia el exterior, sus ojos dorados, ahora verticales y afilados, se clavaron en la embarcación que se acercaba.

Zafira lo imitó, sus propios ojos de serpiente confirmando lo inevitable: la poderosa aura de la Hechicera y el latido vital del Lobo que viajaban a bordo. Eran Arturo y Esmeralda.

—¡Son ellos! —siseó Jairo, y en sus ojos no había decepción, sino una felicidad oscura y aguda. ¡Han salido de la isla!—. ¡Qué imprudente estupidez! ¡Han dejado la Isla de las Serpientes!... ¡Esmeralda ha abandonado la protección de mi madre y del clan!

El frío cálculo reemplazó la euforia. Jairo sonrió, una mueca lenta y cruel.

—Han venido directo a mi engaño, todo esto me favorece, estoy logrando mi objetivo más rápido de lo que pensé. Esto me facilitará las cosas. Ahora fuera de la isla ambos son vulnerables.

Jairo actuó con la rapidez de su naturaleza reptiliana.

—¡Me esconderé! Zafira, improvisa. —En un destello de escamas iridiscentes, su cuerpo se alargó y se compactó con un crujido sordo. El hombre tatuado se transformó en una serpiente robusta y de colores vivos, su piel brillando momentáneamente bajo la luz gris del amanecer.

Con un rápido y silencioso movimiento, se deslizó por debajo de la cubierta, escabulléndose en las sombras más profundas del propio barco, esperando el momento para actuar.

Zafira respiró hondo, ajustando su rostro al terror forzado. Comenzó a gritar y a agitar los brazos frenéticamente, haciendo señales hacia la embarcación que se acercaba.

—¡Esmeralda! ¡Arturo! ¡Por aquí!

Desde el bote mágico, que ahora parecía volar sobre las crestas espumosas, Esmeralda vio la figura solitaria de Zafira. Su corazón, desgarrado por la rabia, se aceleró hasta un ritmo doloroso.

—¡Arturo, mírala! —exclamó Esmeralda, incrédula—. ¡Los hemos encontrado!

—¡Nuestros hijos! —gritó Arturo, Esmeralda aceleró su bote con una inyección de energía mágica—. ¡No los veo!

El bote mágico, envuelto en un aura azul, se disparó hacia el navío de Jairo. Al estar a corta distancia, la furia contenida de Esmeralda se desató. Su mano se levantó y el aire se condensó en un instante. Una gran esfera de energía turquesa, palpable y crepitante, se formó en su palma, lista para impactar a la traidora.

—¡Esmeralda, detente! —chilló Zafira, con lágrimas genuinas naciendo en sus ojos ante el peligro inminente—. ¡Necesitas ayudarme! ¡Fuimos engañados por esa serpiente, Jairo!

Arturo se puso de pie, furioso. —¡Cállate, Zafira! ¡Tú eres tan culpable como él! Nos usaste a nosotros y a nuestros hijos.

Zafira, con la desesperación de quien se juega la vida, comenzó a llorar abiertamente.

—¡No es cierto! Jairo los tiene cautivos, a Andreina y Albeiro... ¡Deben venir conmigo! Los tiene en la Isla Lumina. También tiene a todos los Lobos, a tu familia, bajo hipnosis... ¡Deben ayudarme a liberarlos!

La mención de su clan, de su propia sangre, golpeó a Arturo con fuerza brutal. El pánico le heló la sangre.

—Esmeralda, ¿y si dice la verdad? —La voz de Arturo resonó en la mente de su esposa a través del vínculo psíquico que compartían. —Y si toda mi gente ha caído bajo el control de ese monstruo? ¿Qué hacemos?

Zafira continuó su súplica, señalando el barco con dramatismo.

—¡Por favor, suban! ¡Es la única manera de entrar a la isla!

Esmeralda miró a su esposo, pero su mente se cerró al engaño. La desconfianza era un muro de piedra en su pecho. Ella sabía que Zafira siempre fue una mentirosa y no había razón para creerle ahora. La rabia, contenida desde la traición, inundó su cuerpo.

El mar circundante comenzó a bullir; las olas se hincharon en crestas rabiosas. El cielo, que apenas amanecía, se tragó el sol entre nubes de tormenta oscuras y moradas. La propia naturaleza reaccionaba a la furia indomable de la Hechicera.

—¡Mientes! —rugió Esmeralda, su voz distorsionada por el poder desatado.

Sin dudarlo, disparó la esfera de energía turquesa. El proyectil golpeó el navío robado con la fuerza de un meteorito. La cubierta de madera estalló en astillas, abriendo el casco y revelando, con un siseo de frustración y un destello de escamas, la figura de Jairo, que fue obligado a retomar su forma humana por el impacto.

Arturo y Esmeralda reaccionaron con reflejos entrenados. De sus bolsillos, sacaron los tapones de corcho y los introdujeron en sus oídos. Al mismo tiempo, bajaron la mirada, enfocándose en la cubierta, evitando el encuentro visual con el poder hipnótico que Jairo proyectaba.

Jairo, descubierto, se enderezó en medio de los restos de su bote, riendo con una burla gutural y escalofriante.

—¡Qué astucia, Esmeralda! ¡Pero no puedes huir de mí!

Pero ella ya estaba un paso adelante. Con una segunda descarga de poder, Esmeralda atrajo con fuerza telequinética el pergamino en blanco que yacía en la mesa destrozada. El mapa mágico salió disparado de la cabina y aterrizó en sus manos.




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