Anelix se encontraba en la espaciosa pero sofocante casa de Cassius, una mansión que, aunque lujosa, se había convertido en una jaula dorada. Habían pasado varios días desde que llegó, y la inquietud comenzaba a consumirla. Una mañana, el sonido de pasos apresurados la sacó de sus pensamientos. Cassius irrumpió en la sala, su expresión seria y tensa.
Anelix frunció el ceño, notando su agitación: “¿Qué ocurre? ¿Por qué esa prisa?”
Cassius la miró directamente a los ojos, con una preocupación que no solía mostrar. “Tenemos un problema, y no es pequeño. ¿Recuerdas a los hombres que nos atacaron en tu antigua casa?”
Anelix sintió un nudo en el estómago. “¿Qué pasa con ellos?” preguntó, su voz un poco temblorosa.
Cassius exhaló profundamente, como si no quisiera darle la noticia. “Parece que planean atacar de nuevo”
“¿Qué? ¿Cómo es posible? ¿Qué quieren?”. El corazón de Anelix dio un vuelco.
Cassius se acercó lentamente a ella, con los ojos oscuros y cautelosos. “Son hombres de Zarack. Antony lo hizo enfurecer, y ahora está buscando venganza. Tu padre también está en su radar. Están en peligro”
Anelix palideció: “¿Antony? ¿Y Sofía? ¡Tengo que advertirles! No puedo quedarme aquí mientras ellos...”
“No te preocupes por ellos”, interrumpió Cassius, levantando una mano para calmarla. “Ya me he encargado de advertirles. Están al tanto de la situación y tomarán precauciones. Por ahora, mi prioridad es mantenerte a salvo”
Anelix sacudió la cabeza, llena de angustia. “¿Cómo puedes estar tan seguro? ¡Mi padre, Antony y Sofía...! No puedo quedarme aquí sin hacer nada”
Cassius la miró con una intensidad que la detuvo: “Tienes que confiar en mí, Anelix. Si pudiera estar en dos lugares a la vez, lo haría. Pero no puedo dejar que corras riesgos innecesarios. Aquí estás más segura. Los teléfonos, las comunicaciones… todo está siendo monitoreado. Zarack está en todas partes”
“¿Qué quieres decir? ¿Interceptan nuestras llamadas?” Anelix lo miró incrédula. Su voz apenas contenía el miedo que comenzaba a apoderarse de ella.
“Exactamente”, respondió Cassius con voz grave. “Es mejor que no llames a nadie. No podemos arriesgarnos a que te rastreen”. Extendió la mano hacia ella. “Dame tu teléfono, Anelix. Será más seguro”
Anelix retrocedió un poco, sorprendida. “¿Mi teléfono? ¿Es necesario llegar a esto?”
Cassius asintió con firmeza. “Sí. No quiero ponerte en peligro. Cada segundo que lo tengas, pueden rastrearte. Y si lo hacen, esta casa ya no será un refugio seguro”.
Anelix dudó, su mirada se clavó en el teléfono que sostenía. No podía evitar pensar que sin él quedaría completamente aislada. Pero, al mismo tiempo, no quería causar problemas a Cassius, quien se había esforzado tanto en protegerla.
Finalmente, con un suspiro resignado, le entregó el teléfono. “Está bien... si es lo que crees que es mejor”
Cassius tomó el dispositivo, su expresión se suavizó levemente. “No te preocupes, estaré pendiente de todo. Te mantendré informada, te lo prometo”. Guardó el teléfono en su bolsillo y le dirigió una leve sonrisa tranquilizadora.
Pero, a pesar de sus palabras, Anelix no podía evitar sentir que algo estaba terriblemente mal.
Zarack entró en su estudio con una sensación de triunfo que lo envolvía como un manto. Su sonrisa, afilada y cruel, se extendía de oreja a oreja, como si ya saboreara el desenlace de su maquiavélico plan. Por fin, todo parecía estar en su lugar. Solo quedaba deshacerse de unas pocas "moscas molestas". Su mirada, oscura y penetrante, se perdió por un momento en el gran ventanal, contemplando la ciudad bajo sus pies, sabiendo que su momento de gloria estaba a punto de llegar.
“Pronto...” murmuró, hablando consigo mismo, con el eco de su voz retumbando en el silencio del estudio. “Solo me falta aplastarlos. Y Anelix... finalmente será solo mía”
La idea le hizo sonreír aún más. Los estorbos que quedaban, Antony y Frederick, serían eliminados. Sabía que lo atacarían, eso era inevitable. Pero él estaba un paso adelante. Les tendería una trampa perfecta, un golpe maestro que pondría fin a su resistencia y consolidaría su dominio.
Zarack presionó el intercomunicador de su escritorio y llamó a su secretaria.
“Nancy”, dijo con voz firme.
Pocos segundos después, la puerta se abrió suavemente, y Nancy entró con su habitual expresión de eficiencia y discreción. “Diga, señor”
Zarack giró lentamente en su silla, sus ojos clavados en ella como si estuviera evaluando cada palabra que diría. “Necesito a uno de mis mejores hombres para esta misión. No podemos permitir más errores. La última vez, casi arruinan todo”. Su voz tenía un toque de impaciencia, pero lo suficientemente contenido para no desbordarse.
Nancy asintió, aunque había una ligera tensión en su postura. “Señor, sugiero que consideremos traer a un experto de fuera”
Los ojos de Zarack se entrecerraron, frunciendo el ceño levemente. “¿Me estás diciendo que ninguno de mis hombres es lo suficientemente capaz?”
“No es eso, señor”, respondió Nancy con cautela. “Pero tanto el señor Brown como el señor Black han estado eliminando a nuestros espías con precisión. Ya reconocen a sus caras. Lo más prudente sería tener a alguien de quien no puedan sospechar. Alguien completamente nuevo”
Zarack se recostó en su silla, procesando la información. Sabía que Nancy tenía razón, aunque no le agradaba la idea de depender de alguien ajeno a su círculo. Sin embargo, la necesidad de éxito pesaba más. Después de todo, este sería su golpe final. No había margen para el error.
“Mmm... bien”, respondió finalmente, su voz suave, pero con la amenaza latente de su descontento. “Pero más te vale que este 'experto' no falle. No toleraré otro contratiempo”
Nancy asintió de inmediato, con una mezcla de seriedad y urgencia en su semblante. “Entendido, señor. Lo contactaré de inmediato”. Con un ligero movimiento de cabeza, salió del estudio, dejando a Zarack solo nuevamente.