El Manifiesto De Amanda

6. EL MANIFIESTO DE AMANDA

La propuesta de mi madre de "mitad y mitad" era tan tentadora como un plato de brócoli al vapor. Aceptarlo significaba que una parte de mí, la parte que gritaba por ser libre, tendría que coexistir con la parte que la sociedad me exigía ser. Y no, eso no era una opción. Tenía que intentar una vez más convencerla. La verdadera Amanda tenía que ganar.

Esa tarde, me armé de valor y fui a la oficina de mi madre. La vi sentada frente a su escritorio, con una pila de exámenes para corregir. Respiré hondo y cerré la puerta. "Mamá, ¿podemos hablar de nuevo sobre la fiesta?".

Ella dejó su lápiz y me miró con una paciencia casi infinita, la misma paciencia que usa con sus estudiantes. "Sí, Amanda, dime".

"Gracias por la propuesta de la tregua, pero no me siento cómoda con ella. El punto no es tener una fiesta de quinceañera y una convención de manga. El punto es que es mi cumpleaños. Es mi vida. Y si esta fecha es tan importante, ¿no debería ser importante lo que yo quiero?"

Mi madre se quedó en silencio, procesando mis palabras. "Entiendo lo que dices. Pero la tradición es parte de la familia, Amanda. Es una celebración de tu paso a la adultez".

"¿Y qué significa ser una adulta para ti? ¿Usar un vestido de princesa? ¿Bailar un vals? Si lo que quieres es que sea una adulta, entonces déjame tomar mis propias decisiones. Déjame decidir cómo quiero celebrar el día más importante de mi vida. Me estás enseñando a ser una mujer fuerte, ¿verdad? Pues las mujeres fuertes toman sus propias decisiones. No esperan a que un príncipe las salve. Las mujeres fuertes salvan a sus propias vidas".

La vi por primera vez sin su coraza de profesora. Su rostro se suavizó y me miró con una expresión de orgullo mezclado con frustración. Sabía que tenía razón, pero la tradición era una barrera que no podía romper fácilmente. Sabía que en su cabeza luchaban las dos mujeres que vivían en ella: la madre protectora que quería que yo fuera feliz y la mujer tradicional que quería que yo siguiera las reglas.

"Déjame pensarlo, Amanda. Dame un día para digerir lo que me has dicho", me dijo con una voz cansada. Salí de la oficina sabiendo que había ganado una batalla, pero que la guerra aún no terminaba. La decisión final estaba en sus manos, y yo solo podía cruzar los dedos para que la mujer fuerte que vivía en ella ganara.




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