El Manifiesto De Amanda

4.EL CHOQUE DE LAS DOS FIESTAS

La casa de Amanda se había convertido en un campo de batalla silencioso. Por un lado, su madre, Renata, seguía con sus planes para la fiesta de ensueño de una quinceañera tradicional. Por el otro, Amanda y su tío Mario, cual agentes encubiertos, ponían en marcha la Convención de Amanda. Cada conversación era un riesgo, cada movimiento una jugada estratégica.

Renata estaba obsesionada con los detalles. Había contratado a un florista para que decorara la casa y había comenzado a enviar invitaciones con un diseño clásico, adornadas con cintas de seda. “Ya pedí el pastel, Amanda. Es un pastel de tres pisos, de vainilla con relleno de fresa”, le dijo una tarde con los ojos brillantes de emoción. Amanda asintió, pensando en secreto que ese pastel no era lo que ella tenía en mente.

“Mamá, ¿podemos hablar de algo?”, le preguntó Amanda con cautela. Renata se detuvo y la miró. "Claro, mi amor. ¿Qué sucede?". “Pues… no estoy segura de que quiera la fiesta”, dijo Amanda, tratando de sonar lo más convincente posible. Renata se quedó en silencio por unos segundos, y luego le dio una de esas sonrisas que Amanda conocía bien, una que decía: "Sé lo que quieres decir, pero no te voy a dejar".

“Amanda, sé que no eres una chica tradicional, pero es tu cumpleaños número quince. Es una fecha importante”, le dijo, con una voz que transmitía calma y autoridad. "Es una tradición, y la familia lo espera. No es solo para ti, es para todos nosotros. Es una celebración de la vida, de lo que has logrado y de lo que eres". Amanda quiso gritar que la celebración no era para ella, sino para sus tías y su madre, pero se contuvo.

Mientras tanto, en la clandestinidad de la biblioteca, Amanda y su tío Mario trabajaban en el plan B. Habían conseguido los contactos del camión de comida, habían reservado el equipo de sonido para el torneo de videojuegos y habían diseñado el cartel para el concurso de cosplay. Mario, que era un experto en la organización de eventos, le explicó a Amanda que tendrían que dividir la casa en dos. “El jardín será la Convención de Amanda”, le dijo, “y el salón de la casa, si tu madre lo permite, seguirá siendo el salón para el vals”.

Pero el choque era inevitable. Una tarde, la tía Carmen, la intelectual de la familia, llegó a la casa. Mientras tomaban el té, Amanda sacó su celular y le mostró un diseño de su cosplay, un traje de una heroína de su manga favorito. "Estoy pensando en este para mi fiesta", dijo con entusiasmo. La tía Carmen la miró con incredulidad. "Amanda, ¿un disfraz? No puedes ir a tu fiesta de quince años con un disfraz. Es un evento formal".

La tía Sofía, la artista, intervino. "Oh, Carmen, déjala. Es una forma de expresión". La tía Carmen la miró fijamente. "Expresión o no, es una falta de respeto a la tradición". La tensión era palpable. La madre de Amanda entró a la sala, y el ambiente se llenó de un silencio incómodo. Amanda supo en ese momento que la lucha sería más difícil de lo que pensaba. No solo tendría que enfrentarse a su madre, sino a las expectativas de toda su familia. Y el reloj seguía corriendo.




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