El mar de los recuerdos perdidos

Capítulo 52. Caza Nocturna

Anelix apenas podía controlar el temblor de sus manos. Su celular vibraba insistentemente, mostrando el nombre de Cassius en la pantalla. Su mente corría, no sabía si contestar o dejar que el miedo la paralizara. Lo primero era salir de allí, antes de que fuera demasiado tarde.

Con rapidez, trató de reorganizar los papeles en el escritorio, sus dedos torpes deslizándose entre contratos ilegales y planes que ponían en peligro a la gente que amaba. Su corazón latía violentamente en su pecho mientras sus ojos buscaban desesperadamente una salida segura. Justo cuando se dirigía a la puerta, escuchó el sonido inconfundible de pasos acercándose.

El pánico se apoderó de ella. En un movimiento casi instintivo, se deslizó dentro del gran armario, cerrando la puerta con delicadeza y rogando que no hiciera ruido. Su celular, que aún vibraba, fue silenciado en el último segundo. Se apretó contra la oscuridad, intentando contener su respiración cuando la puerta de la habitación se abrió.

Era Cassius. El hombre que ella creía conocer estaba al otro lado de esa delgada barrera, su voz grave y fría resonaba en la estancia. Lo acompañaba uno de sus hombres. Desde su escondite, Anelix podía escuchar cada palabra con una claridad aterradora.

“Busquen a Anelix”, ordenó Cassius, la irritación en su tono evidente. “No la encuentro, ¿cómo es posible que nadie la haya visto salir?”

“No lo sabemos, señor, pero ya la estamos buscando”, respondió el guardaespaldas con un toque de nerviosismo.

“Avísenme inmediatamente”, dijo Cassius con un tono que no admitía fallos.

Anelix sintió cómo sus piernas temblaban bajo su peso. Su corazón se comprimía al escuchar la preocupación en la voz de Cassius, pero algo en su tono la heló por dentro. Estaba tranquilo, lo suficientemente tranquilo como para pensar que ella jamás habría encontrado esa habitación.

“¿Está todo listo?”, preguntó Cassius.

“Sí, señor. Saldremos pronto”, confirmó su hombre.

Anelix contuvo el aliento, temiendo lo que vendría después. Y entonces lo escuchó, el veneno en las palabras que le helaron la sangre.

“Recuerden, no deben fallar esta vez. Ese hombre debe morir, junto a toda su familia. Asegúrense de acabar con Frederick Brown también”

El mundo de Anelix se vino abajo en ese momento. Las palabras de Cassius eran claras, su frialdad implacable. No solo planeaba destruir a Antony, su esposo, sino también a su propio padre. La traición la golpeó como un puñetazo al estómago, dejando a Anelix luchando por mantener la calma mientras su corazón gritaba de dolor. Había confiado en él, lo había considerado un aliado y ahora comprendía que lo había subestimado terriblemente.

Anelix permaneció inmóvil, su mente en caos, atrapada en el silencio opresivo del closet. El sonido de sus propios latidos retumbaba en sus oídos mientras escuchaba a Cassius sentarse al otro lado de la puerta. La habitación estaba sumida en un denso silencio, roto solo por el suave suspiro de Cassius mientras revisaba su celular. De repente, escuchó su voz, baja y cargada de sorpresa.

“Oh vaya, esto es inesperado”, murmuró Cassius, levantándose de golpe.

Anelix apretó los dientes, reprimiendo el miedo que la asfixiaba. Los pasos de Cassius resonaron mientras salía de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Esperó unos momentos, intentando recuperar el control de su respiración. Finalmente, decidió salir también, sus piernas temblorosas y su cuerpo tenso de terror.

Tenía que salir de esa casa. Ya no había tiempo para dudas o vacilaciones. Corrió hacia la puerta, pero al intentar abrirla, se dio cuenta de que estaba cerrada desde afuera. El pánico la invadió. Intentó forzar la cerradura con su horquilla, pero esta vez, nada funcionaba. Se estaba quedando sin opciones.

De pronto, su celular vibró. El nombre de Cassius iluminaba la pantalla. La sangre se le heló en las venas. Ya no había marcha atrás. Tragó saliva y con manos temblorosas, contestó.

“Ho... hola”, susurró, intentando sonar tranquila.

La risa de Cassius resonó al otro lado de la línea, oscura y burlona.

“¿A dónde se metió esta conejita escurridiza?”, dijo con una calma inquietante.

Anelix sintió el sudor frío correr por su espalda. Intentó mantener la compostura.

“S-salí al baño y parece que me perdí”, respondió, su voz temblando.

Cassius soltó una carcajada, pero esta vez su tono era cortante.

“¿Eso es lo mejor que tienes? Te perdiste mucho... en mi habitación”

El frío recorrió el cuerpo de Anelix como una ráfaga helada. Cassius sabía. Lo había descubierto.

“No dices nada, ¿verdad?”, continuó Cassius, su voz se volvió más siniestra. “Quién diría que al revisar las cámaras de seguridad me toparía contigo irrumpiendo en mis aposentos... y más que eso, escuchando conversaciones ajenas. Eres igual que tu hija, muy curiosas”

El miedo la envolvió como una sombra. Todo lo que temía se estaba confirmando. Apenas pudo articular las palabras.

“Entonces... lo que vi... no es mentira. ¿Cómo... cómo puedes hacerme esto? ¡No sé quién eres!”

Cassius soltó una carcajada suave, como si estuviera disfrutando del momento.

“Querida, tu error fue no elegirme a mí. Pero, al fin y al cabo, aquí estás. Y te aseguro algo: cuando salgas de aquí, tu familia habrá desaparecido”

El mundo de Anelix se desmoronó. Su voz se quebró cuando intentó razonar con él.

“¡Cassius, no te atrevas! Por todos estos años de amistad, ¡no puedes hacerme esto!”

El silencio al otro lado fue cruel y demoledor. Finalmente, Cassius habló, su tono gélido y decidido.

“Lo siento, pero ya no hay marcha atrás”

Y con eso, colgó. El sonido del teléfono muerto fue como un último golpe. Anelix cayó de rodillas, el terror ahogándola.

Anelix sabía que cada segundo contaba. El pánico retorcía su estómago, pero la determinación la impulsaba a moverse rápido. No tenía tiempo para idear un plan elaborado y ya estaba anocheciendo. Sin pensarlo dos veces, agarró una silla del escritorio y la lanzó con fuerza contra la ventana. El sonido del vidrio rompiéndose resonó en la habitación, y los trozos volaron por todas partes, dejando un agujero lo suficientemente grande para que pudiera escapar.




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