El momento había llegado. Las puertas dobles de la capilla se abrieron lentamente, revelando a Anelix, tomada del brazo de su padre. Los invitados contuvieron la respiración. Anelix parecía una visión celestial, su vestido blanco brillando con un suave resplandor bajo la luz, el velo cubriendo parcialmente su rostro, dándole un aire de misterio y pureza. A cada paso que daba, los pétalos de rosa caían a su alrededor, acariciando el suelo con suavidad.
Antony, de pie junto al altar, sintió que el mundo entero se detenía en ese instante. El bullicio de los invitados, los susurros y los ecos se desvanecieron mientras la miraba avanzar. Su corazón latía con fuerza en su pecho, una mezcla de asombro, emoción y amor se arremolinaba en su interior. Nunca había visto algo tan hermoso como Anelix, su presencia llenaba la sala de una calidez indescriptible. Era como si todo lo que había vivido hasta ese momento, todas las batallas y los sacrificios, lo hubieran preparado solo para este instante. La miraba, y en su mente pasaban imágenes fugaces de su tiempo juntos: las risas compartidas, las dificultades superadas, los momentos de ternura. Y ahora, el futuro que construirían juntos.
Mientras ella se acercaba, Antony sintió que sus emociones lo desbordaban. Los ojos de Anelix, brillantes y llenos de amor, se encontraron con los suyos, y en ese segundo, todo lo demás desapareció. Era como si solo existieran ellos dos en el universo.
Cuando llegaron al altar, Frederick se detuvo, mirando a Antony directamente a los ojos. Había en él una seriedad que solo un padre que entrega a su hija podría entender.
"Cuídala bien", dijo Frederick, su voz grave, pero cargada de sentimiento. "Porque, aunque te la entregue hoy, siempre la estaré vigilando".
Una sonrisa ligera se dibujó en el rostro de Antony, entendiendo el peso de esas palabras. Con un respeto profundo, asintió.
"Lo prometo", dijo Antony, su voz firme. "La protegeré con mi vida".
Frederick, insatisfecho pero aún con el corazón apretado, le entregó la mano de Anelix a Antony. Hubo un instante, una pausa cargada de emoción, cuando los ojos de Frederick y su hija se encontraron una última vez antes de que él se retirara. Anelix lo abrazó brevemente, sintiendo el peso de la despedida simbólica.
Luego, cuando ambos se colocaron frente al altar, el sacerdote los miró y comenzó la ceremonia. El momento culminante llegó cuando los votos fueron intercambiados. Primero fue el turno de Anelix. Tomando suavemente las manos de Antony, sus ojos brillaron con lágrimas contenidas mientras hablaba.
"Antony", dijo con voz temblorosa pero llena de amor, "desde el día en que nuestras vidas se cruzaron, supe que no sería fácil, pero también supe que no querría estar en ninguna otra parte que no fuera a tu lado. Hoy te elijo, con cada parte de mi ser, porque sé que no solo eres el hombre con quien quiero compartir mis días, sino también con quien deseo enfrentar las tormentas. Prometo caminar a tu lado, en los momentos felices y en los desafiantes, y prometo que mi amor por ti crecerá cada día más. Te amo, Antony, con todo mi corazón".
Las lágrimas se acumularon en los ojos de Anelix mientras pronunciaba esas palabras, pero se mantenía fuerte, con una sonrisa llena de esperanza. Antony, conmovido, tomó un profundo respiro antes de comenzar sus votos. Miró a Anelix, y fue como si todo lo que había guardado en su corazón finalmente encontrara salida.
"Anelix", comenzó, con la voz ronca por la emoción, "he pasado mi vida luchando, enfrentando obstáculos y protegiendo lo que más amo. Pero nunca pensé que encontraría algo tan valioso como tú. Cuando llegaste a mi vida, algo en mí cambió. Me mostraste que el amor no es una debilidad, sino la fuerza más poderosa que existe. Me mostraste que puedo ser vulnerable sin miedo, porque contigo, soy más fuerte. Prometo que te protegeré, no solo con mis manos, sino con mi alma. Prometo que haré todo lo posible por hacerte feliz, por ser el hombre que mereces. Y aunque no soy perfecto, te prometo que cada día intentaré serlo, por ti. Te amo, Anelix, más allá de lo que las palabras pueden describir, y siempre lo haré".
Un profundo silencio llenó la capilla. Las palabras de Antony habían tocado el corazón de todos los presentes, que sentían la sinceridad en cada frase. Algunos invitados no pudieron evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas. La emoción en la voz de Antony, su vulnerabilidad al exponer lo que realmente sentía por Anelix, fue un momento que conmovió a todos en la sala.
Anelix, conmovida hasta lo más profundo, no pudo contener más sus lágrimas. Tomó la mano de Antony con fuerza, sus miradas sellando la promesa de un amor que duraría para siempre.
......
Mientras la noche avanzaba, Rebeca continuó persiguiendo a Alfred con una actitud desenfadada y atrevida. Cada vez que él intentaba escapar de su atención, ella encontraba la manera de reaparecer a su lado, ya sea ofreciéndole una copa o lanzando algún comentario coqueto que lo dejaba sin palabras. Con su vestido ajustado y su risa contagiosa, Rebeca irradiaba una confianza que a cualquiera le habría resultado atractiva, pero Alfred, con su naturaleza tímida y reservada, no se sentía nada cómodo con la situación.
Cada gesto que ella hacía, cada mirada intensa, lo ponía más nervioso. Intentaba disimular, sonriendo de manera cortés, pero sus manos sudorosas y las respuestas entrecortadas lo delataban. Rebeca, en lugar de desistir, pareció encontrar su rechazo aún más intrigante. Cuanto más trataba él de alejarse, más ella se acercaba, sus ojos chispeantes como si hubieran encontrado un desafío irresistible.
"Vamos, Alfred", dijo ella, riendo mientras deslizaba un dedo suavemente por la solapa de su chaqueta. "No seas tan serio. Esta noche es para divertirse, ¿no crees?"
Alfred apartó la mirada, nervioso, intentando encontrar las palabras adecuadas sin ser grosero. Su mente estaba acelerada, tratando de mantener la compostura.