Luego de un largo día de trabajo, Anelix suspiró agotada mientras marcaba el número de Cassius en su teléfono. El tono de llamada retumbaba en sus oídos, mientras se preguntaba cómo pedirle ayuda sin parecer desesperada. Finalmente, Cassius contestó con su habitual tono despreocupado.
“Vaya, ¡qué sorpresa que me llames primero y a estas horas!”, dijo con una mezcla de sarcasmo y curiosidad.
Anelix no perdió el tiempo y fue directo al punto, aunque su voz denotaba cierta incomodidad: “Cassius, no tengo tiempo de explicarte todo ahora, pero... necesito un favor. Mi empleo depende de ello”.
El tono de Cassius se tornó más serio: “¿De qué estás hablando?“, preguntó, preocupado.
“¿Recuerdas esos trajes de Stuart Hughes Diamond que tanto quería mi papá?”
Cassius soltó una pequeña risa, recordando las incontables veces que Anelix se había quejado por el capricho de su padre: “¿Cómo olvidarlo? Me lo mencionabas a cada rato porque tu padre no dejaba de quejarse de eso”.
“Bueno, necesito uno de esos trajes. Y lo necesito urgentemente”.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea.
“..... Espera, ¿qué?”, dijo Cassius, incrédulo, “¿Me hablas en serio?”
“Sí, cometí un pequeño accidente”, confesó Anelix, su voz se quebró un poco al admitirlo, “Por favor, tienes que ayudarme”.
Cassius se echó hacia atrás en su silla, reflexionando sobre lo que acababa de escuchar.
“¿Qué lío hiciste esta vez, Anelix? Esos trajes no se consiguen en cualquier tienda de la esquina”.
“Lo sé, lo sé...”, replicó, casi desesperada: “Pero justo hoy, el vicepresidente de la compañía tenía que estar usando uno de esos trajes y, bueno... lo arruiné”.
Cassius: “......”
Anelix sentía la presión en el pecho aumentar. Había jurado que no volvería a recurrir a las influencias de su padre o de sus amigos, y sin embargo, aquí estaba, pidiendo un favor enorme. Sabía que Cassius nunca le diría que no, pero no quería abusar de su buena voluntad.
“¿Así como así?”, preguntó él, intrigado.
“Lo importante es que necesito el traje en una semana... como máximo”, respondió, evadiendo la explicación completa, “olvida eso, entiendo, es imposible, no tienes que ayudarme, ya veré que hago”, decía con un tono claramente triste, a punto de llorar.
Cassius dejó escapar una risa suave, comprendiendo la gravedad de la situación. Claramente ella era su única debilidad: “está bien, está bien, te ayudaré. Una semana... Anelix, dices que no te gusta usar influencias, pero a veces parece que sabes manejarlas muy bien. Debería anotar este favor”.
Anelix sabía que estaba jugando con fuego. Pero con una sonrisa forzada respondió: “Cassius, no te pongas así. Si me ayudas, te concederé un deseo. Lo que quieras, mientras esté a mi alcance”.
La voz de Cassius cambió, se volvió algo más suave, pero con un toque de travesura, sus ojos desprendieron un tris de emoción al mismo tiempo: “¿Un deseo, eh? ¿Lo que yo quiera?”
“Por supuesto”, dijo ella con seguridad, “Mientras esté a mi alcance”.
“Entonces debo esforzarme mucho... no vayas a olvidar tu promesa”.
“No lo haré. Mañana voy a tu oficina después de salir de la mía. Hoy necesito estudiar sobre el trabajo para estar en sincronía lo más pronto posible. Adiós, Cassius”.
Anelix colgó antes de que él pudiera responder. Cassius soltó una pequeña risa mientras miraba el teléfono en su mano.
“Un deseo, ¿eh?”, murmuró para sí mismo, una sonrisa peligrosa en sus labios.
Inmediatamente, llamó a su secretaria y le ordenó que lo pusiera en contacto con un conocido suyo. Mientras pensaba en la oportunidad que se le presentaba, su mente jugaba con la idea de pedirle a Anelix algo que fuera mucho más allá de un simple favor. Algo que pondría a prueba los límites de su amistad.
.....
Al día siguiente, Anelix estaba sumergida en el caos del trabajo. María, la jefa de equipo, siempre se mantenía cerca para ayudarla en lo que podía, dándole ánimos cuando Anelix sentía que el estrés era demasiado. Afortunadamente, no vio al vicepresidente en todo el día, lo que le permitió enfocarse un poco más en sus tareas.
Por la tarde, salió antes de lo usual y se dirigió a la oficina de Cassius. Él la recibió con una sonrisa que casi parecía un poco más alegre de lo normal, como un ángel.
“¡Anelix! Me alegra verte”, dijo, invitándola a sentarse.
“Igualmente, aunque... no sé si estoy lista para escuchar lo que vas a decirme”, respondió ella, intentando sonar relajada.
Cassius se acomodó en su silla antes de hablar: “Conozco a alguien que tiene una relación cercana con el diseñador de los trajes Stuart Hughes”, comenzó a explicar, “la opción más viable es pagar para que haga otro exclusivamente de su marca. El problema es... ya sabes, el costo”.
Anelix sintió un nudo en el estómago. Sabía lo caro que podía ser uno de esos trajes, y el solo hecho de pensar en pagarlo la hacía sentir aún peor.
“Te pagaré hasta el último centavo”, dijo con determinación, “aunque tenga que trabajar el resto de mi vida”.
Cassius rió, poner a su amiga en ese estado lo hacía muy feliz por alguna razón y más porque dependía de él.
“No te preocupes tanto por eso”, dijo mientras se levantaba y caminaba hacia ella: “No olvides... que me debes un deseo”.
Anelix levantó la mirada hacia él, intentando descifrar qué estaba tramando. Cassius se acercó lentamente, su tono volviéndose casi seductor.
“Un deseo es un deseo... “, susurró, inclinándose ligeramente hacia ella.
Antes de que la tensión pudiera escalar, la secretaria de Cassius entró en la oficina, interrumpiéndolos. Cassius apretó los puños, frustrado, pero se recompuso rápidamente.
La secretaria, sin titubear o preocuparse por irrumpir, le entrego una tablet con la información que necesitaba.
“Debo reunirme personalmente con mi conocido”, dijo mientras se apartaba de Anelix, “me encargaré de todo, no te preocupes. Por cierto, ¿qué te parece si vamos juntos a Italia? Es donde se encuentra el diseñador”.