El Lugar más Secreto de mi Alma

Capítulo 1

Su tienda era su orgullo. La había fundado y visto crecer con esfuerzo. Cada antigüedad había sido escogida con esa destreza especial que él tenía para seleccionar las mejores piezas. A sus cincuenta y cinco años había logrado todo lo que se había propuesto. Incluso un buen matrimonio mientras duró. La rutina hizo mella en aquella unión tranquila que tuvo con Estela, pero se dieron cuenta de que ya no había amor, la pasión se había perdido. Estela era guapa, sofisticada, pero no había química entre ellos. Tuvieron dos hijos, Armando y Lucía. Veinteañeros cuando el matrimonio de sus padres se derrumbó. Tuvieron un divorcio como lo había sido su matrimonio, amistoso, y sin mayores emociones. Ahora era un hombre soltero de nuevo. Alto, guapo, sofisticado, distinguido, sonrisa encantadora y mirada profunda. Su soltería le gustaba, se sentía cómodo con la vida que tenía. No sabía cuán cerca estaba de vivir el mayor cambio en su vida cuando abrió su tienda esa mañana.

 

Allí se encontraba, tasando algunos artículos, cuando entró aquella joven. Alta, distinguida y elegante. Llevaba unos vaqueros con una delicada camisa blanca sin mangas, hombros finos y suaves bajo su cuello espigado. Una mirada decidida y a la vez cándida en aquellos ojos color caramelo, su boca de labios color rosa, cabello castaño, liso y de corte recto perfecto. En la vida de Gonzalo hubo mujeres hermosas, pero esta chica tenía ese frescor y esa facilidad de movimientos de quien no tiene que hacer nada para ser notada. Inmediatamente Gonzalo mostró su encantadora sonrisa y se dirigió a ella.

 

— Gonzalo Márquez. ¿En qué puedo ayudarle?

La chica batió su lacia cabellera castaña y le explicó:

 

—Busco el regalo perfecto para el aniversario de mis padres, pero hasta ahora, nada ha podido convencerme. Quiero algo distinto, interesante, pero no sé lo que es. ¿Puede recomendarme algo?

 

—Sin duda, señorita...— hizo una pausa a propósito para que dijera su nombre, a lo cual ella repuso enseguida:

 

—Sofía... Sofía Montemayor— le tendió la mano, la cual estrechó él, con la mayor caballerosidad — Es un placer.

 

— El placer es todo mío, señorita Montemayor.

 

—Sofía, por favor, llámeme Sofía.Muy bien, Gonzalo. ¿Podrías recomendarme algo?

 

— Efectivamente, tengo algo que si sus padres aprecian las antigüedades, debería fascinarles. Se trata de un juego de baúles gemelos para joyas del siglo 18 elaborados para una pareja. Acompáñeme y se los enseño. Se dirigieron a otra zona de la extensa tienda, y efectivamente, los baúles eran perfectos. Exquisitamente labrados en madera de ébano. Sofía sintió emoción al conseguir por fin el regalo perfecto. No importaba cuánto debiera pagar por ellos, eran hermosos y a sus padres les encantarían.

 

Gonzalo comenzó a hablarle de la historia del juego de baúles, pero Sofía ya no le escuchaba. Lo miraba, aparentemente interesada en lo que decía, pero en su interior observaba aquella boca gruesa y sexy, esos ojos profundamente negros en los cuales sentía que podría hundirse. Y cuando le sonrió y mostró sus dientes perfectos, ella literalmente sintió un vuelco dentro de su pecho.

 

" ¡Sofía, control! ¿Qué te pasa? ¡Este hombre puede ser tu padre!" — se dijo a sí misma llamándose al orden.

 

Mientras tanto, en la mente de Gonzalo sucedía algo parecido, y es que el hombre no lograba comprender lo que despertaba en él esa chica, quien muy probablemente, tuviera la edad de su hijo Armando. Trató de mantener la compostura. De esa forma, logró realizar la venta y fue al facturar cuando le pidió a Sofía sus datos personales para realizar el envío del obsequio cuando supo que la joven vivía en uno de los sectores más exclusivos de la ciudad.

 

—No debe preocuparse por nada, sus padres recibirán su obsequio el día y hora convenidos, yo mismo me ocuparé de ello.

 

— Confío en usted, Gonzalo. ¡Estoy segura de que mis padres adorarán estos baúles! Tiene mi teléfono por si hubiera algún problema — le tendió su mano y se despidieron amablemente.

 

Gonzalo se dirigió a su oficina y cerró la puerta. Caminó a su pequeño bar ubicado en una esquina del despacho, se sirvió un trago y se sentó ante su escritorio. Se sintió absurdo al no poder sacar de su cabeza la imagen de la joven. Una y otra vez venía a su mente aquel rostro de barbilla erguida y esos ojos en los que se sumergía. Se regañó a sí mismo al pensar en la edad de la joven.

 

Esa misma tarde Sofía se encontró con su amiga Ana para comer, quien, viendo a Sofía abstraída en sus pensamientos, la interpeló:

 

— ¿Entonces vas a decirme lo que piensas de una vez o lo tengo que adivinar?— la chica pelirroja era la mejor amiga de Sofía desde el instituto y siguieron juntas en la universidad mientras cursaban la carrera de Medicina y aún ahora durante la residencia para optar al máster. — Más te vale que me digas qué es eso tan interesante que me tienes hablando sola hace rato.




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