La tensión en la empresa de Antony había alcanzado su punto máximo. El aire era denso, cargado de una mezcla de ansiedad y agotamiento. Los empleados, muchos trabajando horas extras, se movían con prisa por los pasillos, conscientes del caos que había arrasado con el proyecto del hotel en Macao. Las deudas se acumulaban, y los inversionistas, enfurecidos, exigían su dinero de vuelta.
Erick, con el rostro marcado por la preocupación y el cansancio, se acercó rápidamente a Antony en su oficina. El informe que llevaba en sus manos no traía buenas noticias.
"Señor, comenzó Erick con seriedad, "el proyecto del hotel en Macao se vino abajo. Las deudas están fuera de control, y los inversionistas exigen que se les regrese su dinero".
Antony, sentado tras su enorme escritorio, lo miró con incredulidad. ¿Cómo es posible? Ese proyecto estaba blindado contra cualquier contingencia. No podía haber colapsado sin más.
"Ese proyecto estaba asegurado", dijo en un tono frío pero controlado, "¿Qué sucedió?"
"Parece que la mafia... está involucrada nuevamente", respondió Erick, bajando la voz y echando un vistazo a la puerta para asegurarse de que nadie más estuviera escuchando: "Específicamente, nuestro informante descubrió que Zarack intervino para impedir la construcción y convenció a los accionistas de retirar su apoyo".
El nombre de Zarack hizo que el ambiente en la oficina se volviera aún más sombrío. Antony frunció el ceño, claramente irritado. Zarack era un líder de la mafia conocido por su crueldad y por mover los hilos del poder desde las sombras. Pero Antony jamás había tenido ningún trato con él. ¿Por qué interferiría ahora?
"¿Zarack?", dijo Antony, dejando escapar un suspiro, "Es peligroso". Se inclinó hacia adelante, sus ojos clavados en Erick: "¿Por qué está interfiriendo? No nos hemos involucrado con él en nada como para que haga esto de repente. ¿Te aseguraste que el proyecto no tuviera que ver con él?"
"Por supuesto, señor", afirmó Erick, "revisé todo. No hay razón alguna para que él se entrometa... Es como si lo estuviera haciendo a propósito".
Antony se recostó en su silla, pensando rápidamente en las implicaciones de esas palabras. ¿A propósito? Si Zarack estaba tomando medidas tan drásticas, no era solo por capricho.
“¿Insinúas que él también está detrás de mis ´accidentes´ de hace 5 años?”, preguntó, levantando una ceja. Los pasados incidentes, desde el ataque en la carretera hasta las amenazas veladas, habían estado creando un peligro constante en su vida. Como se detuvieron repentinamente y pasaron años, Antony pensó que sólo era alguien queriendo jugar con él, tal vez su suegro.
Erick tragó saliva antes de responder, con la incomodidad evidente en su rostro: “No me atrevo a decirlo a la ligera, señor, pero sí... todo indica que los hombres que lo han estado siguiendo y atacando, tanto ahora como en el pasado, están bajo las órdenes de Zarack, antes no lo pudimos rastrear, pero esta vez está claro”.
Antony golpeó su escritorio con los dedos, un gesto impaciente: "¿Y la razón?"
Erick negó con la cabeza: "Aún no la tengo clara. He revisado todos nuestros proyectos y negocios, y no creo que él esté involucrado en ninguno de ellos. Es... extraño".
"¿Puedes cuadrar una reunión con él?", preguntó Antony, casi de inmediato.
Erick se tensó ante la idea: "Una reunión... no creo que sea posible. Zarack no es el tipo de persona que acepta invitaciones tan fácilmente. Quizás podríamos enviarle un mensaje, pero no estoy seguro de que responda".
Antony lo miró fijamente, su decisión inquebrantable: "Entonces hazlo. No podemos permitir que siga interfiriendo en nuestros asuntos. Si no detenemos esto ahora, el impacto será devastador".
Al día siguiente, mientras Antony intentaba mantenerse concentrado en la montaña de problemas que se acumulaban en su escritorio, una presencia inesperada apareció en su empresa. Frederick Brown, su suegro, se plantó frente a él, con su habitual aire imponente, pero esta vez con una expresión más severa que de costumbre.
"Viejo", dijo Antony, sin molestarse en ocultar su sorpresa, "¿qué te trae por aquí?"
Frederick no perdió tiempo en rodeos: "Sé que estás en problemas, Antony. No trates de ocultármelo".
Antony lo miró con frialdad, su desconfianza palpable.
"¿Y por qué debería?", preguntó, "¿Vas a unirte a mi enemigo y hundirme también?"
Frederick levantó una ceja ante el comentario, pero mantuvo su tono calmado: "Puede que no lo parezca, pero vengo a ayudarte. Y lo hago por mi hija".
Esas palabras hicieron que Antony se detuviera por un momento. Por Anelix...
"Escucha", continuó Frederick, "un mafioso está pidiendo tu cabeza, incluso me lo pidió a mí".
Antony se puso de pie de inmediato, la alarma visible en sus ojos: "¿Qué? ¿Hablas de Zarack?"
"Así que lo sabes", dijo Frederick, asintiendo lentamente, "entonces será más sencillo preguntar. ¿Qué le hiciste a ese hombre para que te odie tanto? En el pasado no me importaba lo que te pasara, pero ahora...."
Antony suspiró, pasando una mano por su cabello oscuro: "Yo tampoco lo entiendo. No le he hecho nada. Estoy esperando su respuesta. Le envié un mensaje".
Frederick cruzó los brazos, mirando a su yerno con seriedad: "Quiero que me mantengas al tanto de todo, mocoso. No puedo permitir que la empresa de un amigo se vea afectada, pero más importante aún, no puedo permitir que mi hija se quede viuda en esta situación. Y mi nieta...", hizo una pausa, mirando a Antony a los ojos, "mi nieta no puede quedarse sin padre".
El silencio que siguió fue pesado. Ambos hombres, que habían tenido tantas diferencias en el pasado, estaban ahora obligados a colaborar para descubrir la verdad tras los ataques. La sombra de Zarack se cernía sobre ellos, pero juntos, estaban decididos a desentrañar el misterio.
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Antony se encontraba en su despacho, las luces tenues apenas iluminaban los papeles que cubrían su escritorio. Había agotado todas las opciones para detener a Zarack, y su frustración crecía con cada día que pasaba. El apoyo de Frederick había sido valioso, pero parecía que las conexiones de Zarack eran más profundas de lo que habían anticipado. En ese momento, solo una persona podía darle el impulso necesario para inclinar la balanza: Isabell.