El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 1

Tres años después de su vuelta a Londres, la vida de Joseph lucia ordenada y prolija. Y esto lo tenía muy satisfecho. Lo que antes había sido su casa, ahora era llamado su hogar. Y eso se había logrado gracias a los méritos de Rosie, de eso no tenía duda. No solo había cuidado de Nicky, sino que había organizado la casa y hasta la vida de Joe. 

Así como cuidaba de la comida y la vestimenta del niño, así andaba tras él, cuidando de que no trabajara demasiado en las noches y que no se salteara ninguna comida. Eso, que a cualquier otro hombre, le habría resultado cargoso, a él le hacía sentirse querido y seguro.

No lo molestaban para nada las continuas atenciones de Rosie, sino que, al contrario, las disfrutaba. Dejaba que se entrometiera en su vida, que opinara, que tomara algunas decisiones. Solo había un aspecto de la vida de Joseph en la que Rosie no intervenía para nada y con la que se mostraba prudente y discreta. 

Benny hacía progresos agigantados en sus estudios, y se había adaptado a la vida de la ciudad con una facilidad que había asombrado a su tutor, como si hubiese vivido allí toda la vida. Y ese año, por fin, después de mucho esfuerzo, había logrado ingresar a la escuela. Eso tenía a Joe muy contento. Había temido que a pesar de su inteligencia, no llegara a ponerse a la par de los chicos de su edad, hasta los dieciocho por lo menos. Eso lo habría dejado en igualdad de condiciones con los demás, para su ingreso a la Universidad, pero le habría hecho perderse de la experiencia de la escuela.

En esos tres años, y gracias a las relaciones que Joe tenía, Benny logro cosechar un pequeño grupo de amigos. El muchacho era simpático, de aspecto  agradable, y bastante popular con las chicas. Por lo cual, una vez que lo hubo descubierto, Joe se dedicó a vigilar a la distancia. Aún le parecía demasiado joven para esas cosas, pero recordando sus propias experiencias, tuvo que dejar los temores a un lado y oficiar el papel de padre mucho antes de lo que había imaginado. 

A pesar de su juventud, se veía con un hijo adoptivo casi adolescente a una edad en que solo debería preocuparse por las rodillas raspadas de Nicholas y eso, lejos de molestarlo, le agradaba mucho. Nicky, por supuesto, merecía un capítulo aparte.

A sus cuatro años recién cumplidos, era el centro de la casa. Había crecido fuerte y sano, y a decir de todos, era un niño precioso. Tenía unos enormes ojos negros, la nariz de su mamá y una mata de gruesos rulos castaños, que al igual que los de su padre, a veces se hacían indomables, cosa por la que Rosie vivía quejándose. 

Era una lucha constante entre ella, que insistía en cortarle el cabello más corto al niño, y este, que no se dejaba. Si su papá lo llevaba largo, él también podía, decía.

—¡Tu papá se peina solo! Yo no desenredo su cabello, Dios no lo permita... ¡Es contigo con quien tengo que discutir cada mañana! ¡Así que si no quieres que te lo corte, entonces no protestes para peinarte!

—¡Yo no protesto! ¡Es que tú me tiras del cabello y me duele!

—¡Pues si quieres llevarlo largo, tendrás que aguantarte, como si fueras un hombre!

—¡Yo ya soy un hombre! —protestaba el niño, parado sobre la cama, aun con sus pijamas y con las manos en la cintura, enfrentándose con su niñera.

Parado en la puerta de la habitación, Joe solo se sonreía y luego seguía su camino sin intervenir. Veía escenas como estás a diario, pero jamás se metía. Nunca desautorizaba a Rosie ni ella lo hacía con él. Así lograban mantener un equilibrio en la educación de Nicky, que a veces amenazaba con convertirse en un pequeño demonio. 

Joe sabía que estaba algo malcriado, e intentaba ser firme, pero a veces no lo lograba. Y era Rosie la que salía en su ayuda entonces, oficiando el papel de ogro, para poner los límites, cuando a él se le escapaban. 

A pesar de eso, Nicholas la adoraba. Andaba todo el día tras ella, la reclamaba cuando no le prestaba atención y aún no se dormía si no era con Rosie a su lado. Pocas cosas hacían tan feliz a la mujer como cuando el muchachito le echaba los brazos al cuello y le decía que la amaba. Y pocas cosas hacían tan feliz a Joseph como ver esas escenas. 

Así, esa casa que años atrás había dejado en medio de llantos y tristezas, hoy aparecía llena de risas, de gente que iba y venía, de jóvenes estudiosos y de risas de niños. Ahora que Nicholas estaba más grande, las idas y vueltas de los niños a casa de los Ferguson, eran moneda corriente. 

El jardín era un lugar común de juegos para Nicky y las gemelas, y hasta a veces para Benny, que se encargaba de vigilarlos cuando no había adultos cerca. En resumen, los días en esa casa, eran felices y pacíficos. 

El trabajo era otra cosa que lo tenía muy satisfecho. Al principio había retomado solo su puesto de secretario del rector, pero con el correr del tiempo, había insistido en reclamar su cátedra de Historia y dar clases otra vez. A pesar de la resistencia de su jefe, que lo quería de tiempo completo con él, Joe insistió tanto, que al final lo consiguió. Y ahora que el rector estaba algo mayor y con algunos achaques de salud, casi todo el trabajo había recaído sobre él. 

No se quejaba, podía con todo, cuanto más tiempo estaba ocupado, más feliz se sentía. Y menos pensaba. Había cosas de las que había logrado olvidarse del todo, y otras que habría olvidado seguramente, de no ser porque algo con lo que no había contado, se lo recordara cada tanto. Por ejemplo, Charlene. 




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