La casa se transformó. Las discusiones sobre el vals y los canapés desaparecieron, reemplazadas por debates apasionados sobre las mejores series de anime y los diseños de cosplay más elaborados. Mi madre, Renata, con su mente de profesora organizada, se encargó de la logística. Tenía una lista de invitados, un presupuesto detallado y un cronograma de actividades que superaba en minuciosidad a cualquier plan de estudios. Era extraño verla tan entusiasmada con algo que, hasta hace poco, había considerado una locura.
"Amanda, ¿qué opinas de un área de proyección para el maratón de anime?", preguntó, señalando un rincón del jardín en el plano que había dibujado. "Podríamos usar el proyector que compramos para las presentaciones de la escuela. ¿Y qué tipo de sillas prefieres, pufs o cojines gigantes?".
Mi tía Carmen, la intelectual, se unió a la conspiración. Aunque al principio había sido la más escéptica, su pragmatismo la hizo ver el evento como un proyecto que requería estrategia. "He investigado los concursos de cosplay en convenciones", me dijo una tarde. "Hay categorías de ‘mejor diseño’ y ‘mejor interpretación’. Podríamos tener jueces, y un sistema de puntuación para que sea justo. La justicia es lo que nos diferencia de las convenciones caóticas".
Mi tía Sofía, la artista, se encargó de la decoración. Su talento creativo dio un giro a la estética de la convención. En lugar de flores, el jardín se llenaría de grandes figuras de anime hechas con cartón y pintura. "El arte no tiene que ser solo un cuadro. El arte puede ser una experiencia. La Convención será nuestra obra maestra, Amanda", me dijo con un brillo en los ojos.
La prima Laura también se involucró. Aunque seguía pensando que un vals habría sido más tradicional, se animó a ayudar con la organización. Su popularidad en la escuela le dio la oportunidad de invitar a sus amigos, lo que significaba que la convención de Amanda sería un éxito. Por primera vez, no la veía como un rival, sino como una aliada.
Mi tío Mario, el cerebro detrás de todo, se encargó de contactar a los camiones de comida. Un día me envió un mensaje con una foto de un camión de comida japonesa con un dragón pintado en el costado. “¡Hecho!”, decía el mensaje. “Sushi, ramen, mochi y otros platillos para la Convención de Amanda”. No podía creer que todo esto estuviera sucediendo.
El día de mi cumpleaños se acercaba, y la casa se había convertido en un campo de batalla de la creatividad y la colaboración. Mi madre, mis tías y mi prima, todas juntas, unidas por el único objetivo de hacer de mi cumpleaños el día perfecto. Y no, no sería un día perfecto con un vestido y un vals. Sería un día perfecto con mis amigos, mi familia y mi manga.