Antony regresó a la fiesta con una tormenta furiosa dentro de él. Cada paso que daba parecía retumbar bajo su propio peso, su mirada endurecida por una mezcla de ira y dolor que se reflejaba en sus ojos oscuros. Su presencia intimidante hizo que la multitud a su alrededor se apartara instintivamente. Isabel lo vio venir, pero al ver la expresión sombría en su rostro y la sangre fresca que aún goteaba de su mano, decidió no decir ni una palabra. Sabía que cualquier cosa que dijera en ese momento solo avivaría más el fuego.
Antony se acercó a ella con una mirada que parecía atravesarla: “Llévame de una vez con Zarack”, ordenó con voz áspera y profunda. Isabel sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Jamás había visto a Antony en un estado tan oscuro, tan desprovisto de control. Su mirada era la de un hombre al borde del abismo, y eso la aterraba.
Tragó saliva, tratando de ocultar su miedo, y asintió rápidamente: “Por aquí”, dijo, su voz apenas un susurro. Isabel lo condujo a través de pasillos laberínticos, hasta un ascensor exclusivo que los llevaría al último piso, donde estaba el estudio privado de Zarack. El silencio entre ellos era sofocante. Mientras subían, Isabel evitaba mirarlo directamente, su piel erizándose cada vez que sentía la pesada presencia de Antony a su lado.
Finalmente, las puertas del ascensor se abrieron y ambos caminaron hacia el estudio. Al llegar, Isabel se detuvo en seco frente a la puerta de roble tallado: “Espera aquí... creo que llegará pronto”, murmuró, sin poder ocultar el temblor en su voz.
Sin esperar respuesta, Isabel salió apresuradamente del estudio, cerrando la puerta detrás de ella. Su respiración estaba agitada, su corazón palpitando con fuerza. Sentía que había cruzado una línea peligrosa, una línea que ahora no estaba segura de poder deshacer.
Dentro del estudio, Antony se dejó caer en un sillón de cuero oscuro. El silencio de la habitación era opresivo, el único sonido era el goteo constante de su sangre cayendo sobre el suelo. Cerró los ojos y trató de apaciguar la tormenta en su mente, pero cada intento era en vano. Las imágenes de Anelix subiendo al auto de Cassius, el vacío en su mirada, la sensación de pérdida inminente... todo se repetía una y otra vez en su cabeza, como un bucle sin fin.
El aire pesado del estudio parecía asfixiarlo. Se inclinó hacia adelante, cubriendo su rostro con las manos ensangrentadas. Por un breve instante, deseó poder detener el tiempo, regresar al pasado y corregir todos sus errores. Pero sabía que era imposible. La realidad era implacable, y ahora estaba allí, esperando a Zarack, el hombre con el que tendría que enfrentarse para asegurarse de que, de alguna manera, podría retomar el control.
Antony levantó la cabeza, sus ojos entrecerrados por el dolor emocional que lo carcomía. Haré lo que sea necesario para recuperarte, incluso si eso significa caer hasta lo profundo del abismo, pensó en silencio, mientras apretaba el puño, su sangre fluyendo más rápido por la tensión.
Y en ese momento, la puerta del estudio se abrió, dejando entrar una sombra imponente. Zarack había llegado.
Antony se levantó al instante cuando escuchó la puerta abrirse detrás de él. Cada fibra de su ser estaba lista para este momento, preparado para enfrentarse a Zarack, el hombre que controlaba los hilos del inframundo con puño de hierro. Pero cuando giró para enfrentar al recién llegado, su mundo se detuvo en seco.
Allí, en la penumbra del estudio, parado frente a él con una sonrisa ladina y una postura confiada, no estaba el temido Zarack que había imaginado. No, el rostro que lo saludaba era uno demasiado familiar, una figura que había estado a su lado, cercana pero insidiosa, durante tanto tiempo que ahora sentía un golpe desgarrador en el pecho.
Cassius.
La mente de Antony vaciló. Su respiración se volvió irregular mientras intentaba procesar lo que veía. “No puede ser... Esto... esto no tiene sentido”
Zarack dio un paso adelante, con su semblante relajado, casi disfrutando del desconcierto en el rostro de Antony. “Parece que estás impaciente, Antony”, dijo con voz grave y profunda, cada palabra resonando con una intensidad calculada. Esa voz, la misma que había escuchado tantas veces antes, ahora sonaba completamente diferente, cargada de un poder subterráneo que no había percibido antes.
Antony, todavía en estado de shock, habló: “¿Qué significa esto?” Sus palabras fueron apenas audibles, sus pensamientos nublados por una mezcla de incredulidad y furia.
Zarack soltó una risa suave, una risa que heló la sangre de Antony: “Es tal como lo ves”, respondió, sin molestarse en ocultar su satisfacción. “Yo soy Zarack... y siempre lo he sido”
“Tú...” Antony retrocedió un paso, su mente acelerada intentando conectar todas las piezas. “Has sido tú... todo este tiempo” Su voz era más firme ahora, pero su desconcierto seguía presente. “Has estado jugando conmigo desde el principio. ¿Por qué?”
Cassius lo observó con una sonrisa enigmática, como si disfrutara el espectáculo de ver a Antony atrapado en su red de intrigas. “Siempre fuiste un peón, Antony”, dijo finalmente. “Tu éxito, tu poder... todo eso fue permitido porque me convenía. Pero cometiste un error... un error que no pude perdonar”
“¿Anelix?” La voz de Antony tembló cuando el nombre de su esposa dejó sus labios. “¿Esto es por ella?”
Cassius inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera evaluando la pregunta: “No solo por ella... aunque debo admitir que ha sido una motivación constante. Ver cómo te acercabas a ella, cómo la atrapabas en tu telaraña.... eso fue algo que no podía tolerar. Tú... tomaste algo que no te pertenecía”
“¡No sabes nada sobre nosotros!” La furia en la voz de Antony creció mientras hablaba, las emociones enterradas comenzaban a explotar en su interior. “¡Anelix eligió estar conmigo! Tú.... tú solo has estado manipulando todo para hacerme caer”