El mar de los recuerdos perdidos

Capítulo 27. Reencuentro de Almas   

La noche envolvía la casa en un silencio acogedor, roto solo por el leve sonido de sus pasos al caminar juntos hacia la cocina. Antony le indicó a Anelix que debían disfrutar algo de postre. Mientras preparaban el dulce, sus conversaciones se mantuvieron en lo cotidiano: detalles triviales del día, la risa juguetona de Sofía resonando en sus mentes, pequeños recuerdos compartidos que, aunque simples, lograban tejer algo profundo entre ellos.

Antony rompió esa armonía tenue con una pregunta que abrió puertas al pasado.

Dijo suavemente: “¿Recuerdas las peleas tontas en la empresa? Siempre discutíamos por tonterías... y así, entre debates y desafíos, terminamos enamorados”.

Anelix dejó la cuchara en el platillo, su mirada perdida por un segundo en aquellos días, cuando sus discusiones apasionadas se transformaban en momentos íntimos, casi como si el enfrentamiento fuera solo una excusa para acercarse.

Antony continuó con voz más baja, casi en un susurro: “Lamento haber sido tan impulsivo el día de nuestra boda. No debí perder los estribos de esa forma”. Sus ojos brillaban con una mezcla de arrepentimiento y vulnerabilidad, una faceta rara de ver en él.

Anelix le contestó dulcemente: “Está bien, Antony. Aunque ese es el último recuerdo que tengo de ti, sé que lo pasamos bien ese día”.

Antony la miró, sus ojos buscando algo más allá de las palabras.

“¿Te gustaría bailar?”. Le extendió la mano con una sonrisa que, aunque contenida, revelaba todo lo que sentía. “Como lo hicimos ese día”.

Anelix titubeó, el peso del pasado aún presente en su pecho. Pero en su corazón, sabía que lo deseaba. Siempre había visto a Antony como un hombre distante, pero con el paso de los años había comprendido que bajo esa frialdad se escondía alguien que solo necesitaba calidez. Un hombre que, a veces, se comportaba como un niño necesitado de atención, pero ese lado vulnerable lo hacía más humano, más real.

Las palabras que había pronunciado en los votos de su boda resonaron en su mente, llenando su corazón nuevamente. Sin más dudas, tomó su mano. Antony sonrió mientras sacaba su celular y buscaba una canción. Unos acordes familiares llenaron la habitación.

Anelix estaba sorprendida: “¿Aún la tienes guardada?”.

Sonaba la canción que bailaron en su boda.

Antony respondió con una sonrisa sincera: “Por supuesto. Fue el día más feliz de mi vida”.

Esa simple confesión encendió algo dentro de Anelix. Ese hombre, que siempre había parecido tan impenetrable, realmente la amaba con una profundidad que a veces ella no comprendía del todo. Mientras giraban lentamente en la cocina, el mundo a su alrededor pareció desvanecerse, quedando solo ellos, envueltos en la melodía y en un silencio compartido que lo decía todo.

Cada paso que daban en ese pequeño baile despertaba recuerdos olvidados. Antony no pudo resistirlo más. Sin previo aviso, inclinó la cabeza y la besó. Fue un beso suave, pero lleno de pasión contenida, como si quisiera transmitirle todo lo que no había podido decir en palabras.

“Quiero que recuerdes cada parte de ti que has perdido... Por favor, déjame estar cerca de ti, Anelix. Quiero ser parte de tu vida de nuevo”, Antony susurraba contra sus labios.

Las palabras cayeron como un eco suave en su corazón, y aunque Anelix no respondió, el silencio fue suficiente para Antony. La conocía bien, sabía que el silencio también podía ser una afirmación. Tomó su mano con suavidad, guiándola con cuidado por el pasillo, hasta llegar a la puerta de su habitación.

Antony se detuvo frente a la puerta: “¿Recuerdas este cuarto? Hasta hace unos meses, vivías y dormías aquí... Extraño despertar y no verte junto a mí”.

Anelix respiró profundamente, su mente navegando entre la confusión de los recuerdos que no poseía y la certeza de las emociones que ahora florecían en su pecho. Antony la miraba con esa intensidad que siempre había tenido, pero esta vez, parecía estar más enfocado en el deseo de reconectar con ella, de reconstruir lo que el tiempo y las circunstancias les habían robado.

Lentamente, cruzaron juntos la puerta, y el eco de ese pasado que compartieron comenzó a envolverlos, no solo en esa habitación, sino en cada rincón de sus corazones.

Antony estaba nervioso, más de lo que hubiera querido admitir. Frente a él estaba su esposa, la mujer que había perdido recuerdos vitales de su vida juntos, y él no sabía qué tan rápido podía avanzar con alguien que apenas lo recordaba. Pero su corazón lo impulsaba, le decía que esta era la oportunidad de reavivar esa conexión.

Con una ternura inusual en él, Antony se inclinó para besarla suavemente, casi como si estuviera pidiendo permiso con cada roce de sus labios. Anelix cerró los ojos, dejándose llevar por la calidez de esos besos que, poco a poco, se hicieron más profundos, más intensos. Su respiración se aceleraba, sus lenguas se entrelazaban y cada vez que los labios de Antony se fundían con los suyos, una corriente de sensaciones recorría su cuerpo.

Antony, con una mezcla de deseo y delicadeza, empezó a desabrochar el pequeño corsé que ella llevaba. Sus dedos trabajaban con paciencia, liberando una a una las ligas que lo sujetaban, como si desarmara algo más que solo una prenda de ropa, desatando con cada movimiento algo que había estado reprimido entre ambos. Anelix sentía su cuerpo encenderse, como si el simple toque de Antony encendiera llamas en su piel, una calidez desconocida que la invadía por completo.

En un movimiento suave pero firme, Antony la cargó en sus brazos, haciéndola sentir ligera, vulnerable pero protegida, y la llevó directamente hacia la cama. La dejó con suavidad sobre las sábanas, sus ojos nunca apartándose de los de ella, buscando en su mirada la respuesta a esa pregunta muda que aún flotaba entre ellos.

Deslizó lentamente la manga del vestido de Anelix sobre sus hombros, dejando que el tejido cayera con gracia. Su piel se erizó al sentir el contacto directo de sus dedos sobre su piel desnuda, pero no era una sensación de incomodidad, sino más bien de algo nuevo y emocionante. Un estremecimiento recorrió su cuerpo, pero lejos de querer detenerlo, lo acogió, permitiendo que cada toque la envolviera más.




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