—Majestad ¿Qué la trae por los estanques tan temprano?
—Mis recuerdos.
—¿Disculpa?
—Eurypta, usted sabe muy bien de la historia sumergida en este lugar.
—Ya veo. Lamento haber interrumpido su serenidad, mi señora.
—No tiene que hacerlo. Puede tomar un descanso y obsequiarme su compañía.
—Me gustaría, mas debo cumplir con mis labores.
—¿Y qué le parece si comienza con alimentar a los peces?
—Está bien.
—Disculpa si me veo imprudente, es solo que… aún duele que él ya no esté aquí. Los peces que ambos cuidamos con amor son un vestigio de lo que fue nuestra unión, por eso procuro que reciban cuidados tan dedicados como los que usted ofrece.
—Comprendo, Majestad… Él fue un gran rey.
—No sólo un gran rey, también una gran persona. Que el Creador lo tenga imbuido en las aguas de su gloria.
—De eso no tengo duda.
—Agradezco que utilice su tiempo para acompañarme, Eurypta.
—Sabe que cuenta conmigo para lo que necesite. Tampoco tendré problema en el cuidado de su pequeño por nacer.
—Sin temor a equivocarme, sé que él será el vivo reflejo de su padre. Mi pequeño Octodeus, ansío verte nadando en medio de las aguas coloreadas por estos peces, y ver cómo sigues las corrientes que tu padre surcó.
—Aunque el destino sea igual de incierto que el movimiento de las aguas, solo él decidirá si nuestro futuro príncipe fluye de esa manera. Hasta entonces, es debido salir de las aguas pasadas para dar lugar a las aguas futuras, Majestad.
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Editado: 11.01.2025