La noche de la convención de Amanda terminó, pero su eco perduró en la casa. Los restos de la fiesta, los adornos de cartón y las luces de colores, aún seguían en el jardín. Los invitados se habían ido, y solo quedábamos mi familia y yo. Me sentí como si hubiera soñado, pero el olor a ramen y las figuras de mis héroes de manga en el jardín me recordaban que la Convención de Amanda había sido real.
Pero una nueva realidad se había instalado en mí. La foto de mi padre que había encontrado me había abierto una herida que creía sanada. La ausencia de él en mi cumpleaños había sido un recordatorio doloroso de un pasado que no había cerrado.
A la mañana siguiente, me armé de valor y fui a buscar a mi madre. La encontré en la cocina, con una taza de café en la mano. Se veía cansada, pero su rostro reflejaba una paz que no había visto en mucho tiempo.
"Mamá, ¿puedo preguntarte algo?", le dije.
Ella me miró con curiosidad. "Claro, mi amor".
"¿Sabes algo de mi padre? ¿Sabes dónde vive? ¿Qué hace?".
Mi madre se quedó en silencio. No era una pregunta que esperara. Su rostro se ensombreció, y pude ver la herida que yo le había abierto. -"Amanda, ¿por qué quieres saberlo ahora?", me dijo.
"Quiero saberlo porque quiero entender. Y porque quiero cerrar este capítulo de mi vida. No puedo seguir adelante con esta sombra en mi corazón. Me duele. Y no quiero que me duela más".
Mi madre, en un acto de amor incondicional que me dejó sin palabras, se levantó, me abrazó y me besó la frente. -"Te amo, mi amor. Y te ayudaré a cerrar este capítulo de tu vida".
Me dio la dirección de mi padre. Me dijo que vivía en una pequeña ciudad cerca de la costa, que se había casado de nuevo y que tenía una hija. Me sentí como si me hubieran golpeado en el estómago. Mi padre tenía una nueva familia, una nueva vida, y yo no era parte de ella. La ira, el dolor y la tristeza se apoderaron de mí.
Pero en medio del dolor, una chispa de esperanza se encendió en mí. No iba a dejar que la ira me controlara. Tenía que contactarlo. Tenía que hacerlo. La Convención de Amanda me había enseñado que yo era la protagonista de mi propia historia, y en mi historia, el final feliz no venía por sí solo. Tenía que luchar por él.