El amanecer había traído consigo un nuevo día, pero para Anelix, el sueño de la noche anterior la dejó intranquila. Despertó sobresaltada, jadeando mientras su corazón palpitaba con fuerza. Un fuerte golpe resonó en su ventana. Un pájaro, desorientado, se había estrellado contra el cristal, pero ese no era el verdadero motivo de su agitación. Los fragmentos de su sueño revoloteaban en su mente, como piezas desordenadas de un rompecabezas que no lograba encajar.
Se llevó las manos a la cabeza, tratando de recomponer lo que había visto. ¿Había soñado? Sí, tiene que haber sido solo un sueño, pero... en esos fragmentos vagos, Antony aparecía, y él se me confesaba. ¿Confesado qué? No podía recordarlo con claridad, pero el impacto emocional que le había dejado era innegable. Su rostro se sonrojó al pensarlo. ¿Un sueño? Tiene que serlo. Pero entonces, ¿por qué mi corazón late a mil por hora?
Anelix se sentó en la cama, tratando de calmar sus pensamientos. ¿Y si no es solo un sueño? ¿Podría ser un recuerdo de mi pasado perdido? La idea le revolvía el estómago. La única manera de confirmar si era un recuerdo era preguntarle a Antony, pero solo imaginar la conversación le generaba una profunda repulsión. ¿Cómo voy a enfrentar al hombre frío que afirma ser mi esposo? Esa posibilidad la aterraba. Sentía que al preguntarle, le estaría dando la razón de alguna manera, cediendo a algo que no quería aceptar.
El sonido de unos golpes suaves en la puerta la sacó de sus pensamientos.
"¿Hija? ¿Estás despierta?", era la voz de su padre, Frederick, del otro lado.
"Sí, papá. Pasa".
Frederick abrió la puerta con su porte serio, pero con una leve sonrisa en el rostro.
"Ven, alístate pronto. Vamos a dar un paseo".
Anelix lo miró con una mezcla de desconcierto y sorpresa: "¿Un paseo?"
Frederick asintió, cruzando los brazos: "Sí. Sofía quiere ir al parque de diversiones con su madre, y pensé que sería una buena oportunidad para que te acerques más a ella".
El rostro de Anelix se iluminó un poco. La idea no le parecía mala. Sofía... su hija. Cada vez que estaba con ella, sentía una calidez indescriptible. Aunque Sofía era casi una desconocida para ella, siempre que la veía, su corazón se llenaba de alegría.
"De acuerdo. Dame un momento para alistarme".
Un rato después, Anelix salió de su habitación, vestida con ropa casual pero bonita. Al bajar las escaleras, se encontró con tres personas esperándola. Su padre, Sofía, y...
"¡Mamá!", gritó una vocecita, mientras una pequeña niña corría hacia ella y se lanzaba a sus brazos.
Anelix sonrió mientras la abrazaba con fuerza. Sofía. Su hija, aunque desconocida, siempre lograba hacerla sentir plena y feliz. Por un momento, el caos interno que sentía se desvaneció.
"¿Cómo has estado?", dijo de repente Antony, rompiendo el momento.
Anelix lo miró en silencio, con una expresión más seria. ¿Cómo estaba él aquí? Sentía una mezcla de emociones; no quería estar cerca de él, no después de los confusos sentimientos que su sueño le había provocado.
"¿Por qué estás aquí?", preguntó, más inquisitiva de lo que había planeado.
Antes de que Antony pudiera responder, Sofía se interpuso con su ternura infantil: "Mamá, no regañes a papá. Fue mi idea. Hoy vamos a salir todos juntos... ¡y con el abuelo también!"
La inocencia en sus ojos era desarmante, y Anelix no pudo evitar sonreírle. ¿Quién podría decirle que no?, era demasiado tierna.
Frederick sonrió también, y sin más palabras, todos se dirigieron al auto. Antony tomó el volante, mientras Frederick se acomodó en el asiento delantero. Anelix se quedó en la parte trasera con Sofía, que no paraba de hablar emocionada sobre todas las cosas que quería hacer en el parque.
Al llegar al parque de diversiones, la luz del sol bañaba las atracciones con un brillo dorado. Las risas de los niños se mezclaban con la música de fondo y los ruidos de las atracciones.
"¿A cuál deberíamos subir primero?", preguntó Anelix.
Casi al unísono, los tres respondieron.
"Rueda de la fortuna", dijo Frederick.
"Los barcos", respondió Antony.
"¡Al carrusel!", exclamó Sofía con una risa contagiosa.
Anelix los miró, divertida y algo extrañada por la pasión con la que cada uno defendía su elección.
"Vamos, que están diciendo ustedes", insistió Frederick, "a mi hija siempre le ha gustado la rueda de la fortuna. Recuerdo cómo subimos juntos con Sofía".
"No, no, viejo", interrumpió Antony, "a ella le encantan más los barcos. El agua la calma, la hace sentirse en paz".
Sofía, con su dulzura característica, sacudió la cabeza: "El abuelo y papá se equivocan. A mamá le gusta más el carrusel".
Los tres discutían, cada uno aferrado a su versión de lo que más le gustaba a Anelix, como si estuvieran peleando por ganar un debate crucial. Ella los miró sin saber qué decir. ¿De verdad están peleando por algo tan simple? Todos se volvieron hacia ella, esperando su decisión.
Para no causar más disputas, Anelix sonrió y le dio la razón a Sofía. La niña dio saltos de alegría y abrazó a su madre. Frederick y Antony, en cambio, se miraron seriamente, resignados a la elección de la pequeña.
El día continuó, con todos intentando captar la atención de Anelix. En la comida, Frederick, Antony y hasta Sofía competían por darle de comer. Luego, en la tienda de regalos, corrían para ser los primeros en entregarle lo que habían comprado.
Era abrumador.
Anelix se sentía desbordada por la lucha constante entre su padre, su esposo, y su hija por atraer su atención.
Finalmente, la noche comenzó a caer. Sofía, agotada de tanto correr y jugar, se quedó dormida en los brazos de su abuelo. Frederick se ofreció a llevarla al auto primero, dejando a Anelix y Antony solos.
Cuando Antony regresó de comprar algo para llevar, notó la ausencia de su hija.
"¿Dónde está Sofía?", preguntó, algo preocupado.