El Manifiesto De Amanda

1 EL PLAN DE LA ANTI-FIESTA

Lo primero que hice al despertar fue mirar mi teléfono. Faltaban exactamente treinta días para el día de mi cumpleaños, el día en que mi vida se convertiría en un espectáculo forzado de tradiciones arcaicas. Las fotos de los vestidos que mi madre me enviaba a diario me daban náuseas. Eran todos iguales, con esa misma pompa, con esa misma promesa de una feminidad que yo no quería.

Me levanté y me dirigí a la cocina. Mi mamá, Renata, ya estaba allí, revisando su agenda. Es profesora, por lo que su vida entera está programada en bloques de treinta minutos, y mi fiesta de quince años no era la excepción. “¿Hablaste con el salón de eventos, mamá?” pregunté, fingiendo interés. Me dio una de sus sonrisas resplandecientes. “Todo listo, mi amor. El salón es hermoso, y el menú, simplemente exquisito”. Mis tripas se revolvieron. Yo quería ramen, no canapés.

Mientras me comía un plato de cereal, mi tía Carmen, la historiadora de la familia, apareció por la puerta. “Amanda, ¿ya leíste sobre la historia del vals en el siglo XIX? Es fascinante, simboliza la transición de la niñez a la adultez”. Me limité a asentir, pensando en que el vals se convertiría en mi mayor pesadilla. “También podríamos incluir una lectura de poesía de la época”, añadió. La miré con incredulidad. ¿Poesía? En mi fiesta.

Después del desayuno, me escabullí a mi habitación para escapar de la abrumadora conversación. Necesitaba un plan. El primer paso era convencerlos de que no quería una fiesta. Siendo honesta, no quería nada. No quería celebrar mi existencia, especialmente si eso significaba celebrar mi parecido con mi padre, a quien no había visto en años.

Por la tarde, me dirigí al único santuario de la casa que estaba a salvo de los planes de la fiesta: la biblioteca. Mi tío Mario estaba allí, leyendo. Me senté frente a él y le conté mi frustración. “No quiero una fiesta, Tío. Odio el vals, odio los vestidos, lo odio todo. Es una farsa”. Mario me escuchó pacientemente, asintiendo. “Ya veo”, dijo. “Entonces, ¿qué quieres hacer?”.

Y fue en ese momento, cuando el Tío Mario me dio la oportunidad de tomar las riendas de mi propia vida, que el plan de la "anti-fiesta" comenzó a formarse. "Quiero una convención", le dije. "Un lugar donde pueda ser yo, y no un personaje de un cuento de hadas".

Mi tío me miró, y por primera vez en semanas, mi corazón se sintió más ligero. "Y, ¿qué clase de convención sería esa, Amanda?" preguntó con una chispa en los ojos. La respuesta ya estaba lista en mi cabeza, una que cambiaría para siempre el curso de mi cumpleaños y, tal vez, el de mi vida entera.




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