El Lugar más Secreto de mi Alma

Capítulo 5

La mañana llegó antes de que Sofía sintiera haber dormido lo suficiente, pero igualmente y a regañadientes se levantó y entró al baño a terminar de despertarse en la ducha. Se arregló y vistió su uniforme, metió un cambio de ropa en su morral para vestirse en la tarde para verse con Gonzalo y bajó a la cocina. Allí se encontró con toda la familia preparándose para su día. La joven del servicio le colocó en las manos una taza de café con leche y una tostada de pan untado, lo cual constituía su desayuno regular. Rara vez tomaba algo más a esas horas.

— Buen día papá, mamá— le dio un beso a cada uno y se dirigió a sus hermanos, quienes atacaban sendos desayunos — ¡Bestias! — dijo a modo de saludo a sus hermanos, Roberto y Manuel y mordió su tostada.

— Dichosos los ojos que la ven, señorita— le reclamó su padre, quien con mirada adusta, le recriminó— cuántos días sin saber de usted.

— Días duros, Su Señoría— burló a su padre —Procuraré en adelante agendar citas con ustedes más a menudo— sólo Sofía se atrevía a hablarle de esa forma al distinguido Adolfo Montemayor, el respetado juez, conocido por su escaso humor y carácter serio e implacable.

— Lo dirás en broma, hija, pero realmente casi no te vemos últimamente ¿Qué haces con tu vida? Podrías pasar un rato con tu familia. Al parecer el hospital te absorbe demasiado tiempo— le exigió Alejandra, su exitosa madre, socia de uno de los bufetes de abogados más renombrados de la ciudad.

— Esa es la ley de la vida para los médicos, mamá, nacemos, crecemos y nos roba la vida un hospital.

— Eso no nos ocurre a los abogados, afortunadamente, cariño — recriminó el hermano mayor.

— El doloroso precio a pagar por ser la oveja negra de la familia, querido hermanito recién graduado. Me voy al hospital, voy a salir por la noche así que probablemente llegaré tarde. No me esperen despiertos.

— ¡Te vas a acabar llevando ese tren de vida! —refunfuñó su madre.

—No exageres, tampoco es que me estoy perdiendo de fiesta en fiesta o que hayan tenido que bajarme de alguna mesa de un bar, bailando borracha.

— ¿Y se puede saber a dónde vas y con quién?— interrogó su padre

— Su Señoría, confieso ante esta corte que voy a salir a tomar algo con un amigo.

— ¿Y conocemos a ese amigo?— preguntó su hermano menor, Manuel.

— No, y no lo conocerán por ahora... ya decidiré más adelante si me arriesgo a que los conozca, especialmente a ti, pesado. Eso sólo sucederá si no me queda otro remedio —bromeó con su hermanito, el genio de la familia y quien con sus veinte años, estaba por terminar con honores la carrera de Leyes.

— ¿Su nombre?— exigió Adolfo, acostumbrado a ser obedecido en todo en su corte.

— ¿Estoy bajo arresto, Su Señoría? Para saber si debo pedir los servicios de un abogado. De no ser así, me acojo a mi derecho a guardar silencio.—sonrió la chica y al terminar su café, besó a todos de nuevo y se despidió— ¡Relájense un poco, abogados, que la vida es una sola! ¡Bye!

Salió de la cocina por la puerta que daba al garaje, subió a su pequeño coche y se marchó.

En el hospital el día fue como todos, agitado y cansado. Por la tarde, telefoneó a Gonzalo y quedaron en verse cerca de las siete de la tarde, cuando terminaba su guardia, pero al final de la jornada llegaron varios heridos víctimas de un accidente automovilístico; atenderlos a todos fue agobiante y tomó más tiempo del que esperaba, de modo, que al llegar Gonzalo por ella, aún no había tenido tiempo de cambiarse de ropa.

Había acordado con Ana María para que se llevara su coche y Gonzalo al verla preocupada le ofreció llevarla a cambiarse.

Ya en el coche, Sofía se disculpó por el inconveniente.

— ¡Eres genial! Lamento retrasarte. No sé qué planes tenías— se disculpó.

—Mi único plan es ofrecerte una cena y pasar una velada agradable juntos. Si te parece, podríamos ir a mi casa, allí puedes ducharte, cambiarte de ropa, y relajarte un poco mientras yo te preparo mi especialidad: mi inigualable pasta a la carbonara,  que en realidad es lo único que sé preparar—se volvió a mirarla— Te lo ofrezco respetuosamente y sin ningún motivo oculto, puedes decir que no, si lo prefieres.

—Sé que serías incapaz de algo así— le sonrió y tomó su mano— Acepto encantada. Será fabuloso conocer tu hábitat y saber algo más sobre ti.

— Entonces, hoy cocinaré para ti.

Condujo tranquilo con sus manos tomadas, y dentro de sí, sentía que algo desconocido para él crecía sin poder controlarlo.

Llegaron a su edificio y luego de aparcar subieron al ascensor, que llegaba directamente a la sala de su piso, y por alguna razón, eso no sorprendió a Sofía. Gonzalo era justo el tipo de persona que tendría algo así.

Al abrirse las puertas del elevador en el pent-house, Sofía salió y miró a su alrededor.

—Encantadora cueva, Gonzalo— le dijo divertida—realmente se parece a ti.

—Me alegra que te guste,  por favor, siéntete en tu casa. Permíteme mostrarte el baño.

La guió por un amplio pasillo hasta llegar a su propia habitación.

— Puedes usar mi habitación, las otras las ocupan mis hijos cuando se quedan aquí y no puedo decir que sean un dechado de orden. Allí encontrarás todo lo que necesites. En el armario de la derecha hallarás toallas. Tómate el tiempo que desees. Te esperaré en la cocina preparando la especialidad de la casa.— le dio un beso ligero y se marchó.

Sofía dejó su mochila sobre una silla y observó la habitación. Era amplia, cómoda y elegante, pero sin ser exagerada ni extravagante. Punto a favor para Gonzalo.

Una amplísima cama moderna dominaba el lugar, la cual perfectamente tendida con sábanas en tonos cobre, negro y blanco, en un diseño abstracto de cuadrados superpuestos, resultaba atractiva y cómoda. Nada de almohadones o cojines, sólo las almohadas necesarias se encontraban sobre ella.




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