El Lugar más Secreto de mi Alma

Capítulo 9

Gonzalo se dirigió a su tienda, y se ocupó un rato en organizar algunas cosas pendientes. Al terminar, llamó a Sofía y quedaron en verse en el club junto a Ana para almorzar y él decidió adelantarse. Allí se encontró con algunos amigos y al llegar las jóvenes, las guió al restaurante. Se ubicaron en una mesa y ordenaron. La charla era amena y se reían cuando una mano de uñas perfectamente manicuradas se posó sobre el hombro de Gonzalo.

 

— ¡Hola querido! que sorpresa verte por aquí! — los hermosos labios de Diana se curvaron en una sonrisa, pero sus ojos no sonreían de la misma forma. Gonzalo se puso de pie, y cuando iba a saludar la mujer volvió a hablar —¿Estás con la familia? ¿Cuál de ellas es tu hija?— preguntó a sabiendas de que molestaba con ese comentario

 

 — Ninguna — le respondió Gonzalo imperturbable —Sofía, Ana María, la señora Diana Valdez, una amiga... —antes de que terminara las presentaciones, Diana lo interrumpió.

 

— ¡Que tonta soy! Como son tan jovencillas me imaginé que serían tu hija y una amiga. Espero que la paséis muy bien. Llámame, querido — se despidió y le dio un beso en la comisura de la boca y se fue.

 

Gonzalo se sentía avergonzado con las chicas y comenzó a disculparse mientras se sentaba.

 

— Cuánto lamento esto. Si lo desean, podemos ir a otro lugar.

 

— No le hagas caso — dijo An restándole importancia — pero si me permites el comentario, esa señora necesita suturas. Tiene una herida sangrante y profunda— se rió.

 

— ¡Ana! ¿Siempre impertinente, verdad? — la regañó Sofía.

 

—¡ Hasta la última palada de tierra sobre mi tumba! Gonzalo, creo que has sido un chico muy malo — se rio de nuevo y comenzó a comer los platillos que acababan de traer a la mesa.

 

El silencio incómodo desapareció cuando Ana comenzó a hacerle preguntas a Gonzalo sobre su trabajo y minutos después, comían divertidos, hablando de cualquier cosa.

 

Rato después, Sofía se disculpó para ir al servicio y se fue.

 

Al entrar al lugar no percibió que Diana entró detrás de ella, hasta que la vio en el espejo a su lado, cuando salió del cubículo.

 

— De modo que tú eres la niñata que piensa que puede robarme a Gonzalo — le arrojó Diana a Sofía su desprecio al rostro mirándola con superioridad.

 

— ¿Robarte? Yo lo veo muy a gusto y voluntariamente a mi lado— le respondió Sofía con una risa.

 

— ¡Es mío y ni sueñes que te lo voy a dejar! Tenemos una relación hace tiempo y tú no la vas a acabar.

 

— Entonces, lamento que te respete tan poco, porque no lo vi ocultándose para estar conmigo.

 

— Escucha niñata — dijo despectiva— Gonzalo tiene gustos sofisticados, y tú, no eres nada de eso. Yo le doy todo lo que necesita.

 

— Y si es así, ¿Qué será lo que ve en mí?— esa odiosa mujer no iba a hacerla sentir inferior — algo debe faltarle porque no está contigo, sino conmigo.

 

— La novedad, el afán de los hombres mayores por conquistar a chiquillas insignificantes. Siempre lo hacen, pero cuando van a su cama, quieren una mujer que los haga sentir muy bien. Eso no lo lograrás nunca. Te falta mundo, te falta experiencia. Eso se nota.

 

— No lo niego, pero supongo que tanta "experiencia" llega a aburrir, y prefieren algo fresco y sin tanto... kilometraje — le restregó — Algunos hombres prefieren coches modernos antes que clásicos.

 

— No seas absurda. ¿Crees que no sabe que estás con él por su dinero o su posición social? Óyeme, no te pongas cómoda. No eres nadie.

 

— Se equivoca. Soy la doctora Sofía Montemayor y muy pronto la señora de Gonzalo Márquez. espero que eso no le altere mucho. Es peligroso para las personas "mayores"— se dio la vuelta y salió del lugar y aún le temblaban las piernas cuando llegó a la mesa.

 

— ¿Podemos irnos, por favor, Gonzalo?

 

— ¿Ocurre algo, cariño? — preguntó preocupado Gonzalo.

 

— Nada, sólo quiero irme, por favor— rogó.

 

Gonzalo se encargó de la cuenta y salieron del restaurante.

 

— An, te llevaremos a tu casa. Yo necesito estar un par de días con Gonzalo y volveré contigo. ¿Estás de acuerdo, Gonzalo? — se volvió a preguntarle.

 

— Lo que ordenes, para mí es perfecto— miró su rostro preocupado. Pero debería esperar hasta dejar a Ana para saber qué le había pasado.




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