La primera semana de trabajo pasó volando para Anelix, aunque para ella se sintió como un eterno malabar entre sus responsabilidades laborales y la angustia por no tener noticias de Cassius. Solo le quedaba un día, ya era viernes, y no había señales del traje que tanto necesitaba. Mientras intentaba concentrarse en su escritorio, el eco de sus pensamientos no la dejaba en paz.
¿Y si Cassius no lo consigue?, se preguntaba nerviosa. Justo en ese momento, un escalofrío recorrió su espalda cuando vio a Antony caminando hacia ella. Tenían una reunión importante ese día, y sus nervios la estaban carcomiendo. Durante toda la reunión, apenas pudo concentrarse en los temas tratados, sintiendo la mirada del vicepresidente fija en ella en más de una ocasión.
Cuando finalmente terminó la reunión, y Anelix intentaba escabullirse, escuchó la voz fría de Antony llamándola.
“Oye, ven un momento”.
Su corazón dio un vuelco. No quería ir, sabía perfectamente cuál sería el tema de la conversación, pero no podía ignorarlo. Resignada, lo siguió hasta su oficina. Estando a solas, Antony la miró con una sonrisa enigmática.
“Y bien, ¿dónde está lo que me prometiste?”
Anelix sintió un sudor frío bajándole por la espalda. No podía perder su confianza, así que decidió improvisar. Fingiendo tranquilidad, dijo: “En realidad, todo marcha bien, pero debe recordar que el plazo de una semana vence el lunes. Así que tendrá que tener un poco de paciencia”.
Cada palabra que salía de su boca era una falacia. Solo quería ganar tiempo para ir personalmente a la casa de Cassius durante el fin de semana. Antony la observó en silencio por unos instantes, evaluándola. Finalmente, sonrió de manera casi predatoria.
“Más te vale que así sea, novata. Pero si intentas engañarme para entonces...”, se inclinó un poco hacia ella, su voz un susurro amenazante, “Lo pagarás caro”.
El escalofrío que recorrió su cuerpo no fue menor al que ya tenía, pero mantuvo la compostura mientras él se marchaba. Cuando finalmente se quedó sola, exhaló el aire que había estado reteniendo. Terminada su jornada, Anelix recogió sus cosas rápidamente y salió apresurada de la oficina, sin mirar atrás.
Maria y Alfred, desde sus escritorios, la observaron con curiosidad.
“¿Tendrá cosas pendientes?”, murmuró Alfred.
“O tal vez no quiere ver la cara del jefe al salir”, añadió Maria, riendo.
“Es una lástima que no podamos ayudarla”, comentó Alfred, mientras la veían desaparecer por la puerta.
En la salida, Anelix casi choca con el chofer de Antony que llegaba con su auto. Se escondió rápidamente al ver que otra persona ocupaba el asiento del pasajero. Con sorpresa, vio que se trataba de una mujer que lo saludaba cariñosamente. Anelix frunció el ceño. Sabía por sus investigaciones que Antony no tenía novia, y él mismo había declarado en una entrevista que no tenía planes de estar en una relación. Si te preguntas porque alguien tan noble como Anelix habría hecho tales investigaciones, pues, no puede quedarse en la ignorancia después de lo que paso en su primer día, como dice el Arte de la Guerra: ´debes conocer a tu enemigo´.
¿Será una aventura?, pensó. Saco rápidamente su teléfono y comenzó a grabar discretamente mientras la mujer le daba la bienvenida al coche. En última instancia, podría usar esto a mi favor, se dijo con una sonrisa astuta.
......
El fin de semana pasó en una mezcla de ansiedad y frustración. Anelix intentó por todos los medios contactar a Cassius, pero él no contestaba sus llamadas, y nadie parecía saber dónde estaba. Ni en su trabajo ni en su casa había señales de él, lo que solo aumentó su desesperación.
Cuando llegó el fatídico lunes, sus nervios estaban al límite. Entró a la oficina con la cara pálida, y Maria fue la primera en notarlo.
“¿Te sientes bien?”, preguntó preocupada.
Anelix no respondió, simplemente se dejó caer sobre su silla como si todo su mundo se estuviera derrumbando. Mientras tanto, el ambiente en la oficina cambió cuando el jefe llegó. Todos se levantaron para saludarlo, y para Anelix, ver a Antony entrar fue como observar a alguien caminar en cámara lenta. El pánico la dominó, y sin pensarlo, se escondió debajo de su escritorio.
“¡Por favor, no digas que estoy aquí!”, susurró desesperadamente a María, haciendo señas desde su escondite.
María, aunque sorprendida, entendió rápidamente la situación y no delató a su amiga. Antony pasó de largo, sin notar que su empleada ´estrella´ estaba escondida.
Dentro de su oficina, Antony conversaba con su asistente, Erick.
“¿La nueva empleada no vendrá hoy?”, preguntó Antony, fingiendo indiferencia.
“No lo sé, jefe. Tal vez está asustada... ¿Por qué no simplemente le dice que lo del plazo no era en serio? Si el presidente se entera de lo que está haciendo, podría enojarse”.
Antony soltó una risa seca y arrogante: “No me interesa la opinión de mi padre. Y de todas formas, no la pienso despedir... solo le daré un nuevo puesto”.
Erick lo miró en silencio, confundido por los verdaderos motivos de su jefe.
Durante todo el día, Anelix evitó a Antony a toda costa. Parecía que él tenía el extraño propósito de encontrarse con ella, pues salía y entraba de su oficina constantemente. En algún momento, ya cerca del almuerzo, su teléfono sonó. Era Cassius. Anelix lo contestó rápidamente, como si fuera una tabla de salvación.
“¡¿Dónde has estado?! ¿Sabes lo preocupada que estaba?”, gritó al teléfono.
Cassius contestó: “Ey cálmate, me vas a reventar el oído. ¿Crees que fue fácil cumplir con tu favor? Estoy frente a tu empresa. Sal”.
Anelix no se lo pensó dos veces. Salió disparada del edificio, pero justo antes de cruzar la puerta, Antony la vio correr. Sabía que ella lo había estado evitando todo este tiempo, al verla correr no dudó, dijo con una sonrisa retorcida: “Erick, solicita a la nueva empleada con urgencia en mi oficina”.