El mar de los recuerdos perdidos

Capítulo 43. El peso del sacrificio 

Desde el cumpleaños de Antony, su relación con Anelix había florecido de una manera inesperada. Ambos se mostraban más cariñosos, compartiendo momentos íntimos con una calidez renovada. Sin embargo, la sombra de Isabel seguía presente, aunque más distante. Ella apenas se acercaba a Antony, pero no podía ocultar su rabia y celos, sabiendo que sus días en la empresa estaban contados. En un mes, finalmente se marcharía, pero hasta entonces, su presencia seguía siendo un peso incómodo.

Una tarde, Antony estaba en su oficina con Anelix. Mientras la luz del atardecer se colaba por las ventanas, él decidió abordar un tema delicado.

“Amor, necesito contarte algo”, dijo Antony, su tono serio, aunque lleno de afecto. Anelix lo miró curiosa, sintiendo que algo importante se avecinaba. “Debo hacer un viaje a Alemania, para supervisar personalmente unos asuntos importantes. Es imprescindible que vaya, y puede que me tome algo de tiempo”.

El semblante de Anelix cambió de inmediato.

“¿Cuánto tiempo?”, preguntó, tratando de mantener la calma.

“Alrededor de un mes”, respondió él con cierta vacilación.

“¿Un mes?”, repitió ella, sorprendida. “¿No es demasiado tiempo?”

“Sé que es mucho, pero trataré de acelerar las cosas. Prometo que volveré antes del mes, haré todo lo posible para estar contigo cuanto antes”, dijo él, tomando su mano con ternura.

Anelix suspiró, sintiendo la inevitable distancia entre ellos ya empezando a formarse.

“No quiero que te vayas, pero entiendo que es algo que no puedes evitar”, murmuró ella, su voz mostrando una mezcla de resignación y tristeza.

Antony la atrajo hacia él, abrazándola con fuerza. Quería asegurarle que todo estaría bien, aunque sabía lo difícil que sería para ambos estar separados tanto tiempo.

“Me iré con Erick”, continuó, “e Isabel quedará a cargo de la supervisión aquí. ¿Estarás bien con eso?”

Los ojos de Anelix se endurecieron ligeramente al escuchar el nombre de Isabel. No podía evitar el malestar que le provocaba la idea de que esa mujer manejara la empresa en ausencia de Antony.

“¿Debo seguir sus órdenes?”, preguntó, sin poder esconder su incomodidad.

“No necesariamente”, contestó Antony, acariciando su mejilla. “Solo en temas de trabajo. Y ya le advertí que no debe tomar nada de esto a nivel personal. No dejaré que interfiera en lo nuestro”.

Anelix asintió, aunque en el fondo deseaba poder tomar las riendas ella misma.

“No me agrada que ella esté al mando”, admitió. “Ojalá yo pudiera ser quien te reemplazara”.

Antony sonrió con suavidad: “Un día lo harás. Lo sé. Tienes todo el potencial para eso”.

Ella lo miró con una mezcla de orgullo y determinación. Aunque la idea de que Isabel estuviera al frente le provocaba inquietud, confiaba en Antony. Sabía que, aunque estuvieran separados, su conexión era fuerte.

Después de esa conversación, Antony se preparó para su partida. El día del viaje llegó rápidamente, y antes de que se dieran cuenta, él se fue, dejando a Anelix con un vacío en su corazón. Ahora, ella debía enfrentar las próximas semanas sin él, con Isabel a cargo de la empresa. Pero Anelix estaba decidida a no dejar que nada ni nadie interfiriera con el amor que compartía con Antony, incluso a la distancia.

Isabel no se tomó muchas discreciones mientras estaba a cargo de la empresa. A pesar de la animosidad que generaba entre varios empleados, no se podía negar que su capacidad para manejar los negocios era eficiente. Sin embargo, su actitud autoritaria y egocéntrica hacía que todos desearan su partida lo más pronto posible.

Una mañana, mientras Anelix trabajaba tranquilamente en su oficina, recibió una llamada inesperada. Al ver el nombre de Isabel en la pantalla, supo que no sería una conversación agradable.

“¿Qué sucede?”, preguntó Anelix, con un tono neutral, tratando de no mostrar su molestia.

“Necesito que vayas a recoger unas muestras en este lugar”, respondió Isabel con su habitual tono altivo. “Son para la reunión de la tarde, y no podemos retrasarnos”.

Anelix frunció el ceño, desconcertada por el pedido. “¿Por qué debo ir yo?”, su incomodidad creciendo.

Isabel soltó una pequeña risa sarcástica.

“Eres la única disponible, ¿o piensas que debería ir yo misma a buscarlas? ¿O prefieres tú recibir a los invitados en la reunión mientras yo hago tu trabajo?”, replicó Isabel, su voz condescendiente.

Anelix suspiró, conteniendo su frustración. Sabía que, aunque la petición era molesta, Isabel estaba jugando con las reglas del trabajo. No podía negarse sin parecer poco profesional.

“Está bien”, respondió con frialdad. “Iré por ellas”.

El camino fue largo y tedioso, pero Anelix logró conseguir las muestras. Era una caja pesada, y aunque no estaba acostumbrada a ese tipo de tareas, se las arregló para cargarla. Cuando regresó a la empresa, sus brazos estaban tensos por el esfuerzo, pero lo que la esperaba no era descanso.

Isabel la interceptó en la entrada.

“Sígueme”, ordenó Isabel con desdén, sin ofrecerle la más mínima ayuda.

Anelix, con la caja aún en manos, siguió a Isabel por los interminables pasillos de la empresa. Subieron varios pisos por las escaleras, ya que el elevador estaba ocupado, y cada paso hacía que el peso de la caja se sintiera más insoportable.

“¿Dónde se supone que quieres que deje esto?”, preguntó Anelix, sin poder esconder el cansancio en su voz.

“Más adelante, ya casi llegamos”, respondió Isabel sin voltear, claramente disfrutando la situación.

Anelix apretó los dientes. No iba a dejar que Isabel la viera flaquear. Mientras subía el último tramo de escaleras, sintió que sus piernas temblaban ligeramente, pero se mantuvo firme. Finalmente, llegaron al destino: una sala de reuniones en la planta superior.

“Ponla aquí”, indicó Isabel, señalando una mesa al fondo de la habitación.




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