El mar de los recuerdos perdidos

Capítulo 7. Tomar las riendas

Anelix llegó a la casa de su padre justo cuando el sol empezaba a teñir el cielo de tonos anaranjados. La mansión familiar, siempre tan imponente, tenía un aire cálido y acogedor gracias a los recuerdos que albergaba. Entró en silencio, dejando su abrigo en el perchero de la entrada, y apenas dio dos pasos dentro de la casa cuando escuchó un grito inesperado desde el piso superior.

Resulta que, cuando ingresaba uno de los guardias ya había ido a informar a su padre de su llegada.

“¡Conejita! —era la voz emocionada de Frederick, quien había salido corriendo de su estudio al escuchar sobre su llegada, “¡Mi hija ha venido a visitarme!”.

Antes de que ella pudiera reaccionar, el sonido inconfundible de pasos apresurados bajando las escaleras la hizo girarse justo a tiempo para ver a su padre tropezar en el último escalón.

“Aaaah”, Frederick exclamo de dolor

“¡Papá, cuidado!”, dijo ella, mientras veía con horror cómo su imponente y siempre firme padre se desplomaba torpemente por las escaleras.

“¡No te preocupes…….no te preocupes, estoy bien!”, dijo mientras de manoseaba la cadera, haciendo un gesto exagerado con las manos, “¡Nada puede detenerme cuando sé que vienes a verme, mi adorada conejita!”

Anelix, sorprendida y luchando por contener la risa, caminó hacia él para asegurarse de que estaba bien. Mientras intentaba ayudarlo a levantarse, él se negó, adoptando una postura dramática y exagerada.

“¡Ah, mi pequeña!”, exclamó, fingiendo no tener dolor

Anelix lo miró, sin poder evitar reírse por lo ridículo de la situación: “sabía que mi corazón latía más rápido cuando supe que venías corriendo. ¿Podría ser este el fin del gran Frederick Brown, caído por el impacto de la belleza de su hija? Jajajaja”

“Papá, por favor, levántate antes de que alguien más te vea así”, dijo entre risas, “no querrás que todos piensen que te has vuelto loco”.

Frederick se puso de pie de un salto, sin dejar de sonreír, rápidamente se incorporó, sacudiéndose el polvo con una sonrisa infantil, como si nada hubiera pasado y abrazó a su hija con un entusiasmo casi infantil.

“¡Ah, pero estoy loco!”, bromeó, apretándola con fuerza, “loco por ti, mi querida Conejita. ¿Cómo está mi princesa? ¿Has venido a pedirle a tu viejo padre algún consejo de vida? ¿O quizás un millón de dólares?”

“Papá, por favor”, replicó ella, sonrojada por lo pegajoso que se había puesto, “he venido a hablar seriamente, no a que me ahogues en afecto”.

Frederick la miró con ojos brillantes, sin soltarla del todo.

“¿Seriamente?”, preguntó con tono juguetón, “no sé si puedo manejar eso ahora mismo, pero te escucho”.

Anelix, sonriendo, decidió que su padre siempre sería así de exagerado cuando se trataba de ella, pero al final, esa mezcla de cariño y excentricidad la hacía sentirse siempre bienvenida. La luz de la tarde se colaba por las ventanas del elegante despacho de Frederick.

Él se sentó detrás de su escritorio: “¿y bien?, ¿de qué quiere hablar mi conejita?. Ya casi no te veo desde que decidiste independizarte, me haces mucha falta”.

Anelix se acercó, ocupando la silla frente a él. Su semblante sereno no ocultaba del todo la preocupación que llevaba dentro.

“Bien, papá. Solo que… “, hizo una pausa, mirando sus manos, “no estoy muy contenta con mi trabajo actual. Siento que no estoy avanzando, y las cosas allí no están mejorando como esperaba. La vida independiente es muy cruel”.

Frederick se inclinó hacia adelante, mirándola con esa mezcla de comprensión y firmeza que siempre la había hecho sentir segura, pero a la vez desafiada a ser fuerte.

“Te dije que no sería como lo imaginabas”, suspiró, “te he visto esforzarte durante meses y no obtener lo que mereces. He estado pensando en ayudarte”.

“Papá, si esto va de nuevo sobre un puesto en Method, ya hemos hablado de eso”, lo interrumpió, “no quiero trabajar en la empresa familiar. No quiero ser vista como la hija del jefe, es molesto”.

Frederick la miró fijamente, como si hubiese anticipado su respuesta.

“No es sobre Method esta vez. Tengo un amigo que dirige una empresa muy respetada en la ciudad. Me ha comentado sobre una vacante que podría ser perfecta para ti. Nada tiene que ver con nuestra familia, solo una oportunidad que puedo facilitarte.

Anelix lo miró con una mezcla de sorpresa y resistencia.

“¿Quieres que entre ahí por tus influencias? “, preguntó, cruzando los brazos de manera defensiva. Ella siempre había sido tan independiente, tan decidida a forjar su propio camino.

“No es una cuestión de influencias”, dijo Frederick, su tono calmado pero firme. “sé que puedes ganarte ese puesto por ti misma, pero a veces aceptar una mano amiga no es debilidad. No quiero que pases años en un lugar que no te valora cuando puedes estar en uno donde podrías crecer. Mi amigo solo te abrirá la puerta. Tú demostrarás por qué te la mereces”.

Anelix bajó la vista, mordiéndose el labio. Sabía que su padre tenía razón, pero algo dentro de ella aún luchaba contra la idea de recibir ese tipo de ayuda.

“Es que… no quiero sentir que no me lo gané”, confesó, alzando la mirada hacia él con honestidad, “en realidad sólo veía a pedirte recomendaciones de empresas a las que puedo aplicar, pero no quería entrar directamente”

Frederick se levantó de su asiento y caminó hasta ella, colocándole una mano en el hombro con ternura.

“Conejita, no te estoy pidiendo que aceptes algo que no mereces. Sé lo mucho que te esfuerzas, y sé que eres más que capaz. No tiene nada de malo aprovechar una oportunidad cuando se presenta. No es el puesto lo que define tu valía, sino lo que harás con él”.

Anelix permaneció en silencio, reflexionando sobre sus palabras. Su trabajo actual, donde se sentía estancada, le había comenzado a drenar las energías. Quizás esto era lo que necesitaba. Tal vez… había llegado el momento de aceptar una ayuda sin que eso significara depender de su familia.




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