Anelix estaba emocionada, delineando cuidadosamente su plan en su mente. Sabía que necesitaba un enfoque diferente, algo que atrapara a Antony por completo. Dos días antes de ejecutarlo, decidió hablar con él. Lo encontró en su oficina, inmerso en sus asuntos, como de costumbre. Se acercó con paso ligero y una sonrisa juguetona.
“Antony, ¿puedo pedirte algo?”, susurró, casi como si estuviera tramando una travesura.
Antony alzó la mirada, ligeramente sorprendido por el tono de su voz.
“¿Qué necesitas?”, preguntó, curioso.
Anelix respiró hondo, un leve brillo de nerviosismo en sus ojos.
“Quiero que pasado mañana te tomes el día libre y me lo dediques... a mí”
Antony arqueó una ceja, incrédulo.
“¿Pasado mañana? ¿Un día entero? Amor, los negocios están en su punto crítico ahora mismo. No puedo simplemente desaparecer”
Anelix sabía que esa sería su reacción, así que decidió jugar su carta más inesperada. Se acercó un poco más, sus ojos suavizándose, y le habló en un tono dulce que rara vez usaba.
“Por favor... por favorcito” dijo, casi susurrando. “Solo un día, Antony. Últimamente no hemos tenido tiempo para nosotros, y lo extraño. Te extraño...”
Esa última frase, pronunciada con tanta sinceridad, hizo que Antony vacilara. No era común que Anelix actuara de esa manera, tan vulnerable, tan cercana. Se inclinó hacia atrás en su silla, observándola por un momento. Sabía que tenía razón.
“De acuerdo”, dijo finalmente, rindiéndose a la ternura que ella había despertado en él. “Pero no puedo darte el día entero. Tengo que ir a la oficina por la mañana. Sin embargo, después del mediodía, prometo que seré solo tuyo”
Anelix sonrió ampliamente, un destello de satisfacción cruzando por su mirada.
“¡Puedo vivir con eso!”, respondió, alegre. “Pero hay una condición... Nada de llamadas, correos o mensajes después del mediodía. Quiero que estés completamente desconectado. Será nuestra cita, y esta vez, me encargaré de todo”
Antony la miró durante unos segundos, sabiendo que lo que pedía no era sencillo, pero la forma en que se lo pidió... no podía negarse.
“De acuerdo”, dijo con una sonrisa suave. “Me desconectaré por completo para tí”.
Anelix le lanzó una mirada traviesa antes de inclinarse y darle un beso ligero en los labios.
“Confía en mí, no te arrepentirás”.
Mientras se alejaba, Antony la observó con una mezcla de curiosidad y anticipación. No sabía qué estaba tramando, pero había algo en su actitud que lo inquietaba y lo intrigaba al mismo tiempo. Sentía que estaba a punto de perder el control por su esposa... y no le desagradaba del todo.
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Anelix caminaba por las calles con una sonrisa que no podía ocultar. Había conseguido lo que necesitaba: tiempo y espacio con Antony. Ahora, el siguiente paso era estar a la altura de la ocasión. Esa tarde, se dirigió a varias tiendas de ropa, decidida a conseguir algo especial. Quería sorprender a Antony, mostrarse bajo una luz más sensual, algo que no era su estilo habitual, pero estaba dispuesta a hacer el esfuerzo.
Entró en una boutique elegante, donde recorrió los estantes hasta encontrar un vestido que la hiciera sentir irresistible. Era un atuendo que destacaba su figura de manera sutil pero sugerente. Su corazón latía con emoción, y la idea de sorprender a Antony con una nueva faceta de ella le daba una sensación de poder.
Sin embargo, mientras estaba de pie frente a la tienda de lencería para adultos, su entusiasmo comenzó a tambalearse. Anelix tragó en seco, sus manos sudaban ligeramente. No podía retroceder ahora, así que respiró hondo y se armó de valor para entrar. El lugar estaba lleno de opciones: encajes, satén, colores seductores... todo parecía demasiado atrevido para su estilo habitual.
Se sentía fuera de lugar, mirando con indecisión las prendas expuestas. Fue entonces cuando una tendera se le acercó, con una sonrisa comprensiva.
“¿Buscas algo en particular?”, preguntó la mujer.
Anelix, visiblemente nerviosa, intentó sonar casual, aunque la inseguridad en su voz la traicionó.
“Eh... quiero algo... bonito”, murmuró, sintiendo que sus mejillas se ruborizaban.
La tendera dejó escapar una pequeña risa amistosa, notando la incomodidad de Anelix.
“Es tu primera vez comprando este tipo de lencería, ¿verdad?”, dijo con suavidad.
Anelix asintió, sintiéndose un poco tonta.
“No te preocupes”, la tranquilizó la tendera. “Eres hermosa, solo necesitas algo que realce tu figura. Déjame ayudarte”.
La mujer la examinó de pies a cabeza con ojo experto y luego la guió hacia un maniquí que llevaba un conjunto elegante, pero insinuante. Era una pieza delicada de encaje negro con detalles sutiles, lo suficientemente atrevida para encender la chispa que Anelix buscaba, pero sin ser demasiado vulgar.
“Este resaltará tus atributos sin perder la elegancia”, dijo la tendera, ofreciéndoselo con una sonrisa.
Anelix sintió una mezcla de vergüenza y excitación mientras tomaba la prenda en sus manos. Su mente divagaba entre pensamientos de inseguridad y determinación. Estaba nerviosa, pero no iba a echarse para atrás. Ya había decidido que este era su momento de dar un paso fuera de su zona de confort, de mostrarle a Antony una parte de ella que él no había visto antes.
Después de algunas palabras de aliento y consejos adicionales de la tendera, Anelix finalmente escogió un conjunto. Lo guardó en una bolsa con cuidado, sintiéndose triunfante y un poco más empoderada de lo que había entrado.
Al salir de la tienda, el aire fresco de la tarde la envolvió y una ola de emoción recorrió su cuerpo. Lo tenía todo listo. Su plan estaba en marcha, y no podía esperar a ver la reacción de Antony cuando viera el esfuerzo que había puesto en ese día especial.
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El día del cumpleaños de Antony finalmente había llegado. Como había prometido, solo trabajaría medio día, así que salió muy temprano de su casa, dejando a Anelix aún dormida. Al llegar a la empresa, todos sabían que Antony odiaba las celebraciones, así que no había globos, pasteles ni ninguna decoración festiva. Solo era un día más de trabajo para él, y así lo prefería.