Capítulo #21
Balin
Los presos silvan con coquetería mientras paso por el pasillo esposada. Me asquea la manera en la que me comen con la mirada sintiendo el vomito justo en la parte más profunda de mi lengua. La cárcel, lamentablemente, es unisex y esa es una de las razones más contundentes cuando se es llamada la peor y más peligrosa del mundo.
El robot que me acompaña hasta los barrotes de mi celda me toma de ambos brazos para que no me mueva y me inserta un hierro caliente en la pierna con la insignia de una M al pasar mi primer mes en esta pocilga. Tienen como ritual colocar la inicial de la cárcel al ya haber pasado el primer mes para la remota posibilidad de que, una vez salgamos, tengamos siempre esta cicatriz que nos perseguirá de por vida.
— Presa número 34-78.— Habla con voz robótica.
La celda se abre y me introduzco en ella observando al hombre que me acompaña todas las noches. Es paralítico, a veces lo ayudo a levantarse o a comer pero me castigan siempre por lo mismo. Me ha contado que su parálisis se debe a una pelea que tubo con uno de aquí, se estaba rogando su agua y él solo no quería morir deshidratado. El hijo de puta casi lo mata a golpes porque le habló y desde entonces no ha podido ni siquiera ver la luz del día ya que está encerrado en estas paredes 24-7.
— ¿Todo bien?— Cuestiono pasando por su cama que parece más un cartón con sabana.
— Ahora que llegaste, sí.— Sonríe y le sonrío de vuelta.
— Te he traído una galleta.
Le tiendo la masa salada hasta posarla entre sus dientes, él mastica rápidamente y hace muecas exageradas para mostrar que le ha gustado.
— Mañana darán dulces, veré si puedo traer varias.
— Gracias, belle.— Me llama por el nombre que le he pedido.
Ya no quiero llamarme ni Balin ni Eira. Solo necesito tener un descanso de toda esta locura y recordar, aunque sea por el apodo, a Ulysse. El único que me llamaba de esa manera, y aunque no lo admitía, ese nombre me llenaba la barriga de mariposas cada vez que salía de sus labios y él lo sabía. Siempre lo supo.
Me acomodo en el cartón que se hace pasar por colchón y duermo con la cabeza posada en un roca grande. Al día siguiente, me levanto viendo como el robot le da de comer a Winn.
Salgo de la celda acompañada del robot que me viene a buscar para el desayuno y camino a su lado repelando a los asquerosos que se atreven a tocarme mientras me desplazo por el deplorable lugar. El robot se va después de haberse asegurado de que estaba en la cafetería y me coloco en la fila para tomar mi comida.
— Porción extra, dale gracias a Salg.
Observo a la mujer que me está tendiendo la bandeja sin hacer caso a lo que ha dicho. El hombre que ha dejado a Winn en esas condiciones es el mismo que ha hecho esto y realmente prefiero ignorar antes que perder la vida por partirle la cara.
Me siento en una mesa solitaria, como la batata machucada y trago el pescado vencido con esfuerzo. El pan parece de ladrillo y por más que mastico, no parece querer desintegrarse. Lo dejo a un lado para beber la poca agua que ofrecen y antes de poder pararme, alguien me lanza un montón de huevo podrido con carne de arenque fermentado.
— ¡Bienvenida!— Vocifera un chico mostrándome su dedo mayor.— Te queda bien el negro.
Las arcadas me marean y debo de correr al baño para vomitar todo lo que he comido. El cabello pegajoso se me pega en los costados de la cara y por más que quiera no puedo dejar de vomitar hasta llegar al punto de solo tener los impulsos sin que nada salga de mi estómago.
— Solo te diré una cosa.— Hablan desde mis espaldas.— Ese hombre.— Patea mi espalda haciendo que me parta el labio con el retrete.— Es mío.
Toma mi cabeza y la sumerge en el agua sucia del mismo retrete con el que he chocado. Pataleo con fuerza llegando a lastimarlo pero esto solo hace que golpee mi nuca quitándome el aire. Siento el excremento adentrarse en mi boca cuando intento respirar y el hijo de puta me levanta para que pueda respirar. Vuelve a meter mi cabeza entre las agua y voy perdiendo la fuerza hasta quedar mareada.
— Que no se te olvide, puta.— Me tira en una esquina y se va.
Corro al lavamanos enjuagándome la boca una y otra vez mientras las lágrimas corren por mis mejillas y las piernas se me debilitan. Escucho como patean la puerta, es el mismo chico, pero esta vez tiene un bate en la mano y sé que está dispuesto a matarme con él.
Repongo todas las energías que me quedan lanzándomele arriba para defenderme. Retuerzo su mano haciendo que se le caiga el material de metal y pego mi rodilla en su tórax con ímpetu. El corazón me late desembocado y a penas puedo mantener mi respiración constante. Su mano toma mi hombro para aplastar su dedo en un nervio, me pongo de rodillas por el intenso dolor y antes de poder defenderme, el bate choca con el lado izquierdo de mi cara desencajando mi mandíbula.
El material pesado sigue su recorrido bateando en mis hombros y estómago. El dolor masivo me doblega convirtiéndome en un ser indefenso, lo cual odio porque no me gusta estar así. Siempre fui valiente, fuerte y una guerrera.
Me levanto con el cuerpo vuelto polvo y escucho la carcajada del hombre que aún sostiene el bate como un trofeo. Troto hasta él con la fé de que podré pelear pero todo se vuelvo negro al ser golpeada entre la sien con el metal.
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La luz amarilla es lo primero que veo al abrir los ojos. Inmediatamente siento los calambres agudos que se sitúan en los sitios en donde mi agresor golpeó. El estómago se me revuelve al recordar y vomito ahogándome con mi mismo desecho al no poder levantarme por el dolor.
Una enfermera llega ayudándome a vomitar y al terminar, me limpia con una dulzura extraña. Cambia mis gasas mientras revisa que mi mandíbula esté bien situada. Pasa una crema por mi ojo inflamado y mira a los lados antes de hablar.