Cassius seguía esperando, con la mirada fija en la puerta de la sala de emergencias, el corazón latiéndole con fuerza. Los minutos se arrastraban con una lentitud exasperante, llenando el ambiente de tensión y de incertidumbre. Cuando el doctor finalmente salió, Cassius se levantó de un salto, sintiendo que la respiración se le aceleraba.
“¿Cómo está?”, preguntó Cassius, su voz cargada de un nerviosismo que no podía ocultar.
El doctor lo miró, evaluando su rostro antes de responder con una seriedad profesional: “Detuvimos la hemorragia y sus signos vitales son estables. Afortunadamente, el auto se detuvo a tiempo y el golpe no fue tan fuerte como podría haber sido. Sufrió algunos cortes y moretones, pero nada irreversible. Se desmayó por el agotamiento”
Cassius respiró aliviado por un momento, pero el alivio fue breve. El médico frunció el ceño, visiblemente confundido.
“¿Por qué estaba en ese estado? ¿Cómo es que se encontraba en esas condiciones?”
Cassius dudó un segundo antes de hablar, pero luego forzó una expresión de preocupación fingida, intentando sonar convincente: “Estaba huyendo de unos ladrones. La encontré demasiado tarde... No pude evitarlo”. Hizo una pausa, su tono calculadamente quebrado. “Su hija también estaba con ella, la trajeron hace poco”
El doctor lo miró con desconfianza, como si no terminara de creerse la historia, pero finalmente asintió.
“Deberíamos reportar esto a las autoridades” dijo el Doctor, con un tono que indicaba que la conversación no estaba abierta a discusión.
Cassius no discutió. Solo asintió con un gesto de resignación. Pero en su mente, la confusión y la tensión seguían latiendo. Sabía que en cuanto la policía empezara a investigar, la historia que había construido podría desmoronarse. Sin embargo, ya no le importaba tanto. Ella estaba viva y eso era lo único que le daba una pequeña sensación de alivio.
“Por ahora, solo queda esperar que despierte”, continuó el doctor. “Llamaremos a su contacto de emergencia, es parte del reglamento del hospital”
Cassius sintió que un nudo le apretaba el estómago. Sabía perfectamente quién era el contacto de emergencia. Su rostro endurecido se suavizó momentáneamente mientras asentía, dándose cuenta de que la tormenta que había desatado estaba a punto de volverse aún más feroz.
Cuando el doctor se retiró, Cassius se dejó caer en una de las sillas del pasillo, cerrando los ojos por un instante. El peso de sus decisiones y de sus errores se sentía como una losa sobre su pecho. Ya nada importa, pensó, su mente girando en círculos de arrepentimiento y confusión. Había perdido el control de todo, incluso de sí mismo.
Cassius se retiró del hospital con una fría tranquilidad, dejando tras de sí una escena cuidadosamente manipulada. Había logrado lo que muchos creían imposible: hacer que pareciera que Anelix había tenido un accidente sin levantar ninguna sospecha. Mientras caminaba por el pasillo vacío, sus pensamientos eran un remolino de emociones que no se atrevía a mostrar. Cuando descubrió que Anelix no recordaba nada, sintió una liberación que no había experimentado en mucho tiempo.
El peso de sus errores, de sus decisiones crueles y calculadas, parecía evaporarse en el aire. Todo aquello que lo había llevado a este punto oscuro de su vida, las traiciones, las mentiras, los intentos fallidos de controlarlo todo, ahora le parecía una carga que podía dejar atrás. Ella lo había olvidado, y con ello, todos sus pecados quedaban sepultados en la amnesia.
Lo que sucedió después lo dejó más sorprendido aún: Anelix lo buscó. No solo no lo evitaba, sino que había sido ella quien tomó la iniciativa de llamarlo. Algo en esa actitud tan inusual lo descolocaba, pero al mismo tiempo le brindaba una inesperada calma. Sentía como si el destino le estuviera tendiendo una mano, dándole una oportunidad de corregir todo lo que había arruinado.
Se repetía una y otra vez en su mente: Esta es una nueva oportunidad. Era como si el universo le hubiera dado una segunda vida junto a ella. El hombre frío y calculador que había sido hasta ese momento no podía permitirse dudar. Si la vida le estaba ofreciendo esta posibilidad de empezar de nuevo, ¿por qué no la tomaría? Había pasado por tanto, enfrentado tantas adversidades, pero Anelix... Anelix era su tesoro más valioso, y la idea de perderla nuevamente le resultaba insoportable.
Cassius, sin embargo, ya no era el mismo de antes. La máscara de su verdadero yo, la que había escondido detrás del hombre de negocios ambicioso, había comenzado a caer. Y en su lugar, surgía Zarack, el hombre calculador y despiadado que estaba dispuesto a tomar toda la ventaja de la nueva situación. Bajo esa identidad, creía que podía manipular todo a su favor, incluyendo a Anelix, sin que ella jamás sospechara de quién era realmente.
Zarack no cometería los mismos errores que Cassius. Esta vez no fallaría. No permitiría que nadie, ni siquiera Antony o Frederick, se interpusieran entre él y su objetivo. Anelix ahora estaba desprotegida, y con su amnesia, el pasado quedaba enterrado. Para todos los efectos, este era el nuevo comienzo que siempre había soñado, pero en el que nunca se había atrevido a creer.
Mientras se adentraba en la oscuridad de la noche, una sonrisa sombría se dibujó en su rostro. El destino le había jugado una carta inesperada, y esta vez la jugada sería perfecta. Ya no era solo Cassius, un hombre con ambiciones. Era Zarack, el estratega que nunca perdía, el que moldearía el futuro a su voluntad. Y ahora, Anelix era su oportunidad de redención, su joya. Y esta vez, no la dejaría escapar.
Sin embargo, Anelix se sentía atrapada, como si las paredes de la casa de Cassius se estrecharan a su alrededor. Algo dentro de ella la inquietaba profundamente, una sensación que la ahogaba, aunque no podía precisar qué era exactamente lo que la perturbaba. Era una angustia sin forma, que le arañaba el alma sin darle tregua. Una noche, la ansiedad fue insoportable, la hizo levantarse de la cama, con el corazón desbocado y la mente llena de una confusión que no podía explicar.