El mar de los recuerdos perdidos

Capítulo 23. Fragmentos de un Corazón

Anelix seguía en la camilla del hospital, envuelta en sábanas blancas, mientras la suave luz del atardecer se colaba por las persianas de la habitación. Su cuerpo estaba agotado, y su mente, aún más. Aunque todo parecía un sueño, apenas consciente, recordó los últimos momentos antes de desmayarse. El rostro lleno de lágrimas de Sofía y la rápida llegada de Antony la golpearon como un destello lejano.

Antony había llegado justo a tiempo. La recogió del restaurante mientras los paramédicos la subían a la ambulancia. Sofía no se separó de su lado en ningún momento, aferrándose a la mano de su padre con miedo.

Ahora, mientras Anelix comenzaba a despertar de sus recuerdos, el eco de una discusión la hizo abrir los ojos lentamente. Afuera de la habitación, las voces tensas de Antony y Frederick se filtraban a través de la puerta.

"¡No debiste haberla dejado salir sola!", se escuchó la voz enojada de Antony. Sus palabras eran rápidas y cortantes, llenas de frustración y preocupación. "¿En qué estabas pensando? ¡Sabes que no está en condiciones de lidiar con este tipo de cosas!".

"Antony, no puedo mantenerla encerrada como si fuera una prisionera", respondió Frederick, su tono más calmado, aunque igual de firme. "Pensé que sería bueno para ella salir, distraerse un poco. No quería retenerla más".

"¡Eso fue un error!", Antony replicó, su voz ahora más baja pero llena de una furia contenida. "Mira lo que pasó. Si no hubiera llegado a tiempo, quién sabe qué podría haberle sucedido. Por ahora se quedará aquí, en el hospital. Al menos hasta que tengamos claro qué está pasando".

Anelix cerró los ojos por un momento, sintiendo el peso de sus palabras caer sobre ella. Una sensación de culpa empezó a invadirla. ¿Era realmente una carga para los demás? Sentía que todos, incluido Antony, estaban dedicando sus esfuerzos a protegerla, y aunque sabía que era por su seguridad, una parte de ella se sentía perdida y sola.

Los recuerdos seguían invadiendo su mente de forma caótica, mezclando escenas del pasado con momentos que no podía ubicar con claridad. El rostro de Antony, sus palabras cuando dijo sus votos... Todo volvía en fragmentos, y la confusión que sentía aumentaba. No sabía qué hacer.

¿Debería decirles lo que está pasando?, pensó Anelix, mientras un nudo se formaba en su garganta. Pero, ¿qué les diría realmente? Ni siquiera ella entendía del todo lo que estaba pasando en su mente. Las imágenes de los recuerdos que aparecían de repente la dejaban sin aliento, y no estaba segura de si confiar en lo que veía.

Sus pensamientos se agolparon mientras escuchaba la conversación afuera. Quería hablar, quería contarles a Antony y Frederick lo que estaba sintiendo, pero una voz interna la detenía. ¿Qué pasaba si los confundía más, si no encontraba las palabras correctas? Tal vez debía esperar. Esperar hasta que pudiera aclarar todo, hasta que las piezas en su cabeza encajaran, que todo estuviera completo. Hasta que supiera en quién confiar.

Antony con lo de la empresa, su pelea con Cassius, todo era confuso.

Respiró hondo, sintiendo el peso de las dudas y el cansancio emocional sobre ella. Ahora no era el momento de decidir, pero pronto lo sería.

Los hombres terminaron de discutir y entraron calmadamente a la habitación. Anelix despertó lentamente, pero su cuerpo tembló al ver a Antony. Su recuerdo más reciente era la feroz pelea entre él y Cassius, el hombre que debía ser su compañero de vida había mostrado una agresividad que nunca olvidaría, y todo eso ocurrió el día que debía ser el más feliz de sus vidas.

Antony sonrió con alivio al verla abrir los ojos: "Ya estás despierta, es un alivio. ¿Cómo te sientes?"

Anelix lo miró fijamente, pero no dijo nada. Sin darse cuenta, su cuerpo retrocedió, alejándose de él como si fuera una reacción automática. La incomodidad se instaló en la habitación, y Frederick, atento a cada movimiento de su hija, notó el sutil pero claro distanciamiento. Se acercó de inmediato, preocupado: "Conejita, ¿qué te pasa? ¿Estás bien?"

Ella seguía temblorosa, intentando procesar los fragmentos de recuerdos que comenzaban a emerger en su mente, pero al mismo tiempo sintiendo una creciente incomodidad. Frederick, viendo el estado de su hija, llamó inmediatamente al doctor.

Cuando el doctor llegó, se acercó a Anelix con suavidad y empezó a hacerle preguntas. Anelix, tras un par de respuestas vagas, pidió hablar a solas. El médico asintió y pidió a Frederick y a Antony que abandonaran la habitación por unos minutos.

Una vez a solas, Anelix comenzó a explicarle cómo sus recuerdos, como piezas de un rompecabezas, empezaban a unirse. Recordaba detalles de su vida hasta su boda, los momentos felices e intensos con Antony, pero después de ese día, había un vacío. Cualquier intento de recordar el accidente le provocaba un dolor de cabeza tan intenso que la obligaba a detenerse.

"No puedo recordar nada del accidente", confesó, "y cada vez que lo intento, me duele demasiado".

El doctor asintió con seriedad, comprendiendo el estado emocional de Anelix.

"Es probable que el impacto psicológico que recibiste ese día sea tan fuerte que tu mente haya bloqueado ese recuerdo como una forma de protegerte. No te preocupes, es mejor que no lo fuerces. Lo importante es que has empezado a recordar".

Frederick y Antony entraron nuevamente en la habitación, con miradas expectantes. El doctor les explicó la situación, enfatizando la importancia de dejar que Anelix recuperara su memoria a su propio ritmo.

Frederick miraba a su hija con un destello de esperanza, mientras que Antony parecía visiblemente más alterado por la noticia.

Antony, con una mezcla de nerviosismo y alegría, se acercó a Anelix: "Amor, si ya me recuerdas, deberíamos ir a casa. Estarás más segura conmigo".

Frederick se ofendió de inmediato, sus ojos brillaban con indignación: "¿Mocoso, ¿qué estás diciendo? ¿Acaso yo no la puedo proteger bien?"




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