Anelix había sido recibida cordialmente por el secretario en la recepción, quien la guió a su nueva oficina, donde trabajaría como auxiliar de proyectos. Mientras caminaban por los pasillos, el secretario le explicó que, si todo iba bien, podría ascender a gerente de proyectos en un futuro cercano, debido a su perfil capacitado. Eso le emocionaba, pero también la hacía sentir una ligera presión.
Mientras caminaban el secretario le entregó un gafete con su nombre: “como tus datos fueron enviados de antemano y entraste directamente, ya tenemos listo tu carnet, por favor úsalo para acceder a la oficina e identificarte a partir de ahora”. Anelix estaba llena de felicidad al recibir su gafete, no puedo creer que ya es oficial, estoy tan feliz.
Una vez frente a la oficina, el secretario le se disculpó y salió un momento para buscar a la persona encargada de darle la inducción.
Sola, Anelix se sintió inquieta. Se colocó su gafete y se acercó a la puerta y, con curiosidad, comenzó a observar cómo trabajaban los empleados en el área común. A lo lejos, escuchaba el tecleo constante de los ordenadores y conversaciones en voz baja. Era un ambiente profesional, pero también algo frío.
En ese instante, se giró para regresar al lugar donde la habían dejado, pero su cuerpo chocó bruscamente contra alguien que no había visto venir. El impacto fue fuerte, y antes de que pudiera reaccionar, sintió una oleada de calor en su pecho y abdomen. El café que llevaba el hombre con el que había chocado se había derramado completamente sobre él.
“¡Dios mío!”, exclamó Anelix, con las manos temblorosas mientras intentaba sacar un pañuelo de su bolso para limpiar al hombre, “Lo siento mucho, no te vi...”
El hombre, con el rostro endurecido y el ceño profundamente fruncido, la miró con una mezcla de furia e incredulidad.
“¿No puedes ver por dónde vas?”, gruñó, apartando el pañuelo que Anelix le ofrecía, “¿Nadie te ha enseñado que debes estar pendiente de lo que te rodea?, ¡aquí no se permiten descuidos!”
Anelix se quedó paralizada por un segundo, su corazón latiendo rápido ante el tono cortante del hombre. Jamás se había sentido tan avergonzada y culpable en su vida. Mientras intentaba formular una respuesta, sus palabras quedaron atascadas en su garganta: “Yo... lo siento muchísimo, de verdad no fue mi intención...”
Antes de que pudiera continuar, otro hombre entró apresuradamente a la oficina. Tenía una venda en la frente, como si hubiera tenido algún accidente reciente.
“¿Señor, está bien? “, preguntó el recién llegado, con preocupación evidente en su voz.
“¿Te parece que estoy bien?”, respondió el hombre del café, levantando los brazos manchados de líquido marrón, “averigua dónde trabaja esta inútil y despídela”.
Sin siquiera dirigirle otra mirada, el hombre se giró y salió de la oficina, dejando a Anelix completamente aturdida. No puede ser, como tengo la identificación de la empresa puesta dedujo que ya trabajo aquí. El otro hombre, que había presenciado toda la escena, se quedó un momento sin saber qué decir.
“No te preocupes”, dijo finalmente, intentando consolarla, “tal vez no lo decía en serio. Haré lo posible por hablar con él... Trata de no pensarlo mucho”. Y con eso, también salió de prisa tras el hombre.
Anelix se quedó ahí, sin poder moverse. El silencio de la habitación le pesaba como una tonelada. Su primer día, y ya había arruinado algo. Llevó una mano a su rostro, frustrada, y luego murmuró para sí misma: ¿Despedida?... ¡Ni siquiera he empezado a trabajar y ya me echaron! ¡Nooooooo!, estaba en shock pero al mismo tiempo empezó a razonar de manera diferente: ¿y quién carajos es ese hombre para decir esas palabras?, ¿siquiera tiene autoridad?, solo derrame su café no es como si hubiera arruinado algún trabajo importante, el también debería mirar por donde va. Aaaaahhhhh lo desprecio. Calmémonos Anelix, tal vez fue una broma de mal gusto.
Mientras Anelix seguía sumida en sus pensamientos sobre su desastrosa mañana, el secretario, Alfred, regresó acompañado de una mujer de su misma edad.
“Lamento la espera”, dijo Alfred, “te presento a la jefa de equipo, María...”
Antes de que pudiera continuar, sus ojos se abrieron de par en par al ver la camisa de Anelix empapada de café.
“¡¿Qué te pasó?! Estás llena de café...”
Anelix suspiró y explicó, intentando restarle importancia al asunto: “Pasó alguien por aquí, y por un accidente me dijo que estaba despedida. Pero debe ser una broma, ¿cierto?”
Alfred se rascó la cabeza, claramente desconcertado. Solo había salido un momento, y al regresar todo se había complicado. María, a su lado, miraba a Anelix con una mezcla de incredulidad y lástima.
“¿Cómo era la persona con la que chocaste?”, preguntó Alfred, algo tenso.
Ella contestó: “Mmmm, era alto, malhumorado y lo seguía otro tipo que parecía... un matón”.
El rostro de Alfred y María palidecieron al escuchar la descripción. Anelix, notando sus reacciones, sintió un nudo formarse en su estómago.: “¿Qué pasa?”, preguntó, nerviosa, “no es alguien importante, ¿verdad?”
Alfred tragó saliva antes de responder: “no... no pinta nada bien. Creo que te encontraste con el vicepresidente de la compañía”.
Anelix soltó una risa nerviosa: “¿El vicepresidente? ¡Jajaja! No... ¡¿Qué?! ¡¿El vicepresidente?!, gimió mientras sentía que debía abrirse la tierra y simplemente tragarla.
María intervino con tono serio: “lamentablemente, es la única persona que encaja con la descripción que diste. Y el que lo seguía probablemente sea su mano derecha, Erick”.
Anelix empezó a sentir el frío recorrer su cuerpo. Apenas acababa de llegar y ya el vicepresidente la había despedido. ¿Cómo podía tener tan mala suerte?
“Pero quizás no sea tan grave”, intentó calmarla Alfred, “vamos a limpiarte y luego iremos a su oficina a aclarar todo. Tal vez podamos arreglar la situación”.