Prólogo
Tic, tac, tic, tac...
Escucho las manecillas del reloj mientras dejo mi frente descansar en el vidrio opaco que dibuja las gotas de la lluvia cayendo sin fin. El frío envuelve mis huesos, pero aún así, no hago nada para detenerlo. Recuerdo la sangre en mis manos y aprieto los párpados tratando de borrar la imagen de su rostro en mi cerebro. Restriego las palmas sobre mi rostro rudamente hasta que vuelvo a sentir el líquido viscoso, me paro asustada y en el mismo instante un relámpago choca contra la tierra tan cerca que mis tímpanos sufren un colapso y la casa se mueve un poco por el impacto.
— ¡No tenemos tiempo! ¡Corre!— Grita mi prima tomándome de los hombros.
Miro mis manos dándome cuenta de que ha sido una ilusión. No hay sangre pero la culpa aún me carcome repitiendo la escena una y otra vez sin cesar como un disco rayado que me obliga a recordar mis pecados.
— Tómala en brazos y larguémonos.— Ordena a mi hermano y él asiente acercándose a mí.
Antes de poder salir de la endemoniada casa, unos hombres entran haciendo que los tres temblemos por el miedo de la nueva guerra que tendremos que pelear. Empujo a mi hermano para sacarlo de la escena y me paro sin importarme que quizás pueda salir herida.
— ¡Maldita escuincle! Mataste a nuestro capo.— Gruñe un hombre robusto vestido de negro.
— ¿Quieres acompañarlo?— Sonrío con los ojos abiertos de par en par.
Veo el miedo en su rostro y no puedo evitar la carcajada que sale de lo más profundo de mi garganta calentando mis cuerdas vocales. Camino acercándome hasta que tomo uno de las cortinas empujando para que caiga encima de los tres hombres que maldicen cuando no logran sacarla de sus cabezas ya que se resbalan con la sangre de su jefe. Aprovecho para pisar fuertemente el piso de madera haciendo que esta misma se rompa, me pongo de cuclillas arrancado la pieza de madera que logré partir y lanzo mi brazo hacia uno de sus pechos oyendo como grita con dolor.
Los otros dos se ponen de pie como pueden y me toman del cuello queriendo estrangularme. Escupo en una de las horribles caras y la bofetada que me lleva al suelo arde como nada en la vida. La sangre corre rápidamente por mis venas en un frenesí intenso, detallo como desenfunda su arma listo para arremeter contra mí. Mantengo las comisuras de mis labios curveadas en una sonrisa lúgubre mientras espero por mi muerte.
El sonido del seguro suena y antes de entenderlo, mi prima y hermano se abalanzan sobre los dos hombres desde sus espaldas ahorcándolos con una cinta que rondaba por las esquinas de la pobretona casa en la que vivimos. Observo como sus rostros se contraen buscando aire que se les es prohibido y ambos caen en el suelo inconscientes.
Me pongo de pie viendo como mis allegados tiemblan por el suceso ocurrido, paso por encima de los cuerpos sintiendo náuseas cuando la euforia ya había bajado llevándome a la tierra nuevamente. Uriel, mi hermano, abre la puerta dejando que el aire furioso mueva nuestras únicas batas que juegan en el espacio moviéndose de un lado a otro. Los tres salimos sintiendo el picoteo constante del agua que sale de las nubes gordas y llenas de tristeza.
El alarmante estruendo de una sirena se hace oír desde el final de la calle del barrio en donde nos criamos. Doblo mi cuello para ver a mis vecinos asombrados y titiritando del miedo. Cuando vuelvo mi vista un hombre rubio de ojos negros se postra delante de nosotros moviendo su boca queriendo transmitirnos algo que no logro escuchar ya que sólo tengo en mi cerebro el son del tic, tac, tic, tac...
— ¿Recordando?— Inquiere Sol, mi prima.
Detengo los recuerdos asimilando que el jodido reloj que se postra en la pared es lo que ha traído el pasado a la luz. Me paro para tomarlo en mis manos rompiendo las manecillas y dejándolo en el suelo.
— ¿Uriel, dónde está?— Pregunto mirando a mis alrededores.
— Ha conocido a alguien. Creo que realmente le gusta.— Sonríe de lado como una madre lo haría al hablar de su hijo.
— Pero tenemos una misión para el lunes.— Tomo mis botas lista para ir a entrenar.
— Prima...— Suspira colocándose a mi lado para tomar mis hombros con ternura.— Él ha decidido salirse como yo. No tienes que seguir haciéndolo, ya cumpliste tu condena.
— ¿Él también?— Alzo las cejas.— No los voy a obligar a nada pero me parece estúpido que jueguen a vivir una vida feliz cuando estamos podridos por dentro.
Me entallo el abrigo sintético que se pega a mi piel mecánicamente colocado en la pared que cuelga junto con los otros. Oigo como me llama pero la ignoro siguiendo mi camino hasta el automóvil magnético para llegar al campo de entrenamiento. Después de media hora de trayecto, llego a mi destino respirando el aroma a vegetal húmedo que alberga toda la zona solitaria por ser la una de la madrugada.
Despego el abrigo de mis hombros y comienzo a trotar viendo como el humo sale de mis labios por la baja temperatura a la que estoy totalmente familiarizada y ahora se siente como un leve cosquilleo que eriza mis vellos de vez en cuando.
Hago planchas, abdominales, zancadas, burpees, dominadas, salto la cuerda y esquivo los obstáculos en una carrera de media hora. Mi cuerpo me implora un descanso pero mi mente maquina tan rápidamente que me es imposible parar.
— Pensé que te había dado unas vacaciones. No duraste ni un día fuera de las instalaciones. — Habla el mismo hombre de ojos oscuros y cabello dorado que me salvó aquella noche de vivir una vida entera encarcelada.
— No me gustan.