El mar de los recuerdos perdidos

Capítulo 51. La Verdadera Cara del Enemigo

Cassius se encontraba en su estudio, mirando fijamente por la ventana mientras veía a Erick alejarse con Sofía. La niña había sido enviada de vuelta a la casa de Antony, pero lo que realmente le carcomía la mente no era su partida, sino lo que había descubierto: Sofía había estado allí, en su estudio, escuchando la tensa discusión con su guardaespaldas. Las cámaras de seguridad lo confirmaban.

Anelix entró en el estudio, rompiendo el silencio. Su voz, aunque tranquila, escondía una mezcla de cansancio y preocupación.

“Creo que a mi hija le asustó dormir en un lugar extraño. Lamento haberla traído. No debí ponerte en esa situación”, dijo Anelix, algo preocupada por la reacción de Cassius.

Cassius, que mantenía su mirada fija en la pantalla de las cámaras, hizo un esfuerzo por calmarse. Sabía que la verdad debía mantenerse oculta: “No te preocupes, Anelix. Anoche parece que salió de su habitación y se asustó cuando vio a uno de mis guardaespaldas. No fue nada grave”

Anelix frunció el ceño, intentando conectar las piezas. Algo no encajaba. Su hija había estado demasiado asustada, pero no pudo averiguar más. Sin embargo, Cassius parecía calmo, lo que la hizo dudar.

“¿Así que eso fue lo que pasó? Supongo que tiene sentido... Estaba tan alterada”, dijo ella

Cassius contesto calmadamente: “Sí, eso fue todo. Pero aún nos queda un día por delante... ¿Qué te gustaría hacer?”

Anelix vaciló por un momento. La inquietud seguía instalada en su pecho. Las palabras de Sofía resonaban en su cabeza: "El tío Cassius es malo, golpea gente". Aunque intentaba convencerse de que eran solo pesadillas, no podía ignorar la intensidad del miedo en su hija.

“¿Qué tal si empezamos con un tour por tu casa? Es enorme y, la verdad, me gustaría conocerla más”, dijo Anelix, con la esperanza de encontrar algo más.

Cassius la miró por primera vez desde que entró. A pesar de la sonrisa en su rostro, había algo en los ojos de Anelix que lo hacía sentir que ella no estaba completamente convencida. Sin embargo, se forzó a mantener su compostura: “Por supuesto, hay muchos lugares que te gustarán”

Caminaban juntos por los largos pasillos de la mansión, Cassius le mostraba las habitaciones decoradas con elegancia y la historia detrás de cada rincón. Pero en cada paso, su mente seguía repitiendo lo que Sofía le había dicho, cada vez con más claridad.

Mientras el día avanzaba, la aparente normalidad que Cassius había intentado mantener se hacía cada vez más frágil. No importaba cuántas habitaciones hermosas mostrara o cuántos recuerdos compartieran. La sombra del miedo y la sospecha se cernía sobre ambos, más fuerte y densa que nunca.

Anelix caminaba despacio por la casa de Cassius, sus ojos recorriendo cada detalle. Se dio cuenta de algo que hasta ese momento había pasado por alto: las cámaras de seguridad que parecían estar en cada esquina. No era raro que alguien con su riqueza tuviera medidas tan estrictas, pero ahora esas cámaras la hacían sentir extrañamente observada. ¿Cuánto tiempo llevaba Cassius vigilando su vida a través de ellas? Sacudió la cabeza, intentando apartar esos pensamientos. No quería arruinar el día con sospechas.

Cassius la llevó hacia la sala de música, uno de sus lugares favoritos. Allí, sin decir una palabra, se sentó al piano y comenzó a tocar una melodía suave. Las notas flotaban en el aire, llenando la habitación de una nostalgia casi palpable. Anelix lo observaba desde un rincón, con una mezcla de afecto y recuerdos antiguos en sus ojos. Se acercó lentamente, inclinándose hacia él, casi como si quisiera dejarse envolver por la música y por él, aunque algo en su interior parecía resistirse.

Cuando la música se apagó, ambos se dirigieron a la biblioteca, un lugar que sabía le encantaría. Y no se equivocaba. Anelix quedó fascinada al instante, sus ojos brillando al recorrer los estantes llenos de libros antiguos. Para ella, la biblioteca era un refugio, un lugar donde podía perderse por horas. Cassius la observaba desde la distancia, una pequeña sonrisa asomando en sus labios al ver cómo sus dedos rozaban con cuidado cada lomo, como si cada libro guardara una historia especial solo para ella.

“¿Dónde te gustaría almorzar?”, preguntó Cassius con suavidad. “Puedo hacer una reserva en el lugar que prefieras”

Anelix se giró lentamente, aún inmersa en la atmósfera de la biblioteca. Sus labios se curvaron en una sonrisa juguetona, y dio un paso hacia él.

“¿Qué te parece si comemos aquí?”, dijo, su voz acariciando el aire. “El jardín es hermoso, podríamos explorar otra parte de él”

Cassius la miró, confundido por su actitud. Después de lo que había sucedido la noche anterior, esa cercanía, esa aparente coquetería, lo desconcertaba. Pero decidió seguirle el juego.

“¿Quieres pasar todo el día aquí?”, preguntó, intentando leer sus intenciones.

Anelix se acercó un poco más, sus ojos clavados en los de él.

“¿No te gusta la idea?”, respondió ella, con una sonrisa insinuante. “Hemos ido a tantos lugares juntos a lo largo de los años, pero... ¿cuándo he tenido la oportunidad de estar en tu casa? Nunca. Además... aquí estaremos en privado”

Cassius sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Las palabras de Anelix parecían tener un doble sentido. Después del rechazo de la noche anterior, esta actitud juguetona lo descolocaba. ¿Qué significa todo esto? ¿Es real o simplemente otra forma de distanciarse?

“De acuerdo”, respondió con voz suave, intentando mantener la compostura. “¿Y qué te gustaría comer?”

Anelix lo miró con un brillo especial en los ojos, como si sus siguientes palabras fueran parte de un juego que solo ella entendía.

“Quiero esa comida especial que solías preparar para mí. Mariscos, ¿recuerdas?”

Cassius la miró con incredulidad, despertando de sus pensamientos.

“¿Quieres que yo cocine?”, preguntó sorprendido.

Anelix soltó una pequeña risa.




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