Ante la creciente debilidad de Anelix, Cassius decidió tomar la iniciativa de cuidarla personalmente. Se quedaba junto a su cama, día tras día, asegurándose de que al menos tomara un poco de cada comida, alimentándola con una dedicación que rozaba la desesperación. Cuchara a cuchara, intentaba que ingiriera algo, aunque solo fuera la mitad de lo que le ofrecía. Pero cada vez que la veía apartar la mirada y cerrar los ojos con cansancio, un dolor desconocido se apoderaba de su pecho.
“No estás mejorando, Anelix...”, murmuró Cassius con preocupación.
Anelix, con la mirada perdida, apenas podía sostenerle la vista. Sus palabras salieron como un suspiro: “Quiero estar con mi familia”
El comentario atravesó a Cassius como una daga. Algo en su interior se quebró con esa súplica. Suspiró, sintiendo el peso de su culpa aplastarle los hombros. ¿Por qué cada cosa que le pasaba a Anelix lo afectaba tanto? ¿Por qué, después de todo, lo único que deseaba era verla feliz, aún si eso significaba perderla para siempre?
“¿Qué pasaría...?” La voz de Cassius se quebró un poco antes de continuar, como si temiera pronunciar esas palabras. “¿Qué pasaría si te dijera que soy una mala persona...?”
Anelix levantó la vista, sus ojos reflejando un atisbo de sorpresa. Había algo en el tono de Cassius que la desconcertó, algo que parecía genuino, casi frágil. Sin entender del todo, respondió con voz baja: “¿Por qué serías una mala persona? A mi parecer eres muy amable, mira cómo me cuidas”
Cassius sintió que esas palabras le cortaban más profundo que cualquier reproche. Apretó los puños, luchando contra la marea de emociones que lo invadía. Ella lo miraba con esa inocencia que lo destruía por dentro, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que no quería seguir fingiendo. Algo en su interior cedió, como un dique que se rompe, y tomó una decisión definitiva.
“No soy una buena persona, Anelix”, dijo Cassius, su voz cargada de una seriedad inusual, mientras la miraba con una expresión que mezclaba arrepentimiento y desesperación. “Todo este tiempo, te he ocultado muchas cosas. A lo largo de los años, he hecho cosas terribles. Si supieras...”, hizo una pausa, luchando contra el nudo en su garganta. “Si supieras lo que he hecho, no querrías volver a verme”
Las palabras de Cassius flotaron en el aire, llenando el silencio de la habitación. Anelix lo miró, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. Había algo en la intensidad de su voz que la asustaba, pero a la vez, una curiosidad inexplicable se encendía dentro de ella. Por primera vez, una parte de su mente le pedía saber más, aunque temiera lo que descubriría.
“¿A qué te refieres con eso? No creo que llegue a odiarte... Recuerda que el negocio de mi padre no es precisamente limpio”
Cassius dejó escapar una risa amarga, una risa que no tenía nada de alegría. Sacudió la cabeza, como si esa respuesta le resultara dolorosamente ingenua: “Sí, pero no es lo mismo”, su voz bajó, como si las palabras le costaran salir. “Yo... se podría decir que soy un mafioso reconocido, alguien realmente malo, Anelix. He hecho cosas que...”, sus ojos se encontraron con los de ella, llenos de una mezcla de tristeza y desesperanza. “Cosas que me persiguen cada noche, y que, si las supieras, entenderías que no merezco tu compasión”
Anelix sintió que su corazón latía con fuerza, como si algo oscuro y terrible se desplegara ante ella. No sabía qué la inquietaba más: las palabras de Cassius, o la extraña sensación de que, en algún lugar de su mente, esas confesiones resonaban como un eco lejano, algo que había olvidado y que ahora trataba de recordar.
Mientras él hablaba, los ojos de Anelix buscaban una verdad en su mirada. Era como si, por primera vez, viera una grieta en la máscara de Cassius, y en esa grieta se asomara un hombre que, a pesar de todo, buscaba redimirse de algún modo. Pero detrás de esa grieta también se vislumbraba un abismo, uno del cual no sabía si quería asomarse por completo.
Y Cassius, viéndola dudar, supo que la batalla apenas comenzaba, que aquella verdad que había mantenido oculta por tanto tiempo estaba a punto de salir a la luz. Pero si el destino le había ofrecido esta oportunidad de empezar de nuevo, pensaba aprovecharla, aunque el precio a pagar fuera más alto de lo que había imaginado.
Cassius tomó una decisión definitiva. Se inclinó hacia Anelix, con una expresión cargada de gravedad y vulnerabilidad que nunca antes había mostrado.
“No voy a mentirte más”, dijo con un tono que vibraba de intensidad. “Esta vez, no te ocultaré nada y me mostraré como soy. Haré las cosas diferentes... Solo quiero que sepas que te amo y que eso, quizás, nunca cambie, incluso hasta que muera”. Hizo una pausa, como si las palabras le pesaran. “Tal vez quise estar contigo a la fuerza, pero...”, su voz se quebró, “yo solo quiero que no me odies. Al menos, ¿podrías intentar no odiarme?”
Anelix sintió que el pánico se apoderaba de ella. Algo en las palabras de Cassius, en la manera en que su voz temblaba entre la culpa y la desesperación, le indicaba que estaba a punto de revelar algo terrible, una verdad que ella, en lo más profundo, deseaba no escuchar. Se estremeció, retrocediendo un poco mientras la incertidumbre y el miedo la envolvían.
Cassius se levantó lentamente, con una calma inquietante, y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir, se volvió hacia ella una última vez, su mirada cargada de una mezcla de tristeza y determinación.
“En realidad... yo soy Zarack”
El nombre resonó en la mente de Anelix como un trueno. Su cuerpo tembló de inmediato, sintiendo una oleada de frío recorrerle la piel. Los recuerdos nebulosos que la atormentaban comenzaron a agitarse, como sombras a punto de emerger de la oscuridad, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
Cassius continuó, viendo el impacto de sus palabras reflejado en el rostro de Anelix.