El mar de los recuerdos perdidos

Capítulo 36. Límites entre nosotros

Cuando Cassius y Anelix terminaron de bailar, él la condujo suavemente fuera de la pista, lejos de las miradas inquisitivas y del peligroso escrutinio de Antony. Los dos se escabulleron por un pasillo lateral hasta una habitación apartada, donde la música y el bullicio del evento quedaban como un eco distante.

Antony, por su parte, observó cómo desaparecían entre la multitud. La ira y los celos lo impulsaban a seguirlos, pero antes de que pudiera dar un paso, Isabel lo detuvo, colocando una mano firme sobre su brazo: “Antony, no ahora”, le susurró con una sonrisa tranquila pero afilada. “Zarack llegará pronto. No puedes permitir que una escena como esta ponga en peligro todo lo que has trabajado. Tienes que mantenerte frío y calculador. Cassius y Anelix pueden esperar, pero Zarack no”.

Antony la miró con ojos llenos de furia contenida, pero sabía que ella tenía razón. De mala gana, cedió, aunque su cuerpo seguía tenso, como un resorte a punto de estallar. “Esto no se quedará así”, murmuró, su voz teñida de amenaza.

En la habitación, lejos de la mirada de Antony, Cassius cerró la puerta tras ellos y guio a Anelix a una silla. Se inclinó hacia ella con preocupación genuina en los ojos: “Anelix, ¿cómo te sientes? Lo estás manejando bien, pero sé que esto es mucho”.

Anelix intentó forzar una sonrisa, pero su expresión la traicionó: “Trato de mantener la compostura, pero... me duele la cabeza. Siento que todo esto es demasiado. Esa mujer, la que está con Antony... Siento que la he visto antes. Algo en ella me resulta inquietantemente familiar”.

Cassius la observó con cautela, dudando por un momento antes de hablar. “No quiero forzarte a recordar nada, Anelix. Pero esa pelea que tuviste con Antony, esa que no recuerdas... fue por ella. También....me hizo muchas cosas, para alejarme de ti”.

Las palabras de Cassius cayeron sobre Anelix como un peso aplastante. Un remolino de recuerdos vagos, fragmentos dispersos, se agolparon en su mente, pero nada tomaba forma clara. Su respiración se volvió errática, y apretó sus sienes con las manos, intentando disipar el dolor. “No me siento bien”, susurró, con la voz temblorosa. Es como si algo intentara abrirse paso en mi cabeza, pero no puedo... no puedo alcanzarlo.

Cassius se acercó más a ella, su mirada llena de comprensión: “No te presiones, Anelix. Estás bajo una enorme tensión, y no quiero que te pongas en peligro por esto. Pero quiero que sepas que no estás sola en esto. Si decides venir conmigo, Antony no podrá hacerte daño. No se quedará de brazos cruzados, pero si estás bajo mi protección, no le será tan fácil llevarte de vuelta. ¿Qué dices?”

Anelix lo miró, todavía confundida. Su mente estaba en caos, pero la idea de enfrentarse nuevamente a Antony, especialmente ahora que la verdad empezaba a emerger de las sombras, la aterrorizaba. Necesitaba un respiro, un lugar donde poder pensar, donde pudiera procesar todo sin que nadie la presionara. Asintió débilmente: “No quiero ver a nadie por ahora... no quiero enfrentar esto aún. Creo que... creo que quedarme contigo por ahora podría ser lo mejor”.

Cassius esbozó una sonrisa reconfortante. “Haré que todo esté listo para ti. No tienes que preocuparte por nada esta noche. Llama a Rebeca si lo necesitas, pero por lo demás, descansa. Yo me encargaré de recoger tus cosas mañana. Hoy solo concéntrate en ti misma”.

Anelix asintió una vez más, agradecida pero aún atrapada en su confusión. Mientras Cassius se alejaba para organizar su salida, Anelix sacó su teléfono, marcando el número de Rebeca con dedos temblorosos. Necesitaba la voz familiar de su hermana, alguien que le recordara quién era realmente en medio de esta tormenta de dudas y sombras, aunque fuera por un momento. Pero, no volvería a verla en ese estado.

A pesar del alivio temporal que Cassius le ofrecía, una sensación inquietante seguía creciendo dentro de ella, como si algo oscuro y olvidado estuviera al borde de ser descubierto. Sabía que esa mujer no era solo un fantasma del pasado. Había algo más profundo, algo que ella aún no podía ver claramente, pero que sentía peligrosamente cerca.

Cassius y Anelix salieron rápidamente por uno de los laterales de la fiesta, evadiendo la multitud y las miradas curiosas. Sin embargo, Antony los había notado desaparecer, y el resentimiento y la furia que había estado reprimiendo finalmente se desbordaron. Zarack ya no importaba. No le importaba Isabel ni el riesgo de exponer demasiado de sí mismo. Solo podía ver cómo su esposa se alejaba de él, del brazo de Cassius.

Isabel intentó detenerlo una vez más, pero esta vez Antony se deshizo de su agarre con brusquedad. “Ya basta!”, le dijo con una voz fría y cortante. Se apresuró hacia la salida lateral, su corazón latiendo desbocado, su mente atrapada entre la confusión y el enojo.

Afuera, bajo la luz tenue de las farolas, Cassius estaba a punto de ayudar a Anelix a subir a su auto cuando de repente sintió una mano fuerte y apremiante deteniéndola. Era Antony.

“Espera”, dijo Antony, con la voz enronquecida, tirando de la mano de Anelix para que no subiera al auto. “¿A dónde crees que vas?”

Anelix giró lentamente hacia él, su mirada dura y distante: “No quiero verte, Antony”.

Antony la soltó, su expresión pasando del desconcierto al dolor. “¿Qué está pasando? ¿Por qué estás enojada conmigo?” preguntó, su tono incrédulo, como si no pudiera comprender qué había cambiado.

“¿Enojada?” La voz de Anelix temblaba por la indignación contenida. “Esto no es solo enojo, Antony. Me has estado engañando todo este tiempo”.

Antony dio un paso hacia ella, levantando las manos en un gesto defensivo: “¿Engañándote? ¿De qué hablas? ¡Tú viniste aquí con Cassius! ¿Qué crees que estás haciendo?”

Anelix lo miró fijamente, como si la simple vista de él intensificara su dolor: “Y tú, Antony, estás aquí con esa mujer. ¿O también vas a negarme que viniste a encontrarte con Zarack?”




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