Antony iba saliendo de su oficina cuando se detuvo en seco. Allí, en medio de la sala, estaba Anelix conversando con Alfred y María. No podía apartar la mirada. Su corazón dio un vuelco al verla. El vestido negro ceñido a su cuerpo, la abertura que mostraba su pierna, el escote sutil pero insinuante... todo en ella irradiaba una sensualidad que lo dejó paralizado.
“¿Pero qué...?” murmuró, incapaz de procesar la escena por un momento.
Erick e Isabel, que iban justo detrás de él, también se detuvieron, incrédulos. Isabel no pudo contener una sonrisa sardónica. “¿Esa es...?”
Antony no esperó más. El calor le subió al rostro mientras avanzaba con determinación, ignorando las miradas de los empleados. Agarró a Anelix suavemente pero con firmeza del brazo, jalándola hacia un rincón más privado, lejos de los ojos curiosos.
“¿Qué demonios traes puesto?” Su voz estaba cargada de una mezcla de incredulidad y celos, aunque trataba de mantener la calma.
Anelix lo miró con una sonrisa traviesa, completamente ajena a su malestar. “¿Te gusta?” preguntó con una dulzura que contrastaba con la intensidad de la situación. “Es por tu cumpleaños. Feliz cumpleaños, mi amor.” Y antes de que pudiera responder, lo envolvió en un beso largo y apasionado, haciendo que Antony sintiera por un momento el tirón entre su ira y su deseo.
Antony cerró los ojos, dejándose llevar por un instante. Pero cuando se separaron, la incomodidad lo inundó nuevamente. Sus ojos volvieron a repasar el vestido de su esposa, y la idea de otros hombres viéndola de esa manera le generaba una rabia sorda.
“Me gusta, amor,” admitió, su voz grave. “Pero... no me gusta que lo uses aquí. No me gusta cómo te miran los demás”. Sus palabras salieron en un susurro apretado, intentando esconder su vulnerabilidad.
Anelix lo miró con ojos brillantes, su inocente alegría contrastaba con la tormenta interna de Antony. “Es solo por esta ocasión especial”, explicó con calma. “Y recuerda, solo estaremos aquí en la mañana. Luego... todo será para ti”
Antony la observó en silencio durante unos segundos. Se pasó la mano por el cabello, intentando calmar los celos que hervían dentro de él. Finalmente, dejó escapar un suspiro profundo, resignado.
“Está bien”, dijo, aunque su tono revelaba un conflicto no resuelto. “Solo por hoy te lo dejo pasar. Pero después...”
Anelix sonrió con satisfacción, acariciando su rostro antes de apartarse. “Después será solo nuestro día”, prometió suavemente, mientras daba un paso hacia la puerta. “Pero por ahora, hay una reunión que no podemos perder. No lleguemos tarde”
Antony la miró mientras se alejaba, su mirada todavía cargada de deseo y preocupación.
En la reunión todo parecía ir de maravilla. Los acuerdos avanzaban sin contratiempos, y aunque la tensión entre Anelix, Antony e Isabel era palpable, el profesionalismo mantenía el ambiente estable. Isabel, a pesar de sus juegos de seducción constantes, era eficiente en los negocios, y Antony no podía negar que ella le ayudaba significativamente a cerrar tratos importantes.
Isabel se sentó estratégicamente junto a Antony, y sin ningún reparo, comenzó a rozar su brazo descaradamente bajo la mesa, como si no hubiera nadie más en la sala. Antony, acostumbrado a sus maniobras, intentaba mantenerse imperturbable, aunque por dentro se sentía atrapado entre la incomodidad y la necesidad de concentrarse en la reunión.
Anelix, que estaba sentada al otro lado de la mesa, no era ajena a lo que Isabel estaba haciendo. Sin embargo, lejos de dejarse intimidar, decidió tomar el control de la situación. Disimuladamente, se reclinó un poco en su asiento, como si estuviera tratando de tener una mejor vista de la presentación que se proyectaba en la pantalla, pero en realidad, su objetivo era otro. Con una sonrisa traviesa, cruzó lentamente las piernas, exponiendo aún más piel que antes, asegurándose de que Antony la mirara.
Y vaya si lo hizo.
El gesto de Anelix fue suficiente para descolocar por completo a Antony. Intentaba mantener su compostura, pero su mente había dejado de concentrarse en la reunión. Al tomar un sorbo de café, distraído por la visión que tenía frente a él, casi se atraganta.
"¡Cof! ¡Cof!" tosió de repente, bajando la taza bruscamente. Su rostro estaba levemente enrojecido, y todos los ojos de la sala se volvieron hacia él.
Erick, que estaba sentado al lado, lo miró preocupado: “¿Señor, está bien?”
Antony, tratando de recuperar la compostura, se aclaró la garganta y sonrió forzadamente: “Sí, sí... Es que... estaba un poco caliente”. Su respuesta parecía referirse al café, pero Anelix no pudo evitar notar la doble intención en sus palabras, sonriendo sutilmente al ver cómo Antony intentaba lidiar con la situación.
Isabel lo miró de reojo, confundida por su reacción, sin darse cuenta de lo que realmente había sucedido. Anelix, satisfecha con el pequeño descontrol que había causado, se acomodó de nuevo en su asiento, fingiendo estar completamente concentrada en la reunión, mientras por dentro disfrutaba de la pequeña victoria.
Con la reunión finalizada y el sol descendiendo en el horizonte, los invitados se levantaron para abandonar la sala. Isabel, siempre alerta y sin querer desaprovechar la mínima oportunidad de estar a solas con Antony, esperó a que todos se fueran. En cuanto el último asistente cruzó la puerta, se inclinó hacia él, sus labios apenas esbozando una sonrisa seductora.
“Querido”, comenzó en tono meloso, “¿qué te parece si vamos a almorzar juntos? He reservado una mesa en un restaurante exquisito, te encantará”
Antony se apartó sutilmente, evitando el contacto mientras tomaba sus papeles: “No puedo, Isabel. Ya hice planes con mi esposa”, dijo firmemente, sin siquiera mirarla directamente, lo cual dejaba clara su postura.
Isabel frunció el ceño por un breve instante, sus ojos oscurecidos por la frustración. Justo cuando estaba a punto de decir algo más, Anelix, quien había estado observando la escena desde un rincón, se adelantó con paso seguro. Su presencia irradiaba una confianza imponente. Se acercó con calma, pero en su rostro brillaba una pequeña sonrisa triunfal.